Carlos Echeverría | 30 de noviembre de 2017
Arabia Saudí despierta expectativas últimamente, sobre todo ante las reformas -o, más bien, promesas de tales- lideradas por Mohamed Bin Salman, nombrado sucesor al trono, pero poco ha cambiado en otros ámbitos, sobre todo de su política exterior y de seguridad, continuando la guerra en Yemen, manteniendo un pulso sostenido con Catar y liderando un frente contra Irán. Es precisamente en esta última dimensión en la que han arreciado últimamente los comentarios sobre una alianza ad hoc, que ya estaría en marcha o que podría materializarse en el tiempo, de los saudíes con Israel frente a un enemigo común.
Un primer paso en términos de ir acercándose a tal escenario habría sido dado en Líbano, donde la distensión que Irán y Arabia Saudí han venido manteniendo durante años en este pequeño país acaba de romperse y lo ha hecho con la dimisión, anunciada el 4 de noviembre desde Arabia Saudí, del primer ministro del país de los cedros, Saad Hariri.
Hariri acusaba, en el marco de su curiosa dimisión en suelo extranjero -aunque él tiene también la nacionalidad saudí-, a Irán y a Hizbollah de mantener una posición dominante no solo en Líbano sino también en toda la región. De hecho, a Hizbollah lo calificaba de “Estado dentro del Estado”. El primer ministro dimisionario es hijo de Rafik Hariri, asesinado en Beirut en 2005, en un atentado que su propio hijo y sus círculos políticos consideraron obra de los servicios secretos sirios, en coordinación con cinco elementos de Hizbollah que actualmente están siendo juzgados y, a través de ellos, también responsabilidad en último término de Irán.
Watch: Hezbollah operating from outposts in Southern Lebanon, clearly violating UN Security Council Resolution 1701 pic.twitter.com/NLDtXXS5vs
— IDF (@IDFSpokesperson) June 22, 2017
De la fortaleza de Irán, y también de Hizbollah, dan fe no solo la relevante participación de ambos actores en los campos de batalla sirio e iraquí, sino también la influencia iraní en Iraq y la fortaleza militar de los huthíes shiíes en el campo de batalla de Yemen. El lanzamiento por estos últimos de un misil dirigido contra el aeropuerto de Riad, el mismo 4 de noviembre, puso de manifiesto la envergadura de la amenaza. Además, el esfuerzo liderado por Iraq, pero también por Irán, para neutralizar los posibles efectos derivados de la celebración del referéndum de autodeterminación en el Kurdistán iraquí, el pasado 25 de septiembre, contribuyen a reforzar el para algunos muy temido “frente shií” en la región.
Israel, que se mostró favorable a la celebración del susodicho referéndum y que tiene relaciones fluidas con la clase política de esa región autónoma de Iraq, sale también perdiendo en tal escenario, como lo hace el bloque suní ante esta nueva manifestación del reforzamiento shií. ¿Podemos, pues, deducir de todo ello que se atisba, si es que no está aquí ya, una alianza o, cuando menos, una aproximación entre Arabia Saudí e Israel?
La victoria militar contra el Estado Islámico se debe, sin duda, al papel de varios actores, incluidas alianzas divergentes, como la liderada por los Estados Unidos y la que encabeza Rusia, pero lo determinante tras la susodicha victoria es tanto la consolidación del régimen de Bashar El Assad como la aproximación de sus aliados shiíes a la costa mediterránea, algo que indudablemente preocupa a Israel. El pulso, además, no solo afecta a Siria, sino también a Líbano y es buen momento para recordar que ambos países permanecen formalmente y, desde hace casi cuatro décadas, en estado de guerra con Israel. El presidente libanés, el cristiano Michel Aoun, es aliado firme de Hizbollah y la dimisión del suní y aliado de Arabia, Saudí Hariri, es una mala noticia para Tel Aviv. Israel sabe que los vacíos de poder en su pequeño vecino del norte incrementan las vulnerabilidades y recuerda que, entre 2014 y 2016, Líbano no tuvo presidente, debido a tales tensiones. Es importante, pues, que un suní que transmita tranquilidad suceda pronto a Hariri en el puesto de primer ministro y esto es prioritario tanto para Arabia Saudí como para Israel.
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Ambas capitales recuerdan cómo tropas sirias ocuparon Líbano durante treinta años, hasta que en 2005 el efecto combinado de la llamada Revolución de los Cedros y el asesinato de Hariri, unido a la presión internacional que se arrastraba desde tiempo atrás, logró la salida de aquellas, pero no de sus redes de información e inteligencia. Aparte de Arabia Saudí y de Israel, otro actor regional importante, Egipto, muestra su preocupación tanto por la posible desestabilización de Líbano como también, y en un ámbito más amplio, por la creciente influencia de Irán y de sus aliados en la región. La desmovilización de tantos combatientes shiíes de distinto perfil cuando se hayan asegurado las posiciones recuperadas en combate al Estado Islámico es temida en algunas capitales y, en particular, la de Israel, y el regreso ya detectado de combatientes de Hizbollah a sus bases en Líbano, vigorizados por el combate y por la victoria, ya ha provocado la celebración de maniobras militares israelíes en su Zona Militar Norte el pasado septiembre.
Israel recuerda la guerra contra Hizbollah en 2006 y las tres contra Hamas, las cuatro libradas en menos de una década. Los misiles tanto del grupo libanés como del palestino van haciéndose cada vez más sofisticados, amenazando de forma creciente a las ciudades israelíes e incluso a sus aeropuertos (el aeropuerto Ben Gurión fue cerrado durante largas horas en el último enfrentamiento con Hamas). Ello se debe no solo a la labor de los ingenieros propios de ambos grupos sino a la aportación en I+D de Irán y a la propia dinamización y mejora de arsenales y de procedimientos que alimenta la guerra en el eje de Siria e Iraq a los diferentes actores implicados, todos ellos adversarios/enemigos de Israel. La proliferación de armamento sofisticado y, en particular, de misiles guiados, pone ahí de nuevo a Israel y a Arabia Saudí (que es atacada con misiles scud por los huthíes) en el mismo bando y seguirá alimentando por la vía de los hechos los comentarios sobre una posible alianza ad hoc, aun cuando nos pueda parecer contra natura.