Gustavo Morales | 19 de abril de 2017
La ruptura de la luna de miel entre los presidentes Trump y Putin está servida. El pasado 4 de abril, Washington acusó a Damasco de arrojar armas químicas contra los rebeldes en JanSheijun, provocando casi 90 muertos. En represalia, los destructores USS Porter y USS Ros se desplazaron al Mediterráneo oriental desde su base de Rota, Cádiz, para disparar, tres días después, 59 misiles tácticos Tomahawk (con un coste de 85,55 millones de dólares), contra el aeropuerto sirio de Shayrat desde donde, acusan, partieron los aviones que arrojaron presuntamente armas químicas. Treinta y seis de los Tomahawks fueron disparados por el buque USS Ross, mientras que los 23 restantes salieron desde el USS Porter. Según los rusos, 36 misiles Tomahawk erraron el blanco, siete según el Pentágono.La base albergaba, en el momento del ataque, aviones anticuados, como MiG 23 y 25 y Sujoy-22. Rusia tenía tropas allí desde el 2015, donde operaban los helicópteros de ataque rusos durante la lucha por la ciudad de Palmira.Para ello, reforzaron 50 hangares.
Estados Unidos avisó del ataque a Moscú poco antes de su realización. Rusia no tuvo bajas ni tampoco desplegó sus misiles antiaéreos S-400. La explicación rusa es que una bomba siria impactó sobre un almacén yihadista de gas, más probable que fuera de cloro que sarín, dados los síntomas de los heridos. El propio The New York Times, el 21 de noviembre del año pasado, denunciaba que el Estado Islámico había usado 52 veces armas químicas en sus guerras en Siria e Iraq.
El canciller ruso Sergei Lavrov se preguntaba: «¿Para qué un innecesario ataque químico en JanSheijun cuando Damasco va ganando en el frente militar, el diplomático y el político?, ¿a quién beneficia?» Antes del incidente, la embajadora estadounidense ante la ONU, Nikki Haley, dijo que el presidente Al Assad era admisible. Afirmación que fue revocada posteriormente por el secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson.
Rusia convocó al Consejo de Seguridad de la ONU, mientras la Bolsa caía y las materias primas subían de precio. Moscú vetó, por octava vez, una resolución condenando al Gobierno de Al Assad.
El 10 de abril, los ministros de Exteriores del G7 (EE.UU., Canadá, Japón, Francia, Reino Unido, Alemania e Italia) enfocaron la crisis en Siria y las relaciones de la comunidad internacional con Rusia. El británico Boris Johnson declaró que valorarán imponer sanciones contra Damasco y Moscú. A una de esas reuniones asistieron los cancilleres de Turquía, Emiratos Árabes, Arabia Saudí, Catar y Jordania. Los cuatro primeros son sospechosos habituales de apoyar al yihadismo en Siria, Iraq y Afganistán.
El Gobierno ruso ha recordado a la Casa Blanca su papel, entre 2013 y 2014, para eliminar las armas químicas del arsenal sirio, bajo supervisión de Naciones Unidas. Mijail Ulianov, director del Departamento de No Proliferación y Control de Armas del Ministerio de Exteriores de Rusia, recuerda a EE.UU. que contribuyó al completo desarme químico del Ejército sirio: «Es prematuro culpar al Gobierno sirio. Primero hay que desarrollar una investigación, una investigación exhaustiva”. Damasco ya ha autorizado a la Organización para la Prohibición de Armas Químicas, OPAQ, a emprender una investigación sobre el terreno.
El 12 de abril, se reunieron en Moscú el secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, y el ministro de Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov. Ambos coincidieron que sus relaciones están en el punto más bajo. Aunque Tillerson calificó el encuentro de “productivo”, Lavrov acusó a Washington de tratar con indulgencia al Frente Al Nusra, ahora autodenominado JabhatFatá al Shampor por voluntad de su líder, Abu Mohamad al Golani, para desligarse formalmente de Al Qaeda por cuestiones tácticas, con permiso de Ayman al Zawahiri, jefe de la organización que fundó Osama Bin Laden.
Por su parte, el obispo católico de Alepo, Georges Abou Khazen, en una entrevista con VaticanInsider, denunció: “El presunto ataque químico es un pretexto, como muchos otros que hemos escuchado en el pasado en Libia, en Iraq (…) Estados Unidos están ocupando, junto con el Estado Islámico, los yacimientos de petróleo y de gas en Siria (…) Cabe destacar que poquísimos minutos después del bombardeo estadounidense comenzó el ataque de los yihadistas del Estado Islámico y de Nusra”. Añadía el prelado: “Esta operación militar abre nuevos escenarios inquietantes para todos. Veo que ahora también Erdogan se alegra por esta intervención, realizada sin tener en cuenta las voces que pedían una investigación independiente sobre los eventos en Idlib. Todo se decide en base a los impulsos transmitidos a través de los medios de comunicación internacionales. El Papa y la Santa Sede no son escuchados. Hay quienes quieren que esta guerra sucia continúe”.
Desde el inicio del conflicto sirio, en 2011, han muerto más de 320.000 personas y los desplazados superan los 12 millones.