José Luis Orella | 25 de noviembre de 2018
Polonia ha sido un país que ha luchado por su soberanía. Su compromiso con la libertad proviene de la época de la libertad dorada, con una monarquía electiva dependiente de la designación de la szlachta (nobleza). Para el historiador Norman Davies, preanunciaba la democracia de corte liberal. Sin embargo, cuando Polonia fue repartida entre Rusia, Prusia y Austria, la nación polaca consiguió sobrevivir durante 123 años sin Estado. El romanticismo que impregnó el siglo XIX tuvo un marcado protagonismo en la imagen popular de Polonia a través de sus revueltas nacionales.
El conocimiento de la identidad nacional polaca mediante la imagen épica divulgada a través de la obra de sus poetas: Adam Mickiewicz, Juliusz Slowacki, Zygmunt Krasinski y Cyprian Norwid, y en la épica de Henryk Sienkiewicz, primer polaco que recibió el Premio Nobel de Literatura, en 1905, por su trilogía ambientada en el período final de la dinastía Vasa –A sangre y fuego (1884), El diluvio (1886) y Un héroe polaco (1888)-, será muy explotada por los grupos nacionalistas.
Personajes universales para construir un relato patriótico ‘A sangre y fuego’
El nacionalismo polaco se fue identificando con un sentido católico, por la persecución que la Iglesia Católica sufrió por parte del protestantismo prusiano y la ortodoxia rusa. La simbiosis entre Iglesia y pueblo convirtió al catolicismo en la substancia de la identidad polaca, junto al patriotismo constitucional heredado del romanticismo liberal del siglo XIX. El campesinado que vivía sus tradiciones populares vinculadas a la religión fue el principal sustentador de esta idea.
El 11 de noviembre de 1918 se recuperó la independencia perdida, es la fiesta nacional que Polonia conmemora anualmente, y este último 11-N era el centenario de aquella histórica fecha. La marcha por la independencia es celebrada por todos los polacos, sin distinción de siglas políticas, con banderas nacionales, como hecho equivalente a nuestro 2 de mayo o 12 de octubre. Los ataques realizados por la prensa contra la marcha del centenario constituyen un insulto grave y una ignorancia supina sobre lo que significa esta fecha para el pueblo polaco.
En el momento actual, la sociedad polaca se encuentra dividida ante dos visiones. Una oposición de signo liberal, conformada por partidos pertenecientes al Grupo Popular Europeo y al Liberal, que, junto al voto útil de la antigua izquierda, sin representación parlamentaria en el momento actual, hacen del europeísmo su bandera, pero con un programa económico que elimine la presencia pública de la economía y, a nivel social, una secularización que evite la recatolización del país, como sucedió con el papa Juan Pablo II.
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— Prawo i Sprawiedliwość (@pisorgpl) November 11, 2018
A su vez, el Gobierno del PiS ha conseguido mantener una relación más estrecha con el sindicato Solidaridad que otras formaciones surgidas de él, lo que le ha proporcionado una legitimidad democrática de su oposición al régimen comunista. La defensa del discurso moral de la Iglesia Católica lo ha convertido en el principal receptor del catolicismo sociológico. En concreto, el apoyo del grupo mediático de Radio Maryja ha sido determinante en la canalización de ese voto practicante a las siglas del PiS.
La defensa de un programa social con fuertes ayudas económicas a colectivos de riesgo ha proporcionado un electorado fiel en las personas mayores, en el ámbito rural y en los colectivos de empleados públicos en riesgo de despido. La divulgación de los casos de corrupción de sus opositores le facilitó la crítica contra las medidas liberales de fuerte recorte social.
Polonia sigue defendiendo su soberanía moral y es un ejemplo de fortalecimiento de la sociedad civil. Sin embargo, el mundo urbano se deja llevar por los cantos de sirena de una Unión Europea que intenta modificar la sociedad europea como la conocemos.