Jorge del Corral | 14 de mayo de 2018
Bueno, pues ya pasó una edición más del Festival de Eurovisión, esa gigantesca operación de marketing que organiza cada año la Unión Europea de Radiodifusión y orquestan las televisiones públicas de 43 países y otras tantas empresas discográficas y productoras para conseguir audiencias récord y réditos económicos a paladas.
Han transcurrido 57 años desde que España debutó en 1961 en Cannes (Francia), con la canción «Estando contigo», interpretada por Conchita Bautista (noveno puesto), y 62 desde que el festival inició su andadura el 24 de mayo de 1956, en Lugano (Suiza), con siete países participantes: Alemania Occidental, Bélgica, Francia, Luxemburgo, Países Bajos, Suiza e Italia. Y lejos quedan también las dos victorias consecutivas de España (Londres, 1968, con la composición «La, la, la», interpretada por Massiel, y Madrid –Teatro Real-, 1969, con «Vivo cantando», glosada por Salomé) y esa escenografía elegante y sobria de los inicios y de los festivales de música de entonces, como San Remo o Benidorm, con los que se pretendía la internacionalización de las fórmulas musicales ligeras.
¿Dónde está nuestro error…? ¿Sin solución? . De la mediocridad al bochorno en Eurovisión
El pasado sábado día 12 compitieron 43 países de cuatro Continentes, España (la nación con más participaciones consecutivas:57) siguió formando parte, con Alemania, Francia, Reino Unido e Italia, del grupo “Big Five”, que son aquellos países que pasan directamente a la final, sin competir en las dos semifinales previas, y la escenografía y realización rebosaron pirotecnia y efectos especiales, aunque no tan mareantes como en la enloquecida edición de 2017, en Ucrania; mientras la indumentaria de los participantes, mezcla en algunos casos de cantantes y actrices, recorrió alternativamente la pasarela entre el extremo de la máxima exquisitez y el opuesto de la más exaltada extravagancia y vulgaridad.
España cosechó 61 puntos, que le otorgaron el puesto 23, de 26 participantes en una final ganada por Israel, con 529 puntos. Pero para nuestro país, esta edición de Eurovisión ha trascendido también por un hecho insólito: RTVE, la productora Getsmusic y la discográfica Universal eligieron para representarnos a un joven independentista catalán salido del pujante horno secesionista de la reputada marca Pujol-Mas y Cía.: Alfred García, al que emparejaron con la navarra Amaia Romero (¡qué casualidad!) y para los que construyeron un empalagoso y artificial nido de amor con la más depurada técnica del actual marketing de sentimientos, incluido el acrónimo AlMaia con el que se les nombra a ambos. Las consecuencias de esta técnica han sido mesnadas de adolescentes de toda España enloquecidas por la pareja, su falso romance y su ñoña y cursi composición melódica, y miles de espectadores de TVE enfurecidos por haberles metido a los novios hasta en la sopa y que desertaron en masa de programas informativos y de actualidad ante tanta insistencia y falta de decoro.
Escribir Eurovisión sin ñ . Disfrazarnos y renegar de nuestra esencia conduce al fracaso
La clasificación ha sido la que ha sido y el devenir de los nuevos amantes de Teruel durará lo que dure, pero Alfred y Amaia tienen cuerda para rato, juntos o separados, merced a la formidable promoción de los últimos meses y a la que aún les espera a lomos de TVE, la discográfica y la productora. La explotación del éxito, que diría Clausewitz.
Las mentes más lúcidas siempre han dicho que los españoles somos los mayores culpables de que permanezca la leyenda negra contra España y por eso, como en este caso, tiramos piedras contra nuestro propio tejado. Por si no tuviéramos poco con las huestes de Carles Puigdemont y su poderoso frente mediático, TVE se sumó involuntariamente a la fiesta y optó por un cachorro secesionista que para ciscarse más en todos los españoles (¿o es bobo de baba?) regaló el día de San Jorge a su atolondrada paloma el libro del también independentista catalán Albert Pla titulado España de mierda, que en palabras de la churri sería “mi amuleto en Lisboa”, aunque a última hora recapacitó y lo cambió por el dedal de su abuela, que tampoco le dio suerte, que digamos. Todo muy mono, muy tierno, muy buenista y superguay.
La “España de mierda” de Alfred, representante de una televisión pública que pagamos todos
Y me pregunto, ¿otra televisión pública estatal hubiera designado y promocionado a un independentista para representarle y que vuele alto mientras se cisca en su nación? No hay duda de que a los máximos responsables de RTVE se la han metido doblada y cuando ya era tarde para cambiar el caballo, pero a los listos que les han hecho la cama y a los indolentes que miraban para otro lado cuando se fraguaba la vesania habrá que pedirles responsabilidades. Como habrá que reclamarlas a quienes hace unos meses eligieron a otros independentistas catalanes para hospedarse en las bases antárticas españolas Juan Carlos I y Gabriel de Castilla, en donde habitan unas 30 personas durante el verano austral.
En la Juan Carlos I, ocho científicos (cinco hombres y tres mujeres, todos son su lacito color pájaro canario), se fotografiaron delante de los pingüinos y detrás de una pancarta en la que se leía Libertad Presos Políticos y al lado las caras (duras) de los Jordis. Y en la Gabriel de Castilla, la investigadora principal del proyecto Bluebio de la Universidad de Barcelona, Conxita Ávila Escartín, lució en el pecho “desde el 23 de febrero de 2018 un distintivo visible y de manera permanente en las zonas comunes, como módulos de vida y laboratorio científico, etc. con un lazo amarillo y un pin con una bandera estelada”, haciendo caso omiso de la petición verbal y por escrito que el 28 de febrero le notificó el Comandante Jefe de Base, Valentín Carlos Beneitez Martínez, en presencia de la científica de la Universidad de Cádiz Olga Luengo Sánchez y del comandante del Ejército de Tierra (ET), Jefe del área de logística, Miguel Sancho Herranz, para que depusiera su actitud por “constituir una continua manifestación política contraria al Código de Conducta, así como contraria a la estricta neutralidad política que se le debe exigir a una instalación gestionada por el ET ”.
El Código de Conducta (Anexo B de la Norma de Activación de la XXXI Campaña Antártica del ET) aprobado por la División de Operaciones del ET y difundida en la página WEB del comité polar, señala como CONDUCTA INTOLERABLE:
– “Emitir manifiesta y públicamente expresiones contrarias, realizar actos irrespetuosos o adoptar actitud de menosprecio hacia la Constitución, la Corona y demás órganos, instituciones o poderes del Estado; la Bandera, Escudo e Himno nacionales; las Comunidades Autónomas, Ciudades con Estatuto de Autonomía o Administraciones Locales y sus símbolos; las personas y autoridades que las representan, así como las de otras naciones u organizaciones internacionales”.
– “Que dicha conducta –sigue el escrito- ha alterado la normal convivencia de la base, siendo todos, científicos y militares, conscientes de la continua provocación que supone mostrar los mencionados símbolos políticos, si bien no se ha producido ninguna situación grave de convivencia”.
“Por todos estos motivos –termina la notificación- se solicita al Comité Polar Español que tome las medidas oportunas para que los citados incumplimientos del Código de Conducta de la Base no puedan repetirse en próximas campañas.
“Lo que pongo en su conocimiento y procedo a informar a la autoridad polar y a la cadena de mando del ET”.
Base Gabriel de Castilla (isla Decepción*, Antártida), a 11 de marzo de 2018.
El Comandante Jefe de Base
Fdo.: Valentín Carlos Beneitez Martínez
Como pide el escrito, esperemos que hechos como estos no vuelvan a repetirse en Eurovisión ni en las bases antárticas ni en ningún otro lugar que represente a España porque o somos torpes o es que nos gusta jugar con fuego para quemarnos.
* Cabe más decepción para un militar que la afrenta a su patria se haga en la isla Decepción.
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