Justino Sinova | 28 de enero de 2019
Hace cinco años, irrumpió Podemos en la escena política y logró expandir la sugestión de que había llegado para quedarse. Cabalgaba a lomos de la agitación avivada en la dura crisis económica y se presentaba como la solución mágica para los desfavorecidos en un país que había que refundar.
Pablo Iglesias dejó volar su ambición en público y, con su uniforme arremangado, llegó a imaginarse en La Moncloa, pese a su afectada desazón por la dolorosa perspectiva de no poder entonces seguir saludando al panadero y al quiosquero de su barrio vallecano. Era la combinación de la pasión redentora hacia los descamisados como él, propia de los populismos de izquierda, con la generosidad fingida del esfuerzo entregado a una epopeya.
Cinco años después, el líder redentor ha recibido en su casa de la urbanización de lujo de Galapagar, donde no asoman panaderos ni quiosqueros, la noticia de que su mano derecha de aquellos días, Íñigo Errejón, se enrola en una aventura electoral junto a sus discrepantes y competidores de Madrid, Manuela Carmena y los podemitas que hace meses ya desconectaron. . También ha sido sorprendido por la dimisión de un segunda línea, Ramón Espinar
El casoplón de Iglesias cayó sobre Podemos… e Íñigo Errejón salió corriendo
Le han llegado las renuncias mientras cumple una baja por paternidad, pero él se lo ha buscado, porque ya había empezado a depurar a Errejón, sustituido en su proximidad por su pareja, Irene Montero, en un proceso de exclusión que le ha dejado sin la compañía de los fundadores, todos ritualmente apartados o fugados,un grupo de excluidos completado de momento por Espinar.
La salida de Íñigo Errejón -como la de Espinar- se debe a razones estratégicas, no ideológicas. En Podemos no hay controversia sobre la ideología. Como en toda organización de extracción comunista, la doctrina no se discute. Tampoco se discute al líder, que responde a la discrepancia con el alejamiento (como mal menor) hacia esos páramos a los que había sido enviado Errejón. Al dar un paso más hacia las afueras, el indisciplinado Íñigo Errejón ha recibido los rayos fulminadores de Iglesias y de quienes aún le quedan alrededor.
La prueba de que no hay ruptura ideológica en su espantada es que ha intentado, y dice que seguirá en ello, la creación de un tándem electoral con Podemos. Si Iglesias y su actual escudero Pablo Echenique no lo aceptan será porque ha cometido una falta de subordinación intolerable, no porque de pronto hayan empezado a pensar distinto.
Esto quiere decir que Errejón lejos de Podemos no es un político opuesto a lo que ha sido, ni siquiera matizadamente diferente. Conserva el sustento ideológico de Podemos y se ha trasladado a sectores similares, como lo son los de la alcaldesa Carmena, las llamadas confluencias y el resto de organizaciones que componen el universo podemita. Pero también confirma que Podemos ha entrado, e Íñigo Errejón ha depositado la penúltima gota, en un proceso de desbarajuste, que es el peor cáncer de una formación política. Desde hace un tiempo, sufre un desgajamiento en varias comunidades y ciudades, que se concreta en el distanciamiento de formaciones y grupos hasta entonces integrados.
Carta de Pablo Iglesias a los inscritos de Podemos tras la decisión de Íñigo Errejón de abandonar Podemos para crear un proyecto político personal. Es un día duro, pero somos expertos en volver a levantarnos tras los golpes. ¡Sí se puede! ? https://t.co/2JP3dVeywg
— ᴘᴀʙʟᴏ ᴇᴄʜᴇɴɪQᴜᴇ ?? (@pnique) January 17, 2019
La consecuencia de ese anochecer es el desasosiego interno, la debilidad de acción y la pérdida de voto. Las elecciones andaluzas ya lo han registrado. Lo llamativo del proceso de Podemos es la rapidez con que ha pasado de la unidad rocosa junto al líder (aquellos años en que Iglesias proclamaba, arrogante, que “el cielo se toma por asalto”, inspirándose en Marx sin decirlo) a la dispersión y el desdén con que se destina al disidente Errejón la insidia del que no tiene para comer.
Conviene no desestimar la capacidad de reacción de Iglesias, porque intentará recuperar la voz de mando y la unanimidad leninista, pero es hoy evidente que aquel partido que iba a ganar las elecciones generales, que exigía ministerios y que iba a revolucionar España, muestra que no es capaz de organizar siquiera su propia casa. En muchos puntos de la geografía española se empieza a palpar una sensación de alivio por el inicio de la descomposición.