Hilda García | 10 de mayo de 2018
“No hay camino que no tenga fin”, afirmaba Séneca. Y es cierto. Ni siquiera el de los cobardes.
Tras casi 60 años de calvario, 853 víctimas mortales -955, según la Asociación de Víctimas del Terrorismo– y 358 casos sin esclarecer, ETA anuncia su disolución. Con su tradicional puesta en escena, esa siniestra pantomima que hemos visto una y otra vez, ha escenificado el fin de unas actividades criminales a las que, de manera torticera, la banda asesina llama “políticas”.
Que una ETA derrotada deponga las armas no sorprende a nadie. Lo paradójico es que la banda lo haya decidido tras un “referéndum” entre sus militantes. Va a resultar que aquellos que durante lustros han impuesto la dictadura del terror son ahora demócratas. Vivir para ver.
En el fondo, la sanguinaria banda ha sido -y es- un grupúsculo de títeres sin oficio ni beneficio cuya estulticia abonó el terrero para que un puñado de desalmados les lavara el cerebro. Está visto que consideraban más heroico -entiéndase, más rentable- acabar con vidas humanas en nombre de una quimera que ganarse la vida dignamente en oficios humildes, el inevitable destino que les esperaba si colgaban las armas.
Desde hace ya mucho tiempo, el grupo terrorista viene ocultando el fracaso de su innoble “causa” con bochornosos anuncios a plazos: que si el cese definitivo de sus actividades (octubre de 2011), que si un desarme (abril de 2017), que si la disolución (mayo de 2018)… Ahora, en un fallido intento de salvar la dignidad que nunca tuvieron, utilizan el manido recurso de “no me echas tú, me voy yo”. Cuando quiero y porque quiero… y con la cabeza muy alta.
Aún recordamos aquella época aciaga en la que el terrorismo etarra era la principal preocupación de los españoles. Aquellos años en los que convivíamos con el miedo: miedo a pisar un aeropuerto o una estación de tren, miedo a visitar un centro comercial, miedo a salir a la calle…
Nunca podremos olvidar las imágenes -entonces explícitas- de sus innumerables atentados. Casos terribles, como la matanza de Hipercor, su golpe más sangriento, que causó la muerte a 21 personas e hirió a otras 45. O la lenta agonía de Miguel Ángel Blanco, retransmitida paso a paso. O la liberación de José Antonio Ortega Lara, secuestrado durante 532 días en un zulo inmundo en condiciones infrahumanas, mientras los presos de ETA se quejaban de las cárceles de cinco estrellas en las que vivían a la sopa boba. Y tantos otros que llevaría páginas y páginas enumerar.
También tenemos grabada en la retina la otra cara de la moneda: la sonrisa burlona de Iñaki de Juana Chaos -condenado a más 3.000 años por 25 asesinatos-, desde su dorado exilio. O la de Josu Uribetxebarria Bolinaga, responsable de varios asesinatos y secuestros, entre ellos el del propio Ortega Lara. El mismo que pedía clemencia para salir de la cárcel por motivos de salud era el que había intentado dejar morir de hambre al funcionario de prisiones. Y consiguió su propósito de obtener el tercer grado. ¡Qué impotencia y qué humillación para las víctimas!
ETA manda flores a su funeral . Fin a una criminal locura que tiñó de sangre España
Y tanta sangre derramada, ¿para qué? Los terroristas no han logrado su irracional objetivo independentista de acabar con España. Por el largo camino, han dejado un reguero de muertes, mutilaciones, secuestros… Cientos de víctimas directas. Varios miles, si contamos a los familiares. Millones, si incluimos a la sociedad española en su totalidad.
Sus chantajes y amenazas no han podido vencer al Estado de derecho. Bien al contrario, han sido un revulsivo que ha conseguido unir a los demócratas. Frente al estruendo de sus bombas y sus tiros, el grito unánime de los inocentes. Frente a sus manos rojas teñidas de sangre, las manos blancas en señal de repulsa de la barbarie. Frente a la violencia, el peso de la ley.
Llegó la hora de los que matan de un tiro aleve en la nuca, de los que ocultan sus rostros con pasamontañas y verdugos. Si tan orgullosos están de su “causa”, ¿por qué no enseñan sus caras?
Son los mismos que se derrumbaban en los interrogatorios policiales, los mismos que no dudaban en delatar a sus “hermanos en el crimen” cuando se veían acorralados. En manada y con una 9 milímetros Parabellum en la mano todos somos muy valientes.
La petición de perdón de ETA es un simple velo que enmascara su reivindicación separatista
Esperemos que la desmemoria histórica tan de moda en los últimos tiempos no oculte las atrocidades de la sanguinaria banda. No nos engañemos: aunque queramos ponernos una venda en los ojos, la historia no se puede borrar. No debemos ocultarla, sino tenerla presente para aprender de nuestros errores y no volverlos a cometer.
Las nuevas generaciones no han experimentado el terror en sus carnes, pero han de saber lo que sufrió la sociedad española durante tanto tiempo. ¡Lo que hubiéramos dado por vivir una auténtica rendición de ETA en los años más crueles del terrorismo! Pero ahora, una vez desarticulada la banda, disolverse era su única salida, la crónica de una muerte anunciada.
ETA se marcha por la puerta de atrás -esperemos que no sea giratoria-, pero deja una indeleble estela criminal. Sus reivindicaciones siguen vivas y los herederos de los terroristas han alcanzado las instituciones gracias a formaciones como Bildu y sus satélites. Su pretensión se centra ahora en iniciar un procés vasco y conquistar la calle mediante una lucha al más puro estilo catalán.
La Iglesia celebra el final de ETA . Los obispos vascos y navarros piden perdón por sus errores
Decía Victor Hugo: “Si tenéis la fuerza, nos queda el derecho”. Y así debe ser. Hay que resolver los casos pendientes y juzgar a los responsables. La memoria de las víctimas así lo exige. Nada de medidas de gracia, nada de beneficios penitenciarios. No lo merecen. Nada de acercamiento de presos para aquellos que la única ley que conocen es la del embudo. ¿Quieren estar cerca de sus familias? Pues las familias de los inocentes a los que han matado no podrán estar jamás junto a ellos. No es venganza, es justicia.
Todo camino tiene un final y a ETA también le ha llegado su hora: la hora de los cobardes.
Algunos quizá sean capaces de perdonar, pero que nadie olvide.
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