Ainhoa Uribe | 28 de febrero de 2019
Venezuela vive un momento crítico: mientras el régimen bolivariano intenta por todos los medios anquilosarse en el poder al precio que cueste (lo que incluye el uso de la violencia contra civiles desarmados y dejar morir de hambre o enfermedad a cerca de 300.000 personas), la oposición busca el apoyo internacional e intenta desesperadamente hacer que la ayuda parada en la frontera colombiana llegue a la ciudadanía.
Tras la proclamación de Juan Guaidó como presidente interino hace un mes, reconocido por el Parlamento venezolano y por numerosos terceros Estados, los acontecimientos parecía que se precipitaban y que el régimen se desmoronaría en horas o en días. Sin embargo, la caída del régimen no avanza al ritmo esperado. ¿La razón? El Ejército. El régimen chavista se ha apoyado en las Fuerzas Armadas y en la Guardia Nacional para mantener el orden y evitar la disidencia.
Guaidó, presidente interino de una Venezuela usurpada por Maduro
A ellos se añaden otros grupos o bandas de delincuentes callejeros, llamados “colectivos”, que imponen por la fuerza la sumisión al Gobierno en los barrios y que están siendo responsables también de buena parte de la violencia y de las muertes durante las recientes protestas. Pero Maduro ha sabido pagar estos favores. Ha promocionado a numerosos soldados, otorgándoles el grado de oficial (hay ya cerca de 2.000 oficiales en Venezuela, mientras el Ejército de Estados Unidos tiene 900 generales). Muchos de los altos cargos del Ejército tienen acceso a dólares a precios irrisorios. El Ejército controla también el lucrativo negocio de la distribución de alimentos.
Solo los soldados de menor categoría sufren la escasez de productos, aunque en menor medida que el conjunto de la ciudadanía. Así, se entiende el reducido número de deserciones en el seno del Ejército, ya que tan solo 60 militares se han puesto del lado de Guaidó. El resto se mantiene fiel al presidente Hugo Chávez. Sea por miedo al futuro, sea por miedo a su pérdida de poder o sea por convicción, lo cierto es que si el pilar militar sigue sustentando al régimen es difícil que haya una solución óptima al problema.
Los venezolanos reconocemos la valentía y espíritu patriota de los más de 160 soldados y policías que el día de ayer se pusieron del lado de la Constitución.
— Juan Guaidó (@jguaido) February 25, 2019
Muchos más seguirán su ejemplo.
¡Juntos lograremos la libertad y el rescate de Venezuela! pic.twitter.com/YD8PqOEI7t
Los jóvenes soldados podrían izar la bandera de la libertad, en la medida en que sufren también privaciones, como en su día ocurrió en la Revolución de los Claveles de Portugal, de la mano de los capitanes. Los mandos intermedios venezolanos pueden y deben jugar un rol clave para la quiebra pacífica de la Revolución bolivariana, pero esto no está ocurriendo y el país no puede esperar mucho más.
¿Qué opciones de futuro tiene? El plan A consiste en que el pueblo y el Ejército pasen, pacíficamente, al lado de Guaidó. El plan B es más complejo e incluso peligroso.
El plan de transición óptimo es aquel que se ejecuta por la propia sociedad civil, por los venezolanos, lo que incluye a las fuerzas de la oposición con legítima representación en el Parlamento y a la ciudadanía, los hombres y mujeres que llevan años sufriendo la represión del régimen y la falta de suministros básicos. Si el Ejército los apoyara, la transición sería rápida y sencilla. Un plan B alternativo no es una buena opción, ya sea porque incluya la fuerza a nivel interno, ya sea porque estemos hablando de una intervención externa.
Las transiciones exitosas, como han puesto de manifiesto en numerosas ocasiones politólogos de la talla de Juan José Linz o Alfred Stephan, son aquellas que se producen de forma pacífica, ya sean desde abajo (sociedad civil) o a través de un pacto entre fuerzas de la oposición y fuerzas del régimen (como ocurrió en España en la Transición). Por el contrario, si hay agentes externos implicados o si hay violencia, un nuevo régimen no se legitima tan fácilmente, bien porque se considera impuesto desde fuera, bien porque se produce una espiral creciente de violencia de una parte de la sociedad contra otra.
Los llamamientos a “próximas acciones” por parte de Guaidó y la comunidad internacional deben tener en cuenta que todo Plan B es un arma de doble filo. La transición ha de ser pacífica (o, al menos, todo lo pacífica que se pueda desde la oposición) y debe venir de la mano de los venezolanos. El Plan B debe girar en torno al reto de convencer a parte del Ejército para defender el Estado de derecho del lado de Guaidó.