Pedro González | 28 de febrero de 2019
Las decenas de millones de euros que los golpistas catalanes llevan gastados en tratar de convencer al mundo de la bondad de su separatismo, presuntamente pacífico y lleno de respeto al derecho, no solo no han logrado el reconocimiento internacional sino que tampoco, por lo que parece, la adhesión intelectual de los pensadores y forjadores de opinión más allá de los Pirineos.
La abundante propaganda internacional de la Generalitat catalana y de sus organismos culturales y mediáticos generosamente subvencionados parece estrellarse frente a quienes investigan y diseccionan seriamente los comportamientos políticos de quienes han provocado la mayor crisis en España desde el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.
En Francia, el historiador Benoît Pellistrandi lanza una demoledora requisitoria contra los independentistas en su último libro, Le Labyrinthe Catalan (Ed. Desclée de Brouwer, 222 páginas). Profundo conocedor de la historia de España, como lo demuestran sus anteriores publicaciones –Histoire de l´Espagne. Des guerres napoléoniennes à nos jours (2013) y L´Histoire religieuse en France et en Espagne (2001)-, Pellistrandi analiza y reconoce el papel que ha jugado el dinamismo industrial y cultural de Cataluña en la conformación de lo que es España.
Algo en lo que ha influido, a su parecer, su situación geográfica sobre el Mediterráneo, en tanto que Madrid se desarrollaba a duras penas sobre una meseta austera y rocosa. Ahora bien, de ahí a transformar una singularidad incuestionable, fundamentalmente su lengua, en un proyecto nacional, media un abismo gigantesco.
Pellistrandi sostiene que “Cataluña no se subió al tren de los nacionalismos del siglo XIX, y hoy intenta montarse en él con dos siglos de retraso y a contracorriente de la historia”. Reconoce que los constituyentes españoles obraron con acierto al construir una democracia que no hubiera sido posible sin la descentralización, devenida en un régimen autonómico convertido de facto en federal, pero atacada por la deslealtad de los nacionalistas a aquel pacto basado en la reconciliación y la mutua confianza.
Por qué el independentismo catalán es fascista y el nacionalismo español, democrático
En su ensayo, el autor, que también fuera director de estudios de la Casa de Velázquez (1995-2005), justifica las cesiones de competencias a vascos y catalanes, pero estima que incluir entre ellas la lengua y la cultura ha supuesto abrir una fisura enorme en el edificio apenas consolidado de la democracia española. “La España democrática de 1978 cedió a las comunidades autónomas, a través de la educación, la forja del sentimiento español. Es así que enseguida en ellas la palabra España fue sustituida por perífrasis como este país, hasta llegar a la nación de naciones, lo que ha provocado la práctica evaporación en tales territorios del relato nacional español”.
Pellistrandi alerta sobre este resurgimiento de un nacionalismo tardío, sinónimo por los hechos históricos de totalitarismo y guerra. “En el caso de Cataluña –sostiene en su ensayo- la deformación de la historia ha alcanzado tal proporción que debiera poner en alerta a cualquier demócrata”. Tres décadas de adoctrinamiento implacable en las que de modo gradual el Estado español ha ido trocándose en un siniestro avatar del franquismo, aderezado con una progresiva repulsión hacia los inmigrantes de otras partes de España, especialmente el millón de andaluces.
La necesaria defensa de la educación en castellano para anular la dictadura lingüística
Benoît Pellistrandi recalca en su estudio la enormidad de las descalificaciones proferidas en 2012 por quien hoy es el presidente de la Generalitat, Quim Torra: “Los españoles son serpientes, víboras, hienas. Bestias con forma humana, que odian todo lo que representa la lengua catalana”. Una invectiva, acogida por un silencio sobrecogedor de los medios de información de la región, que parecen aceptar así su supuesta superioridad moral.
El historiador contrapone tales manifestaciones a la realidad lacerante de los escándalos de corrupción y el clientelismo, “los cimientos sobre los que se ha apoyado el catalanismo”. Y culpa, asimismo, a los dos grandes partidos españoles (PSOE y PP) de haber aceptado el chantaje continuado de los nacionalistas para forjar mayorías parlamentarias, causa final de la sobrepuja independentista actual.
Nada nuevo, pues, que no sepan los españoles, pero sí para muchos otros europeos que, como los franceses, pueden sufrir los embates de otras veleidades separatistas. La experiencia de adoctrinamiento antiespañol en la enseñanza catalana, pese al continuo mirar para otro lado de los Gobiernos españoles, muestra a corsos, bretones, padanos o scanianos suecos, entre otros, que “un paciente trabajo gramsciano, operado sobre varias generaciones, termina por producir el resultado apetecido”, el de que toda una sociedad, o al menos gran parte de ella, clame por separarse de la nación y de la historia común, “un proceso siempre mortífero”.