Juan Pablo Colmenarejo | 15 de noviembre de 2018
Sostienen en varios de sus escritos los profesores Javier Redondo y Álvarez Tardío que Podemos se replegó tras quedarse sin sitio en el período que va desde las elecciones del 20 de diciembre de 2015 a la moción de censura que el 1 de junio de 2018 expulsa al PP del poder. Este movimiento táctico fue fruto de los errores cometidos por el propio Pablo Iglesias, que desnudó ante la opinión pública su ansia por asaltar el poder atravesando el camino más rápido. No midió el golpe y se eliminó de la escena. Dos años después, todo ha cambiado. No es casualidad que enarbole el cambio de régimen y la instauración de una república. Cree que es cuestión de tiempo y desgaste. Mientras tanto, aprovecha la posición de poder adquirida a la sombra del presidente del Gobierno y los movimientos del independentismo, como la creación de una comisión parlamentaria dedicada a investigar a la familia real, en su acoso a la corona como dique de contención de la Constitución de 1978. Conviene echar la vista atrás antes de llegar al punto en el que estamos ahora mismo.
Un Gobierno con el apoyo de la extrema izquierda tras una moción que nadie evitó
El viernes 22 de enero de 2016, el Rey realizaba su primera ronda de consultas como jefe del Estado. Tras recibir a Iglesias, se reunió con Pedro Sánchez antes de que el presidente en funciones, Mariano Rajoy, le dijera que no se presentaba a la investidura, al carecer de los apoyos suficientes. Durante el encuentro de Felipe VI con el secretario general del PSOE, Pablo Iglesias se exhibió junto a los suyos en el Congreso exigiendo a Sánchez el control de todo el aparato coactivo del Estado para alcanzar un acuerdo de investidura. Aquel acto de soberbia fue de inmediato una catástrofe para Iglesias, siempre partidario de los planes sin margen de error. Ante la opinión pública apareció desatado y sin medida. El acuerdo entre Sánchez y Ciudadanos acabó por sepultar a Iglesias entre sus propios errores. No dejar que el actual presidente del Gobierno lo fuera ya entonces, a pesar del acuerdo con Albert Rivera, fue el tropiezo que mandó a Iglesias al banco de los secundarios.
Lejos de moverse con astucia, en marzo de 2016 volvió a actuar otra vez sin mesura y cargado de rabia contra el PSOE de Sánchez. Iglesias, subido en la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados, pronunció un discurso rudo, canchero y rencoroso: “El problema es que le han prohibido pactar con nosotros, lo dijo el señor Felipe González, que tiene el pasado manchado de cal viva”. El PSOE se removió en los escaños rompiendo con Podemos, pero solo hasta la siguiente ocasión, que llegaría dos años después. Antes, hubo otro intento que nació frustrado. El 1 de octubre de 2016, el viejo PSOE impidió que Sánchez hiciera en ese momento lo que en la actualidad le consienten. El sanchismo fue expulsado, dejando a Iglesias en posición de repliegue a la espera de otra oportunidad. Entonces, Iglesias y los suyos empezaron a pensar que ya no iba a ser posible alcanzar el poder para cambiar lo que despectivamente llaman ‘el régimen’. La moción de censura a Rajoy, con el pretexto de la sentencia del caso Gürtel, sacó a Iglesias de esa posición para volver a creer que sí es posible echar abajo la democracia del 78.
Humillación al Rey y alegato contra Occidente, dos objetivos de la manifestación de Barcelona
Pablo Iglesias era un secundario cuando se reúne el líder de Esquerra Republicana, Oriol Junqueras, en casa del magnate Jaume Roures, la noche del 26 de agosto de 2017. Los tres se vieron tras participar en la manifestación contra la matanza terrorista de las Ramblas, ocurrida 9 días antes. Un acto que se transformó en una encerrona al Rey Felipe VI en pleno centro de Barcelona. Mucho de lo que ha sucedido después en la política española tiene que ver con las tres personas que se reunieron aquella noche. Del papel secundario no salió Iglesias hasta la firma del acuerdo con el Gobierno en el Palacio de La Moncloa el pasado 11 de octubre. El documento entre el Gobierno de España y Podemos no es solo para la aprobación del presupuesto. Hay un programa político mucho más amplio y un espacio en disputa entre ambos. Iglesias ha ejercido de gobernante negociando en nombre del Gobierno, aunque nadie explícitamente le adjudicara esa función. La negociación con el independentismo trata de “cuidar a este Gobierno”, preparando el día después de la sentencia del Supremo. Iglesias sabe que el PSOE está desaparecido y que hay un proyecto personal al frente de ese partido. El líder de Podemos ha aprendido a esperar y sabe que el tiempo y el cambio en la opinión pública conducen a que el PSOE se diluya en algo más amplio en esa parte de los votantes, pero bajo su control. No hay otro país donde la izquierda esté aliada con el nacionalismo.
La suma del sanchismo, el populismo y el independentismo bloquea cualquier alternativa de regreso al poder del centro derecha que, dividido y maltrecho, verá cómo toma forma el plan de Pablo Iglesias, quien incluso ya acepta participar en el reparto de los puestos del Poder Judicial. La democracia del 78 tiene en el Rey Felipe VI un cimiento regenerado. Pero hay 100 diputados en el Congreso contrarios a la monarquía parlamentaria de 1978. No es casualidad que haya recrecido desde Podemos el acoso a la corona para un cambio de régimen. A diferencia de enero de 2016, hay una estrategia mucho más pautada. Se trata de la ocupación del poder, apoyando a un Gobierno en minoría que toma decisiones por decreto, lo que ni mucho menos disgusta a Iglesias. Que las instituciones pierdan prestigio, como por ejemplo el Poder Judicial, abonan el camino. Iglesias vuelve a pensar que es posible conseguir lo que hace dos años era imposible ni siquiera de imaginar tras romper con el PSOE, echándole en la cara todo lo peor de su pasado. Si enseña la bandera de la República, es una señal de futuro, mientras Sánchez se gasta el presente.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.