Luis Núñez Ladevéze | 04 de diciembre de 2018
Las elecciones andaluzas han mostrado que hay perdedores patentes y perdedores ocultos tras la consulta electoral. Detectar a los ocultos es una lección destinada al aprendizaje de políticos sin fondo ni ideas. Solo se puede enmendar una derrota si se reconoce su causa.
Ahora, Pedro Sánchez, el noqueado perdedor patente, podrá aprender a distinguir qué separa a la realidad de los planes que urde para adaptarla a sus deseos. Periodistas, consultores y sociólogos no han sabido captar lo que aguardaba a la vuelta de la esquina electoral. Se han negado a ver lo que debió estar ante la vista de un observador solvente. Los profesionales de la información, del asesoramiento y de los estudios de opinión han engañado a su cliente. Han prefabricado un lenguaje políticamente correcto, un marketing de apariencias y han amañado las encuestas preelectorales. Han confundido al príncipe diciéndole solo lo que quería oír, vistiéndolo con atuendos biodegradables y adaptando sondeos a la medida de su interés, despreocupándose de medir la opinión real de los ciudadanos que pasean en las calles.
En el @psoedeandalucia hemos recibido el mensaje de la ciudadanía. Ahora toca garantizar la convivencia y el autogobierno e impedir que el gobierno de #Andalucía dependa de un partido extremista, machista, homófobo y racista. Hablaré con todas las fuerzas constitucionalistas. pic.twitter.com/MdzpRBQT3A
— Susana Díaz Pacheco (@susanadiaz) December 3, 2018
Una vez más, la opinión pública no es la opinión publicada. A la realidad no la enjaula el corsé del lenguaje políticamente correcto, la mercadotecnia de escaparate o la confección de sondeos ad hoc. No hay lazo que vincule un plan de acción a ninguna encuesta preestablecida. La ceguera más difícil de sanar es la que cubre la retina de nuestras propias creencias. La izquierda descreída solo cree en su propio plan, incluso después de que los resultados lo desmientan.
El PSOE de Pedro Sánchez es el perdedor patente de estas elecciones. Pero los perdedores ocultos tienen nombres propios. Primero, los fabricantes del lenguaje políticamente correcto. Se llaman RTVE y, tras ella, Cuatro, La Sexta, El País, la SER y otros más. Vilipendiaron a Vox por representar la “extrema derecha”, mientras silenciaban que la extrema derecha está hace tiempo encarnada en nombres catalanes como Jordi Cuixart, Quim Torra, Carles Puigdemont y compañía independentista. Cada vez hay más gente que lo sabe, pero ellos fingen ignorarlo. Impugnan a Vox mientras resucitan el franquismo muerto hace medio siglo, y aceptan que el independentismo imponga impunemente el catalán en Baleares y Valencia. Ignoran a Vox calificándolo de extremista, cuando premian a Podemos en la pantalla y jalean a la LGTB como si fuera un exponente moral. Aun suponiendo que Vox fuera la extrema derecha españolista, no ha puesto en entredicho, hoy por hoy, la legitimidad del texto constitucional votado hace cuarenta años por los españoles. Cosa que lleva haciendo la extrema izquierda podemita aliándose con el fascismo independentista catalán. Por si fuera necesario probar que algunos extremos se tocan.
La realidad no la dictan los comentarios, aunque sean los de los regidores de RTVE puestos por Rosa María Mateo; no está pendiente de las ocurrencias de Iván Redondo para vestir a su endeble muñeco; no se nutre de las encuestas, aunque sea Félix Tezanos quien las amañe. Estos son los tres nombres propios de los perdedores ocultos de las elecciones andaluzas. Los socialistas solo podrán reconducir su derrota si no equivocan el diagnóstico. La realidad es la que es, no la que a estos señores les gustaría que fuera. Y no hay otro modo de encontrar el remedio adecuado para sanar una enfermedad tan grave si no es acertando con el diagnóstico correcto, que nunca coincide con el lenguaje impuesto por la corrección.
Elecciones andaluzas. Las banderas de España se traducen en votos
Al perdedor obvio de esta cita electoral, no Susana Díaz sino Pedro Sánchez, no le queda tiempo para aprender la lección de que la realidad profunda no la hacen los medios de comunicación que envuelven las ficciones de Iván Redondo en el lenguaje políticamente correcto de RTVE. No basta repetir que Vox representa la extrema derecha para resolver el problema que Vox pone sobre la mesa ante el elector. Tampoco asegura la estabilidad del gabinete la mercadotecnia de apariencias progresistas de la cuota femenina ideada por Iván Redondo, frágil idea para un efímero fulgor de oropel. Y menos, las encuestas amañadas por Félix Tezanos. Solo un sociólogo crecido en el fanatismo puede creer que la realidad acaba adaptándose a su amaño. Tezanos ha hecho más daño al CIS que la sentencia de las hipotecas al Tribunal Supremo.
Si alguien tiene hoy que dimitir no es Susana Díaz. A ella la han dimitido inapelablemente y ya decidirá el PSOE en la contienda interna que se avecina cómo decidir entre Sánchez, el fabricante de la derrota, y Susana, la víctima propiciatoria. Tienen que dimitir Rosa María Mateo, urdidora de la jerga descalificadora y fracasada de RTVE; Iván Redondo, confeccionador de los fuegos fatuos de una mercadotecnia efervescente, flor de un día; y Félix Tezanos, que engañó al príncipe fabricando una ficción para adaptarla a sus deseos.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.