Antonio de la Torre | 31 de marzo de 2017
Dije adiós a 2016, como supongo que hicieron muchos españoles, viendo el programa de RTVE en el que el genial José Mota se despidió del año con una extraordinaria parodia sobre lo que la actual progresía denomina “lenguaje inclusivo”, cursilada que, en mi opinión, no es otra cosa que una aberración lingüística en aras de la no menos aberrante ideología de género, que hasta en el nombre es un error, ya que el género no es sino un accidente gramatical, en su triple categoría de masculino, femenino o neutro, con su antigua variante, epiceno, que realmente se refiere al sustantivo válido para individuos de ambos sexos, independientemente del género gramatical al que corresponda -por ejemplo, persona o víctima-.
Nuestros políticos y muchos periodistas, ¿hacen mal uso de la lengua por motivos ideológicos o por ignorancia de la Gramática de la Lengua Española?
Remito a la consulta de cualquier libro de Gramática Española para ver más sobre el tema, que no es mi especialidad -soy de Ciencias-, pero los que estudiamos con el plan de 1957 la tuvimos que aprender bien en aquel Bachillerato, Preuniversitario incluido.
Esta forma de expresión, que el bueno de Mota personificó en el versátil y flexible Antonio Hernando, no es, como decía antes, a mi juicio, sino una absurda deformación del lenguaje sometido a la no menos penosa y artificial “corrección política” que se ha ido imponiendo -y lo que es peor, aceptando- en las últimas décadas tanto en el argot popular como en algunas instituciones, especialmente si los que hablan pertenecen a esa “progresía” de izquierdas -perdón por la redundancia-, aunque haya alguna izquierda que no lo sea.
Al ver el programa, me acordé de una carta que circuló por las redes sociales y correos electrónicos hace algún tiempo, y que guardé, en la que una veterana profesora se lamentaba de la degeneración de los nuevos planes de enseñanza, que no “educativos”, como decía ella –en muchos centros públicos ni enseñan ni, mucho menos, educan-.
Decía esta profesora que “en castellano, existen los participios activos como derivados de los tiempos verbales” y ponía como ejemplos los de los verbos atacar, «atacante»; salir, «saliente»; cantar, «cantante» o existir, «existente».
Añadía después el del verbo ser, «ente» -que significa «el que tiene identidad» o, en definitiva, «el que es». Así, “cuando queremos nombrar a la persona con capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se añade a este -a su raíz, aclaro- la terminación ente». De ahí, explicaba, “al que preside, se le llama «presidente» y nunca «presidenta», independientemente del género -sexo, diría yo- (masculino o femenino) del que realiza la acción”. De manera análoga, se dice «capilla ardiente», no «ardienta»; «estudiante», no «estudianta»; «independiente», no «independienta»; «paciente», no “pacienta»; «dirigente», no dirigenta»; «residente», no «residenta”…
El llamado lenguaje inclusivo no es más que una aberración lingüística en aras de la no menos aberrante ideología de género, que hasta en el nombre es un error, ya que el género no es sino un accidente gramatical
Y se hacía esta pregunta: “Nuestros políticos y muchos periodistas (hombres y mujeres, que los hombres que ejercen el periodismo no son «periodistos»), ¿hacen mal uso de la lengua por motivos ideológicos o por ignorancia de la Gramática de la Lengua Española?” Concluyendo en su razonamiento que era por “por las dos razones y que la ignorancia les lleva a aplicar patrones ideológicos y, la misma aplicación automática de esos patrones ideológicos, los hace más ignorantes (a ellos y a sus seguidores)”.
Conclusión que comparto, aunque matizando que, desde mi punto de vista, más por lo segundo, que, lamentablemente, condiciona muy mucho, no pocas veces, lo primero. Proponía, a continuación, «pasar el mensaje a amigos y conocidos -lo que estoy haciendo de esta manera, aunque ya lo hice de la carta completa en su día-, en la esperanza de que llegue finalmente a esos ignorantes semovientes (no «ignorantas semovientas», aunque ocupen carteras ministeriales -que hubo varias sin entrar en detalles y nombres-)».
Pero me pregunto yo, a este respecto, que, por qué será que ese modo de hablar “políticamente correcto”, que va calando en nuestro día a día, impuesto, como digo, por la izquierda “progresista”, solo pretende cambiar las terminaciones de los sustantivos comunes o epicenos que no acaban en “a”, terminación que, para este grupo, debe satisfacer suficientemente su ansia igualitaria y de protección para el supuesto sexo débil, que no género, aclaro.
Recordemos aquella ‘genial’ intervención de su señoría, la que fuera ministra de “Igual Da” del insigne Rodríguez Zapatero, la inolvidable Señora Aído, cuando dijo aquello de “miembros y miembras” -¿hubiera dicho “señorío”, de haberse referido a un hombre?-.
En esa misma línea de “preocupación”, nuestra querida maestra que inspira este artículo nos dejaba un último párrafo en su carta, toda una “antología”, demostrando una exquisitez y educación propias de otros tiempos -ojo, no digo que todos los alumnos de los sistemas actuales sean poco exquisitos y maleducados, pero desgraciadamente abundan- en el que se lamentaba de haber aguado la fiesta a un grupo de hombres que se habían asociado en defensa del género y que habían firmado un manifiesto.
Algunos de los firmantes eran: el dentisto, el poeto, el sindicalisto, el pediatro, el pianisto, el golfisto, el arreglisto, el funambulisto, el proyectisto, el turisto, el contratisto, el paisajisto, el taxisto, el artisto, el periodisto, el taxidermisto, el telefonisto, el masajisto, el gasisto, el trompetisto, el violinisto, el maquinisto, el electricisto, el oculisto, el policío del esquino y, sobre todo, ¡el machisto!” –faltan unos cuantos, pero no era cuestión de ponerlos todos, claro-.
Puede que hubiera también algún “feministo”, añado yo, pero no está comprobado. E, incluso, ya puestos, algún “separatisto, nacionalisto e independentisto”.
Y remataba su escrito con una frase antológica, que rubrico: “No es lo mismo ‘tener’ un cargo público que ‘ser’ una carga pública».Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.