Ramón Pi | 10 de octubre de 2017
La manifestación por la unidad de España que se desarrolló en Barcelona fue un espectáculo ciertamente impresionante. Ni por el perfil de la asociación convocante ni por el lugar de su celebración (que dificultaba el desplazamiento de manifestantes desde la mitad oeste de la Península) era previsible la ingente multitud que acudió a la llamada. Esto revela que hay muchos, muchísimos españoles, entre ellos muchísimos catalanes, que están alarmados por el desafío separatista de los nacionalistas y hartos de esperar a que las autoridades nacionales pongan remedio a esa provocación constante. independentistas
En vista de lo cual, esta «mayoría silenciosa» ha decidido hacer algo de lo que no tiene costumbre: salir a la calle y hacerse directamente visible, en la esperanza de que, si habla en el mismo lenguaje pasional que los separatistas, a lo mejor suena la flauta y los responsables de hacer cumplir las leyes demuestran algo más de diligencia en matar a la serpiente pronto, ya que desistieron de hacerlo en el huevo, como suele decirse, y hoy muchos hechos consumados han empezado a dejar sentir ya sus efectos deletéreos, como, por ejemplo, la fractura en tantas familias catalanas y la inquietud en el mundo económico, social y político en toda España, singularmente en la propia Cataluña, donde la sensación de abandono por parte de los poderes públicos nacionales era ya difícilmente soportable.
No tengo palabras para este día de emociones… GRACIAS al millón de valientes que habéis defendido la libertad y la democracia.
— Albert Rivera (@Albert_Rivera) October 8, 2017
Ganaremos. pic.twitter.com/nbBLSzGUWy
La manifestación fue grandiosa, en efecto, y marca un antes y un después en los litigios entre independentistas y demócratas. Ya nadie podrá decir que los contrarios al separatismo son una minoría insignificante, tampoco en Cataluña, a pesar del martilleo sistemático a que la sociedad catalana ha sido sometida desde hace casi cuarenta años desde los medios de comunicación, las escuelas, muchos púlpitos y las presiones administrativas en todos los órdenes de la vida política y económica. Pero, una vez reconocido y aplaudido este éxito resonante, hay que añadir que hay éxitos que solo se explican como reacción in extremis contra una situación límite. Los manifestantes del domingo 8 de octubre habrían, sin duda, preferido no haber disfrutado de semejante éxito porque no hubiera habido necesidad, sobre todo teniendo en cuenta que tal necesidad habría sido fácilmente evitable. Creo que el Gobierno debería meditar sobre esto, pero me parece que no lo va a hacer, a juzgar por sus primeras reacciones.
Otro aspecto que me parece destacable es la facilidad con que se ha aceptado, en ambientes y medios de comunicación aparentemente respetables y solventes, la lógica disparatada de los separatistas y sus amigos. En cuanto los tribunales empezaron a tomar declaración a algunos responsables de acciones ilegales, cundió el pánico en las filas nacionalistas y comenzaron a menudear las peticiones de «diálogo» y, asombrosamente, de «mediación». Pero de lo que se trata es de obligar a cumplir la ley a quienes la han incumplido y castigar su incumplimiento. El diálogo es, de momento, el del interrogatorio por el juez.
Gracias a todas las personas que ayer pusisteis fin al silencio en Cataluña.
— Dolors Montserrat (@DolorsMM) October 9, 2017
¡No os vamos a dejar solos! pic.twitter.com/9ygrsUDjmy
En cuanto a la «mediación», su solo concepto repugna a la lógica de una cabeza normalmente organizada, puesto que, como acertadamente se ha dicho, con el «referéndum sí o sí» como premisa, no se puede mediar entre un objetivo y el mismo objetivo. Pero eso ya lo saben los que hablan de mediación. Si lo hacen es porque de esta manera dan por supuesta una posición distinta de la del imperio de la ley, que sería igualmente respetable y que estaría legitimada para negociar.
Los últimos recuentos de la manifestación nos dan más de 1 millón de personas.
— Soc. Civil Catalana (@Societatcc) October 8, 2017
¡Millones de gracias!#RecuperemElSeny pic.twitter.com/fI18DJVbSG
El Gobierno, de momento, parece no aceptar este planteamiento locoide. Sin embargo, hay muchos indicios que señalan una predisposición gubernamental a reaccionar tratando de contentar a los levantiscos, aunque fuera por unos años, con más dinero, más competencias y más privilegios. Esto sería un error de muy abultado calibre, pues en realidad sería el reconocimiento de que el camino seguro de seguirlos obteniendo no es otro que el de ejercer presiones separatistas.
. @carloscuestaEM analiza la postura de la #burguesia catalana ante la estampida de empresas. #economia #dbhttps://t.co/LtXYWQ0gbf pic.twitter.com/5AkX1j6AaZ
— El Debate de Hoy (@eldebatedehoy) October 9, 2017
Los manifestantes del domingo estaban muy satisfechos del éxito incontestable de su marcha por las calles de Barcelona. A media tarde, cuando todavía por muchas calles de la ciudad paseaban jóvenes envueltos en la bandera de España, yo mismo oí repetidamente este comentario: «mientras los nacionalistas tengan la competencia de educación y la televisión, no habrá nada que hacer». Los políticos no separatistas también deberían pensar algo sobre esta cuestión, pero no parece que de esta manifestación alguno de ellos extraiga la enseñanza de que las políticas deben cambiar radicalmente, aunque solo fuese, para empezar muy tímidamente, otorgando facultades de verdad a los que se encargasen de la «alta inspección» que nuestras leyes prevén en materia educativa. Por ejemplo.