María San Gil | 08 de marzo de 2019
Un año más, ha llegado el 8 de marzo y parece que saltan todas las alarmas para que nos acordemos de la situación de la mujer en España. Y, un año más, seremos muchas las mujeres que sintamos auténtica vergüenza al ver cómo nos intentan manipular y dirigir aquellas que consideran que, para ser una buena mujer, una autentica feminista, hay que menospreciar e infravalorar a los hombres. Vergüenza al ver que nos meten a todas en el mismo saco y que dividen el mundo de un modo simplista entre mujeres -buenas- y hombres -malos-.
Tengo la inmensa suerte de haberme criado con tres hermanos que han sido educados y queridos exactamente igual que yo, soy afortunada de tener un marido que me valora, me apoya y se siente feliz de compartir su vida conmigo y tengo un hijo que respeta a su hermana y ambos saben que tienen las mismas oportunidades. Quizá yo sea una excepción, pero no lo creo. Me parece que la inmensa mayoría de mujeres sabemos que somos diferentes a los hombres, pero queremos convivir con ellos en igualdad de condiciones: mismas oportunidades, mismos derechos, pero también mismas obligaciones. No creo en los derechos de género, sino en los derechos de las personas. ¿No habremos llegado hasta aquí para intentar ahora que sean los hombres quienes tengan menos derechos que nosotras? ¿O sí? Los hombres no son nuestros enemigos, son nuestro complemento y, por eso, me niego a entrar en guerra con ellos.
Huelga feminista . Voces de mujer argumentan a favor y en contra de la convocatoria del 8M
La huelga del día 8 de marzo no contará, desde luego, con mi adhesión, porque creo que trabajar el día 8 de marzo será honrar a todas esas mujeres que lucharon y pelearon para que nosotras hoy podamos disfrutar de todo aquello que nos merecemos y que ya disfrutamos gracias a ellas. Para que hoy podamos ser lo que elijamos ser. ¡¡Claro que queda mucho por hacer!! Sin duda. Sin embargo, yo me atrevo a poner el acento hoy en otros terrenos de los que nunca se habla.
Desde luego, no en el aborto como derecho, ni en los vientres de alquiler, y sí en la conciliación de la vida familiar y laboral, en la posibilidad de poder criar a nuestros hijos sin tener que renunciar al ascenso laboral o pudiendo libremente renunciar a él, si así se quiere. Pondría el acento en el papel de la mujer como eje de la vida familiar, en su irrenunciable aportación a conseguir que la familia siga siendo el eje vertebrador de nuestra sociedad, al privilegio de poder ser madres, dar a luz y educar a nuestros hijos.
A educarlos en la igualdad, dentro de sus diferencias, diferencias que no solo son de género porque, como dice Jacques Philippe, “hay más diferencias entre las almas que entre los rostros”. Porque, en definitiva, somos nosotras quienes, en casa, les transmitimos el modelo de familia y de sociedad que queremos que ellos construyan. No sé si muchas de estas feministas son conscientes de la labor, insustituible, de las mujeres en la educación de los hombres y mujeres del futuro. De la labor que ya hemos realizado para llegar a donde hemos llegado y de la autocrítica que, como mujeres, quizá deberíamos hacer. No toda la responsabilidad es de los hombres, algo habremos hecho también nosotras. Negar esta evidencia es considerar a las mujeres menores de edad sin capacidad de actuación e influencia en la sociedad, ni siquiera en nuestros propios hogares.
Un año más, tendremos que escuchar soflamas y reivindicaciones demagógicas que no responderán a la demanda de muchas de nosotras. Se lucha contra el capitalismo y contra el heteropatriarcado como enemigos de la mujer, en un revoltijo conceptos y de lugares comunes en el que solo la izquierda, en su previsible corrección política, se siente cómoda. Hay que seguir el guion de la ideología de género como si no hubiera otro, guion en el que los hombres, por el mero hecho de serlo, se convierten en nuestros enemigos, hasta el punto de hacerles perder su presunción de inocencia, garantía básica en un Estado de derecho. Me horrorizan los asesinatos de mujeres, he defendido siempre -y sigo haciéndolo- el derecho a la vida de todo ser humano. Apoyo sin reservas todas las medidas institucionales -eficaces y reales- para combatirlos.
Sin embargo, discrepo en la raíz machista de estos actos execrables. Creo que la educación en casa, dentro de las familias, es el arma más poderosa contra los que se creen con el derecho a quitar la vida de los demás. Y en ese terreno es en el que hombres y mujeres, pero particularmente nosotras, tenemos la sartén por el mango.
Debemos educar a nuestros hijos en el respeto hacia los demás, pero también en el respeto hacia uno mismo. Las relaciones humanas se forjan y se transmiten en casa y, salvo excepciones patológicas, lo que nuestros hijos han visto en casa lo reproducirán en su entorno social. Las medidas paliativas son necesarias -dado el punto en el que nos encontramos-, pero en las casas, en las familias, es donde debemos transmitir unos y aprender otros, el modelo de relaciones humanas que harían, sin duda, de nuestra sociedad una sociedad más justa y mejor.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.