Ainhoa Uribe | 24 de marzo de 2017
En el país de los tulipanes, los molinos y los quesos, hemos estado a punto de vivir una auténtica revolución política: las encuestas vaticinaban la victoria del partido xenófobo, antieuropeísta y de ultraderecha de Geert Wilders (PVV).
La presión de la inmigración y el rechazo a los partidos tradicionales parecían que iban a hacer estragos en la nueva legislatura, en un país donde los ciudadanos están muy satisfechos con su nivel de vida, pero no tanto con sus políticos. Sin embargo, los holandeses han optado por un voto menos emocional y populista, saliendo en masa a votar (con una participación del 82%), con objeto de garantizar la estabilidad, por un lado, y de sacudir las conciencias de los partidos tradicionales, por otro.
Las celebraciones por la victoria del liberal y primer ministro Mark Rutte (33 escaños) han sido numerosas: Europa despertaba aliviada por los resultados, las bolsas también y los propios partidos holandeses se mostraban reacios a llegar a un acuerdo de coalición con Wilders. Pero la historia no termina aquí. Es cierto que Rutte ha ganado, como también lo es que ha perdido muchos votos por el camino y que necesita un pacto de gobierno. Al mismo tiempo, los socialdemócratas (PvdA) se han desplomado (pasando de tener 38 a 10 escaños) y no tienen opciones como socios de gobierno.
En paralelo, frente a los partidos tradicionales, crecieron los partidos nuevos y las formaciones antes minoritarias. Para muestra un botón: Geert Wilders obtuvo 20 escaños (5 más que en la pasada legislatura); los democristianos (CDA) ganaron 6 escaños adicionales, situándose como tercera fuerza política con 19 escaños; la Izquierda Verde (Groenlinks) fue otra de las sorpresas, al romper un techo histórico, creciendo de 4 a 14 escaños; el Partido Senior, orientado a los mayores de 50 años, duplicó sus escaños (de 2 a 4); el Partido Animalista pasó de 2 a 5 escaños; Foro para la Democracia (populista de derechas) obtuvo 2 escaños; y 3 fueron para el partido antirracista creado por inmigrantes turco-holandeses de segunda generación (DENK).
Este panorama deja en evidencia que aún es pronto para echar las campanas al vuelo. Los resultados electorales han dejado un escenario político difícil y complicado, en la medida en que hará falta llegar a un acuerdo de gobierno que sume 4 o más partidos (hasta llegar a 76 escaños), para evitar nuevas elecciones.
El panorama de Holanda pinta más complejo que en años anteriores, deben sumar muchas fuerzas cuyos programas son opuestos entre sí para poder formar una coalición
Las negociaciones serán largas. Los holandeses están acostumbrados a ello, ya que su sistema electoral es extremadamente proporcional, lo que imposibilita la formación de gobiernos de mayoría absoluta e incluso dificulta llegar a gobiernos de mayoría simple en solitario (al combinar la ausencia de barrera electoral efectiva con un distrito electoral único de gran tamaño, en lugar de con una barrera del 3% de los votos y unos distritos pequeños como ocurre en España).
Pero, en esta ocasión, el panorama pinta más complejo que en años anteriores. Ahora no se trata de convencer a 2 o 3 partidos para formar una coalición, sino de sumar a muchas fuerzas cuyos programas son opuestos entre sí. Lo que todos tienen claro es que Wilders no será invitado a la fiesta. Lo que no nos queda tan claro es si todos los invitados serán capaces de entablar una conversación amistosa y establecer buenas relaciones duraderas en el tiempo.
Los holandeses han optado por un voto menos emocional y populista, saliendo en masa a votar, con objeto de garantizar la estabilidad y de sacudir las conciencias de los partidos tradicionales
Desde la reciente coalición (2012-2016) entre liberales y socialdemócratas, la última vez que los holandeses fueron capaces de agotar una legislatura fue en 1998. Veinte años de pactos de gobierno son muchos años y la historia parece que ha dejado su poso en los holandeses, por lo que han premiado la estabilidad a la que les ha llevado el primer ministro Rutte, pese a los recortes y enfrentamientos internos en la coalición durante estos años por la crisis económica y los escándalos de corrupción.
El caso holandés es un ejemplo más del avance del populismo que acecha a Europa. Wilders ha quedado fuera de juego, aunque con una fuerte presencia política en el Parlamento. España y la irrupción de Podemos es otra muestra de la que se avecina. ¿Y Francia? Francia es la siguiente parada electoral. Los escándalos de corrupción de los partidos tradicionales franceses (como el protagonizado por el candidato presidencial de la derecha, François Fillon, o el del ministro del Interior Bruno Le Roux) pueden favorecer el avance del populismo de Le Pen y el ascenso de un nuevo fenómeno político: el socio-liberal Emmanuel Macron. Las encuestas sitúan ligeramente por delante a Emmanuel Macron en la primera vuelta del 23 de abril, con un 26,5% de los votos frente al 26% de Marie Le Pen, pero ambos tienen muchas opciones sobre la mesa. El tiempo dirá si las encuestas aciertan o no en esta ocasión.