Yolanda Vaccaro | 21 de julio de 2018
Los prolegómenos y la reunión que mantuvieron en Helsinki los presidentes Donald Trump y Vladimir Putin ha marcado un nuevo punto de inflexión en los movimientos del tablero internacional que ha gobernado el mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Cruzando nuevamente el Rubicón de su propia falta de cortesía diplomática, el presidente estadounidense, Donald Trump, sigue dejando claro que es todo menos el presidente de Estados Unidos al que el mundo estaba acostumbrado. Por su parte, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, puede presumir de haberse marcado un nuevo gol.
En el terreno estadounidense, la cita entre Donald Trump y Vladimir Putin fue el escenario para que el presidente norteamericano desacredite públicamente a sus propios servicios de inteligencia. En la rueda de prensa posterior al encuentro, preguntado por la injerencia rusa en las elecciones que en noviembre de 2016 llevaron a la Casa Blanca al actual mandatario, este se negó a respaldar las conclusiones de sus servicios de inteligencia, que verifican tal injerencia, dando más credibilidad a Putin que a sus propios servicios secretos. Una actitud que indignó en Washington, arrastrando cada vez a un mayor número de críticos incluso dentro de las filas del Partido Republicano. Esta actitud ha motivado que muchos de sus detractores vislumbren una posible acusación de traición. La tormenta fue de tal calibre que Trump, con toda seguridad presionado, tuvo que realizar una aclaración pocos días después achacando sus palabras a un “lapsus”. Según dijo, en lugar de decir “no veo ninguna razón por la que sea Rusia” (la autora de la citada injerencia), quiso decir “no veo ninguna razón por la que no sea Rusia”.
Asimismo, el encuentro entre Trump y Putin trajo otro efecto colateral nuevamente muy conveniente para el presidente ruso pero, en este caso, preocupante e incómodo para los aliados tradicionales de Estados Unidos. En una entrevista televisiva, Trump calificó a la Unión Europea como “un enemigo”. El presidente estadounidense realizó estas declaraciones tras la última cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cita en la que acusó a los aliados europeos de no contribuir como corresponde en los presupuestos de Defensa, al calor de una retahíla de desaires del ecléctico presidente. Como guinda, la primera ministra británica, Theresa May, reveló en una entrevista que Trump le aconsejó demandar (judicialmente) a la UE, en lugar de negociar las condiciones del brexit.
Putin y la consumación totalitaria . Un régimen que se perpetúa y con intereses antieuropeos
Trump hace esfuerzos denodados por distanciarse de la UE y de sus aliados en la OTAN, al tiempo que se hace evidente que Trump y Putin comparten no solo una filosofía autoritaria de expresarse y hacer política sino, más aún, posibles secretos que atañen al presidente estadounidense. The Washington Post, en su edición del 18 de julio, señala que si bien “aún no sabemos con precisión por qué Trump es tan sumiso con Putin”, esto -indica el periódico- puede obedecer a alguna de estas motivaciones: a que “los servicios de inteligencia de Rusia tienen información comprometedora” que evidencia actividad criminal en los negocios de Trump o en la campaña de 2016; a la admiración que siente Trump por el “extremadamente fuerte y poderoso” Putin, algo que enmascararía inseguridades más profundas, o tal vez a que Trump simplemente depende del dinero ruso para sus finanzas personales. La incapacidad de Trump para responder a la agresión rusa denota que “Rusia tiene algún tipo de control sobre Trump”, anota el diario.
Sean cuales sean las motivaciones de la inquietante alianza entre Trump y Putin, lo cierto es que esta evidencia cada vez más la mayor recomposición del tablero internacional en décadas.