Pedro González | 15 de junio de 2018
La Unión Europea tiene una bomba demográfica a sus puertas: los 2.500 millones de africanos con que contará el continente antes de mediados de este siglo. Con una natalidad en promedio de seis hijos por mujer, África no ofrece aún perspectivas a gran parte de una juventud que aspira legítimamente a vivir mejor que sus padres.
Frente a esa incontenible marea humana, los 500 millones de europeos, con una media de edad cercana a los cincuenta años, muestran unos niveles de vida y bienestar envidiables, aumentados por la lupa de los sueños en el imaginario africano. Imposible, pues, resistirse a emprender la procelosa aventura de atravesar desiertos, cruzar países en guerra, caer en las garras de las mafias y sufrir todo tipo de penalidades ante la ilusión de llegar al “paraíso europeo”. A menudo, los que huyen de sus aldeas de miseria son los depositarios del dinero reunido por la familia, e incluso por la tribu entera, que esperan el correspondiente retorno, en forma de envíos de dinero o de pasajes para el viaje en busca de reunirse en destino con el primer aventurero.
#Aquarius Las vidas humanas están en juego en el Mediterráneo central. Este vídeo del rescate, en plena noche y con un mar aterrador, nos deja mudos. pic.twitter.com/lFOiL3zhtZ
— Médicos Sin Fronteras (@MSF_Espana) June 12, 2018
Junto a los emigrantes económicos, que huyen simplemente del hambre y la miseria, la oleada de los desplazamientos hacia la Unión Europea se ha incrementado con los que se han visto obligados a dejar atrás hogar, trabajo y familia a causa de la guerra: Siria ha expulsado, así, de su territorio a más de tres millones de personas, Afganistán a unas 250.000, Yemen a 60.000 y Eritrea a 25.000.
El grueso de ese inmenso flujo desemboca por varias vías en el mismo sitio, el mar Mediterráneo, el gran lago a cuyas orillas se alumbraron varias de las grandes civilizaciones. Hoy es un inmenso cementerio a causa del frecuente naufragio de pateras y barcos desvencijados rescatados a duras penas del desguace.
Como en toda gran tragedia, la peripecia de los inmigrantes ilegales y los que aspiran al estatus de refugiado sirve para que numerosos voluntarios y organizaciones humanitarias desmientan la tesis hobbesiana de que el hombre es un lobo para el hombre. Pero, también para lo contrario, de forma que un nutrido enjambre de mafias se lucra de un negocio que se calcula que mueve 9.000 millones de euros anuales.
Al enfrentarse con este problema, la Unión Europea ha mostrado sus debilidades, incapaz de adoptar y respetar una política verdaderamente solidaria y común. La peripecia del buque Aquarius, con 629 inmigrantes a bordo, ha hecho emerger en toda su crudeza su gravedad.
No sirvieron las cuotas presuntamente obligatorias de acogida asignadas a cada país miembro, de manera que las principales puertas de acceso, Grecia, Italia y España, fueron dejadas prácticamente a su suerte.
Guerra y refugiados, dos errores que el hombre se empeña en repetir a lo largo de la historia
Los flujos hacia Grecia decrecieron a partir de principios de 2017, merced al acuerdo de la Unión Europea con Turquía para que el régimen de Tariq Erdogan retuviera a los que arribaban en tromba procedentes de Siria e Iraq. Cerrada, pues, parcialmente esa vía, las mafias los desviaron especialmente hacia Libia, convertida en un Estado fallido desde la caída y linchamiento de Muammar El Gadafi. Desde las costas libias se han despachado hasta 600.000 migrantes en los últimos tres años.
La crueldad de los traficantes de seres humanos, apilándolos sin contemplaciones en embarcaciones de fortuna y dejándolos varados en alta mar sin combustible, motivó que numerosas organizaciones humanitarias se hicieran cargo de los desgraciados en sus barcos, fletados especialmente para ese trabajo. La consecuencia es que las mafias han encontrado en tales ONG unos colaboradores cuando menos involuntarios, al saber que sus “clientes”, dejados a su suerte, serían rescatados.
Pero llegó el líder de la Liga, vicepresidente y ministro del Interior del Gobierno de Italia, Matteo Salvini, que cerró los puertos italianos al cargamento humano del Aquarius. El buque, fletado por Médicos Sin Fronteras y registrado en Gibraltar, estuvo dando vueltas sin obtener permiso para atracar ni en la cercana Malta ni en Italia. Francia guardó silencio, pese a la relativa cercanía de los puertos de Córcega, Niza o Marsella.
El Gobierno español de Pedro Sánchez vio entonces una ocasión de reivindicarse mediante una operación de incuestionable repercusión mediática en toda Europa. Se produjo incluso una especie de subasta de buenismo por ser el puerto, ciudad o comunidad autónoma más generosos a la hora de acoger a los 629 inmigrantes. Casi al mismo tiempo, la Guardia Civil impedía uno de tantos asaltos masivos a la valla de Melilla, en esta ocasión con 400 subsaharianos intentando franquear las puertas de Europa.
Ayer acordamos con el gobierno italiano trasladar a las personas que se encontraban en el #Aquarius en los barcos de la guardia costera italiana. Agradecemos al embajador de Italia sus diligentes gestiones. @ItalyinSPA @EmbEspItalia #Acuarius pic.twitter.com/jHo8vIxYdd
— Josep Borrell Fontelles (@JosepBorrellF) June 12, 2018
El episodio ha puesto de relieve no solo la fractura europea -ahí están Austria, Hungría y Polonia para demostrarlo- sino también que la solución meramente nacional no lleva a parte alguna. Salvini y la Liga están en el Gobierno porque el pueblo italiano, sobradamente generoso y solidario, se ha visto abandonado por el resto de la Unión Europea. España inició con Mariano Rajoy una política de inversiones al otro lado del Estrecho de Gibraltar, alabada por la propia Comisión Europea como el mejor antídoto contra la pobreza y su consecuencia de querer emigrar en busca de mejores horizontes. Pero sigue sin existir una verdadera política de inmigración europea.
El próximo Consejo de Ministros de la Unión Europea tendrá oportunidad de demostrar que ha aprendido la lección, so pena de despeñarse por la insolidaridad hacia la explosión de la misma Unión Europea. La propia Comisión les propone un presupuesto a largo plazo 2021-2027, de 34.900 millones de euros, para la gestión de fronteras y la inmigración, casi el triple de los 13.000 millones del periodo presupuestario anterior.
Se trata de un proyecto ambicioso, que establece desde un nuevo cuerpo permanente de guardias de fronteras hasta un fondo que atienda a contingencias y necesidades urgentes, pasando por un sistema europeo de asilo más eficaz, un mayor apoyo a la inmigración legal y a la integración, y un retorno más rápido y frecuente de los inmigrantes irregulares. Algo, por lo tanto, que solo puede afrontar la Unión Europea en su conjunto.