Juan Pablo Colmenarejo | 29 de junio de 2017
Cuando en Bruselas, Alemania y Francia empezaban a reorganizar Europa desde el centro político, algo diferente, una vez más, ocurría al sur de los Pirineos. La socialdemocracia europea ha comenzado la reconversión alejándose de dogmas del siglo XX y puños en alto. En la española, se debate cómo salir por el carril más a la izquierda y, así, no caer en la irrelevancia de socialistas franceses, holandeses, ingleses incapaces de ganar a la peor candidata conservadora y alemanes que no han sabido aprovechar la oportunidad brindada por la canciller Angela Merkel desde hace un año.
La izquierda ha visto cómo el centro derecha les ha arrebatado la custodia del Estado del Bienestar. Han aguantado mejor la crisis del euro. De hecho, partidos como el PP en España ya no son, en la práctica, liberales sino socialdemócratas en la mayoría de sus políticas económicas y sociales. No les gusta que los definan como tales, pero les sirve para huir del estigma de ser considerados demasiado conservadores actuando como si fueran socialistas de manual. Es, por tanto, que la izquierda en general, y la española en particular, ha visto achicado el espacio del centro izquierda.
A diferencia de otros países europeos, los resultados electorales lo demuestran, los fuegos del populismo de la extrema derecha se van a apagando. Dependerá, y mucho, del éxito o fracaso del experimento Macron [Emmanuel], cuya energía ha puesto en marcha incluso al conjunto de la Unión Europea. El presidente de Francia, junto a la canciller alemana, con buenas perspectivas en las legislativas de septiembre, se han puesto manos a la obra para recuperar la confianza de las clases medias en el sistema y, especialmente, en el proyecto europeo. La Unión Europea se reorganiza buscando más unión y, por lo tanto, mayor soberanía compartida. En ello estaban los líderes europeos en las mismas horas que el PSOE en España iniciaba la competencia con los antisistema para ir acercándose a Podemos y conseguir arrebatarle los votos que los socialistas consideran prestados. Para ello, Pedro Sánchez ha puesto en marcha un programa político que disputa a Podemos la hegemonía en su terreno. Por lo tanto, se puede decir que, para empezar, el PSOE se va a la extrema izquierda, se lo han pedido los militantes, como primera maniobra. Es donde está el combate, es decir, los votos necesarios.
En el mitin con el que Pedro Sánchez cerró el 39º congreso del PSOE expuso el único objetivo. Hay que llegar a La Moncloa y, para ello, los votos del PSOE tienen que ser más que los de Podemos y confluencias. Ni siquiera necesita ganar las elecciones. Basta con sumar más. Para ello, desglosó una serie de enunciados, entre los que estaba su renuncia a participar en la gran coalición europea que se está reorganizando en torno al eje franco-alemán. La decisión del PSOE de no apoyar el tratado de Libre Comercio Unión Europea-Canadá no es más que el principio de ese movimiento que escora el barco a unas aguas donde no tendrá más remedio que chocar con Podemos para disputar la hegemonía. Podemos, es decir, Pablo Iglesias, le irá sembrando la ruta de minas. Sánchez va a esquivarlas a base de propuestas que superen las de Podemos en muchas ocasiones. En la reunión de la ejecutiva del lunes 26 junio de 2017, la mayoría de los asistentes apostó de manera absoluta por el ‘no’ al Tratado con Canadá, pero el compromiso de Sánchez con la abstención ante el comisario de Economía, el socialista francés Pierre Moscovici, impidió el cambio absoluto. El PSOE ha decidido ser Podemos, pero usando una marca mucho más consolidada en el panorama político español.
.@sanchezcastejon: El enfrentamiento entre las izquierdas solo lleva ganancia a la derecha. Yo voy a trabajar por el entendimiento
— PSOE (@PSOE) June 27, 2017
Además de adoptar una posición económica que devolvería a España a un modelo precrisis y en tensión dentro del euro, Sánchez abre otro flanco con la plurinacionalidad del Estado, que vacía de contendido el artículo 2 de la Constitución. El PSOE, como en general la izquierda en todo el mundo, se vuelve a equivocar al hacer del sentimiento una política. No hay identidades que hagan distintos a unos españoles de otros. Aceptar eso es ubicarse en posiciones de derechas nacionalistas no demasiado lejanas. Cuando se compara a Cataluña con Dinamarca y a España con el Magreb, no se está muy lejos de la xenófoba Liga Norte italiana cuando desprecia a sus conciudadanos del sur. Deben tomar nota los que se bautizan como progresistas que, en ocasiones, pisan el terreno de posiciones prefascistas.
Ha quedado claro, en menos de una semana, que Sánchez tiene una táctica y ha dejado para más adelante la demostración de la existencia de una estrategia. Ha cambiado después de la defenestración del 1 de octubre de 2016. Se va a exponer mucho menos y va a irse a acercando a Podemos hasta ponerse tan cerca que a los votantes les será difícil la distinción. La pelea acaba de empezar y solo algún amago de rebelión a bordo, con la convocatoria de elecciones autonómicas anticipadas por parte de algún barón derrotado, puede entorpecer el rumbo. ¡Todo a babor!
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.