Fernando Díaz Villanueva | 27 de noviembre de 2018
La Constitución no preveía un Rey emérito, de hecho, ninguna Constitución lo prevé. Los reyes lo son para toda la vida, de la proclamación a la muerte. Así debió suceder con don Juan Carlos, pero sus errores, algunos de una gravedad extrema, forzaron la abdicación en 2014 y la sucesión anticipada. Como nadie había previsto esta eventualidad, llevamos cuatro años sin saber a ciencia cierta cuál es el papel del que fue jefe de Estado durante casi cuarenta años, y que ahora es lo más parecido a una Reina madre no muy distinta a lo que fue María Cristina de Habsburgo hace un siglo tras el ascenso al trono de su hijo Alfonso XIII.
A falta de una guía para Reyes eméritos, don Juan Carlos improvisa. Va de aquí para allá, sustituye en ocasiones a su hijo en actos de Estado y se deja ver en la prensa como un afable jubilado que complementa el ocio propio de la edad con algunos eventos en los que solo se representa a sí mismo. Ese fue el caso del Gran Premio de Formula 1 de Abu Dhabi, que nos ha regalado la foto más desafortunada del año. El Rey, porque aunque emérito sigue siendo Rey, saludando cordialmente al príncipe saudí Mohamed bin Salman.
En otras circunstancias, nada hubiese pasado, pero las circunstancias son las que son. Por un lado, la corona, en particular la figura de don Juan Carlos, se halla fuertemente cuestionada por una parte no desdeñable del arco parlamentario, la correspondiente a Podemos y los nacionalistas. Por otro, la monarquía saudí chapotea en el desprestigio internacional.
Lo primero, el hecho de que Podemos y los nacionalistas estén concentrando sus ataques sobre la institución monárquica debe servir a Zarzuela para extremar las precauciones y prodigarse en ejemplaridades. Lo segundo es simple torpeza, o quizá tozudez, de quien está habituado a hacer de su capa un sayo y no se deja aconsejar. Bin Salman es un apestado internacional. Nadie en su sano juicio se deja retratar con él tras el caso de Jamal Khashoggi, un periodista saudí asesinado y descuartizado por agentes del régimen en el consulado de Estambul.
La desaparición de Khashoggi, un crimen que no debe quedar impune
No hay pruebas concluyentes al respecto, pero todo indica que tras este espantoso suceso está la mano del príncipe y de sus servicios de inteligencia. Mohamed Bin Salman es libre de ir donde lo desee y, como representante de su país, también lo es de solicitar reuniones con otros líderes. Pero don Juan Carlos no es uno de ellos. La dignidad de jefe de Estado recae sobre su hijo Felipe.
Este viernes arrancará la cumbre del G20 en Buenos Aires, del que Arabia Saudí forma parte desde su fundación. Ahí estarán los presidentes de los países más importantes del mundo. También estará Pedro Sánchez, porque España es invitado permanente en las cumbres del G20. Bin Salman estrechará infinidad de manos, pero todo será por cuestión de Estado.
Lo de Juan Carlos en Abu Dhabi no fue una cuestión de Estado. Debió haberlo evitado. Si le unen con Bin Salman lazos de amistad, esa relación debe mantenerse en el ámbito privado y no salir de ahí bajo ningún concepto. No podemos escoger a los amigos de Juan Carlos de Borbón, pero sí recordarle que en su condición de Rey emérito las amistades no existen. Ni las buenas ni, como en el caso de Bin Salman, las malas. En la escena pública, el Rey emérito no solo tiene que serlo, sino además parecerlo.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.