Ainhoa Uribe | 27 de noviembre de 2017
“Conduciendo bajo los efectos del café” podría ser el título de un artículo de una revista científica de medicina, incluso el título de una novela… pero no, es exactamente lo que va a suceder dentro de unos días con el transporte público en Londres. ¿Qué ocurrirá en la City? Que una parte de la flota de autobuses londinenses (los famosos autobuses rojos de dos pisos) va a dejar de emplear el combustible tradicional, para usar un combustible experimental elaborado con los posos del café. Para ello, una empresa inglesa lleva meses recogiendo en bares, cafeterías y restaurantes los restos del café (me refiero a los restos del grano de café o del café molido), que se emplean para elaborar ese líquido tan valioso que nos permite levantarnos por las mañanas.
No es la primera vez que la City de Londres experimenta con combustibles alternativos. En otras ocasiones, se han empleado restos de aceite de cocina, también recogidos en restaurantes que, con el adecuado tratamiento, se han convertido en un nuevo combustible biodiesel, pero parece que el café es una solución mejor, según apuntan los expertos.
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Este tipo de avances medioambientales son una gran noticia en un contexto en el que, no solo la contaminación de las ciudades es preocupante, sino que además, la situación se está agravando por el calentamiento global. En la India, los niños no pueden salir a la calle desde hace semanas, en China la situación de la contaminación del aire en las ciudades es también alarmante… y en Madrid vivimos las restricciones del llamado Plan A de Manuela Carmena.
El Plan A pretende cambiar nuestros modos de vida. Es una política pública que busca reducir las emisiones de CO2, limitar el uso del vehículo privado y apostar por los transportes públicos o la bicicleta. De este modo, nos encontramos con restricciones para circular a más de 70 kilómetros por hora en la M-30 y no se puede aparcar en el centro de Madrid, a lo que se añade que puede que se restrinja la circulación según los días a coches pares e impares.
Todo ello parece razonable y comprensible, atendiendo al bien público que se defiende: la salud de los ciudadanos y el cuidado del medioambiente. Sin embargo, son múltiples las quejas al respecto, ya que los ciudadanos tienen que estar pendientes de los medios de comunicación o las redes sociales para saber qué días entran en vigor unas medidas u otras y, en caso de saltarse la prohibición, a veces, por mero desconocimiento, la multa asciende a 90 euros. Ya lo dice el Código Civil: el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento.
La pregunta que hay que hacerse entonces es, ¿por qué en algunos países no hacen falta prohibiciones de esta naturaleza para que la gente recurra al transporte público, a caminar o a ir en bicicleta? Sencillamente porque es una cuestión de educación. Los daneses, los holandeses, los finlandeses, los suecos, los noruegos o los propios alemanes llevan años de adelanto en cuanto a reciclaje y concienciación en materia medioambiental. En estos países hay incluso partidos políticos verdes con representación parlamentaria. Aquí no.
https://eldebatedehoy.es/ciencia/contaminacion-medidas-madrid/La existencia de partidos verdes con diputados, concejales o alcaldes en activo es una muestra de que a la sociedad le preocupa el tema. Si en España no sucede eso (y en Madrid tampoco), la señora Carmena debería pensar que educar es el paso previo a prohibir. Concienciar y formar es el camino para reducir las emisiones de CO2 o para usar esos carriles bicis que permanecen vacíos en nuestro país la mayor parte del tiempo. Emplear el dinero público en la construcción de carriles bici en la ciudad es una medida loable, comprar bicicletas de uso público también, pero de poco sirven si forman parte del paisaje urbanístico, en lugar de ser parte activa del transporte ciudadano.
El movimiento de las personas no se puede forzar o dirigir. Los ciudadanos se trasladan de su casa al lugar de trabajo o de ocio como les resulta más cómodo. En muchas ocasiones el problema no radica en la existencia o no de medios públicos alternativos, sino en el tiempo de viaje empleado en dicho transporte público. Si a ese tiempo se añadimos el problema del desfase de la jornada laboral española, no hacen falta muchas explicaciones: una persona que sale del trabajo a las 19 o las 20 horas y tiene que emplear 1 hora o 2 para desplazarse en autobús a su casa, llegará al humo de las velas, mientras que en coche puede acortar a sólo 15 o 20 minutos el citado desplazamiento. Por consiguiente, son muchas las cuestiones a considerar a la hora de intentar cambiar los modos de vida de los ciudadanos para hacerlos más saludables. La concienciación medioambiental de los ciudadanos y la racionalización de los horarios laborales pueden ser dos de las cuestiones claves. Prohibir circular en coche no parece que mejore las posibilidades de lograr ninguna de las dos.
En el marco de la lucha contra el cambio climático, el grupo Ahora Madrid quiere ir más allá y está barajando la posibilidad de prohibir las estufas de gas de las terrazas de los bares, en una nueva ordenanza municipal sobre terrazas. Las principales causas de la contaminación del aire están relacionadas con la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas), pero ello se da mayoritariamente en el los sectores industriales y el transporte por carretera. El uso de estufas de gas en las terrazas supone una contaminación residual, por lo que parece más una medida electoralista que una medida efectiva de reducción de la contaminación. Si a eso se añade que no hay muchas terrazas con las citadas estufas, el alcance de la citada normativa sería muy limitado. El tráfico y las calefacciones de los hogares aumentan más las emisiones de dióxido de carbono en Madrid capital que las estufas de las terrazas.
Hay medidas sencillas, compatibles con el uso del coche, que permiten cuidar el medio ambiente, como:Otra buena opción sería controlar el consumo de la calefacción. En muchas ciudades es habitual que la calefacción esté centralizada, lo que conlleva, en ocasiones, que se calienten los hogares estando vacíos, por ejemplo, o que la temperatura pueda resultar muy alta para unos y muy baja para otros. ¿Cuántas veces han estado ustedes en un edificio en el que han abierto las ventanas porque la calefacción estaba muy alta y no podían regularla directamente? Los contadores individuales pueden ser más efectivos en el ahorro energético que la multa a los propietarios de las terrazas (pese a que sea una incongruencia calentar el aire libre, todo sea dicho).
El mensaje de #LaCelesteMadrid dura todo el año: a una ciudad más habitable se llega a pie, en bici, transporte público o coche compartido. pic.twitter.com/Ls5myAecNN
— Ayuntamiento Madrid (@MADRID) September 28, 2017
Para terminar, me gustaría hacer un breve apunte adicional sobre una de las últimas prohibiciones del Ayuntamiento de Madrid, que no tiene que ver con el medio ambiente, pero sí con el tráfico (en este caso de personas): la novedad en el campo de las restricciones de la Señora Carmena para estas Navidades es la creación de aceras de subida y aceras de bajada obligatoria para los peatones. Parece que a la alcaldesa de Madrid no le gusta la libertad de movimiento. La libertad de elegir si uno quiere ir en una dirección u otra, aunque se encuentre con una multitud de frente. Carmena olvida lo que dijo Cervantes en El Quijote: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.