Charo Zarzalejos | 24 de mayo de 2018
“Iban a por mí, pero se han encontrado con Camps”. Eso decía Eduardo Zaplana, con gesto de indisimulada satisfacción, cuando Valencia comenzaba a convertirse en el foco de investigaciones policiales y judiciales que, pasados los años, continúan en el centro de la actualidad. Lo que ignoraba Zaplana es que el pasado siempre vuelve, nunca acaba de morir del todo y ha sido ese pasado el que se ha tragado al hombre que en su momento fue casi todopoderoso dentro del Partido Popular (PP). No en vano, fue él quien rompió, en 1995, la racha de poder socialista en Valencia. Aquel triunfo que lo llevó a la presidencia de la Comunidad Valenciana lo hizo merecedor del título de “hombre fuerte” del PP. Fue su época dorada. Tocó y gestionó poder. Manejaba como pocos su enorme manojo de contactos. Fueron aquellos tiempos de gloria. Para Zaplana y para el PP.
Esos tiempos de gloria se han esfumado para Zaplana, por supuesto, pero también para el PP, que recibió la noticia con auténtico estupor. La sorpresa fue máxima, pese a que siempre se tuvo la sensación de que Zaplana se movía en el alambre. De todas las investigaciones abiertas, iniciadas en el caso Naseiro, allá por los años noventa, Zaplana había salido indemne. En la picota estaban muchos de los que le habían rodeado en el ejercicio del poder, pero él, siempre limpio de polvo y paja. Parecía que él solo pasaba por ahí.
Durante su etapa como presidente de la Comunidad Valenciana, Zaplana se movió a sus anchas. De extraordinaria habilidad a la hora de establecer complicidades y contactos, Zaplana se propuso poner a Valencia en el mapa, ejemplo seguido luego por Francisco Camps. Era un hombre brillante, simpático y afable. José María Aznar se fijó en él y se lo trajo a Madrid como ministro de Trabajo. En este ministerio, una de sus primeras decisiones fue recuperar para sí la firma de las adjudicaciones de publicidad. Hasta ese momento, el control era exhaustivo y la firma se residenciaba en el departamento de comunicación. En la distancia, observaba y hablaba de Camps con cierto desprecio. Creía Zaplana que “se ha empeñado en matar al padre —él mismo— antes de tiempo”. Las relaciones entre ambos nunca fueron buenas. No ocurrió lo mismo con Ignacio González, Esperanza Aguirre o José Bono, con quien les une una antigua y buena amistad.
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Llegó el Congreso de Valencia en el que Mariano Rajoy salió elegido presidente del partido. Nunca quiso el actual presidente del Gobierno hacer tabla rasa con la etapa de Aznar que, en cierto modo, era también su etapa. Retuvo a su lado al propio Zaplana, a Ángel Acebes y ascendió a Luis Bárcenas en el organigrama interno del PP. Zaplana fue un combativo portavoz en el Congreso, hasta que por su poca empatía con Rajoy, entre otras razones, opta por la vida privada y, como tantos otros, recala en Telefónica. A José María Álvarez-Pallete, actual presidente de esta enorme empresa, le ha faltado tiempo para suspenderlo de empleo y sueldo. Suspendido de militancia en el PP, sin empleo y sin sueldo en Telefónica, controlados todos sus bienes, no es exagerado afirmar que el pasado se ha tragado a Zaplana.
No contaba Zaplana, ni nadie, con que un papel encontrado en un cajón del llamado «yonqui del dinero», Carlos Benavent, entregado a su vez por un sirio, iba a poner en alerta a la Guardia Civil. De esto hace tres años. Han sido los últimos meses cuando las alarmas dispuestas por la propia Guardia Civil comenzaron a saltar. Movimientos “raros” hicieron sospechar que Eduardo Zaplana estaba recuperando dinero presuntamente proveniente de supuestos ilícitos cometidos en su etapa como presidente de la Comunidad Valenciana. La investigación acaba de comenzar y, de acuerdo con medios de absolutamente solvencia, “puede ir para largo y habrá más implicados”. La malla de empresas interpuestas, testaferros y más artilugios financieros no es sencilla y, aunque la Guardia Civil tiene bien diseñado el mapa, aún faltan por acreditar y contrastar algunas sospechas más que fundadas. Se aventura alguna otra detención “sonada”.
Con la caída de Zaplana, se pone fin casi de manera definitiva a todo un estilo, una forma de hacer política en una época en la que el dinero abundaba y la mirada sobre lo público no es la misma que hoy. ¿Alguien recuerda manifestaciones en contra de Terra Mítica? Tan distinta era la política que el hoy diputado de Compromís, el señor Joan Baldoví, resultó elegido alcalde con el apoyo de tres concejales del PP…
Y aquí está ahora el PP, tratando de gestionar el pasado, que “es algo más difícil que gestionar el presente”. Es un PP boquiabierto, noqueado, que se ve obligado a sacar fuerzas de flaqueza, sabiendo, además, que en el futuro más inmediato habrá resoluciones judiciales que de nuevo van a ahondar en su maltrecha imagen. La sentencia sobre la primera parte de Gürtell se espera para los próximos días.
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Y, a un año bien escaso de las elecciones municipales y autonómicas, en Génova se reconoce que “necesitamos, por lo menos, una semana tranquila”. La crisis de Madrid ha sido de una extraordinaria dureza y no solo por la dimisión de Cristina Cifuentes que, si bien ha supuesto un antes y un después, la dirección nacional se ha visto obligada a tomar decisiones, en ocasiones en ambiente hostil, ya que desde la Puerta del Sol “se nos ha ninguneado”. Hacer valer la autoridad de la dirección nacional no ha sido fácil. Cuando ya es un hecho aceptado por todos que es Génova “quien manda” y se convence a Pío García Escudero para que reflotara el PP de Madrid, se logra un reencuentro con el PSOE y Ciudadanos para hacer frente al reto del independentismo catalán, aparece Zaplana y la imputación al número dos de Montero en pleno debate de Presupuestos. Es difícil tener más frentes abiertos y más difícil aún salir bien parados de “tanto terremoto. Esto es desolador y es lo que nos espera, con motivo o sin él, hasta las municipales”.
Agobiados, cansados y ya hartos, en cuanto se supo de la detención de Zaplana, la decisión de suspensión de militancia fue fulminante. Es verdad que Zaplana llevaba diez años fuera de la política activa dedicado a su trabajo en Telefónica y, por supuesto, a un durísimo tratamiento para atajar una leucemia detectada hace tres años. La misma enfermedad se le ha diagnosticado a su mujer hace apenas unas semanas.
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