Antonio Martín Puerta | 10 de marzo de 2019
No son pocas las personalidades políticas relevantes del siglo pasado que, habiendo sido notable su repercusión, han quedado en el olvido. Ejemplo claro de esos casos es el de Fermín Sanz-Orrio (1901-1998), ministro de Trabajo entre 1957 y 1962. Pero si sobre las fases inicial y final del régimen de Franco se ha escrito mucho, no sucede lo mismo con la etapa intermedia, siendo esta obra aclaratoria sobre tal momento.
El libro recoge memorias personales, una larga entrevista que cuando tenía 96 años le hizo la familia, recuerdos de esta sobre él y un texto sobre el sindicalismo vertical. Predomina un formato no estructurado en modo académico, pero sí vívido y expresivo de una realidad histórica.
Sanz-Orrio era hijo de militar carlista, abogado del Estado desde 1926 y purgado de tal cuerpo en 1936 por ser el jefe local de Falange en Pamplona, que no alcanzaba los cien afiliados en ese lugar al inicio de la guerra. Sus observaciones sobre la situación a partir de la sublevación de julio son significativas: “Todo se hizo muy mal…”, “El movimiento fue un fracaso”, “Ellos, como nuestra gente, tampoco tenían preparación…”. Recalcando la contribución central de Navarra en el movimiento militar, particularmente por los numerosos voluntarios carlistas y una Falange en constante alza en toda la zona controlada por el Ejército.
Si algo queda en claro es la constante preocupación de Sanz-Orrio por lo social. Ya en 1929 fue vicepresidente de la Agrupación de Comités Paritarios de Pamplona, siendo ulteriormente delegado de la Organización Sindical de FET y de las JONS en Navarra, Barcelona y Madrid. Tras una breve etapa como gobernador civil, fue nombrado delegado nacional de Sindicatos en 1942. Por tanto, uno de los artífices centrales de la estructuración del sindicalismo vertical, elemento que merece una breve reflexión.
“14 de abril. La República”. Una serie que se acerca a la compleja España del 36
Porque si bien Falange y sus organizaciones vinieron a sufrir un proceso declinante con una progresiva pérdida de protagonismo, la Organización Sindical fue uno de los elementos centrales en la promoción de una política social sin la que no puede explicarse el notable grado de aceptación del sistema. No pocos hitos son aludidos: así, entre otros, la Ley de Procedimiento Laboral, la creación de las universidades laborales, la Ley de Seguro de Desempleo, las mutualidades agrarias y otras, el régimen de ayudas familiares, el seguro obligatorio de enfermedad o la Ley de Inspección de Trabajo.
Hay un aspecto al que no se hace referencia en la obra, pero que ha de ser recordado. Sanz-Orrio es nombrado ministro de Trabajo en 1957, teniendo como colegas de gabinete, entre otros, a Mariano Navarro Rubio –en Hacienda- y a Alberto Ullastres Calvo, en Comercio. Representantes de otra “familia” del sistema, la de los llamados “tecnócratas”, promotores de la exitosa modificación de rumbo económico. Para ellos han sido todos los reconocimientos, pero el drástico Plan de Estabilización de 1959 suponía un fuerte sacrificio social.
Conviene aludir a lo que Mariano Navarro Rubio dejaría escrito en sus Memorias: “En la batalla de la estabilización, el ministro de Trabajo, Fermín Sanz Orrio, tuvo que jugar el papel más desagradable. He leído en alguna parte que en política no hay antihéroes, pero lo cierto fue que mi buen amigo Fermín interpretó este papel, resistiendo los embates de ese difícil y bronco mundo de los trabajadores, comprendiendo muy bien las exigencias de los ministros de Hacienda y Comercio y sometiéndose sin dificultades a nuestras respectivas políticas”. Efectivamente, fue Sanz-Orrio un elemento necesario aunque poco recordado.
El texto indicado no deja de ser una interesante contribución al conocimiento de esa etapa central del régimen de Franco, que no es precisamente la más estudiada, pero sin la que no se puede entender la totalidad del período.