Javier Rupérez | 27 de abril de 2018
Fue al final de la década de los noventa, coincidiendo no por casualidad con los descarríos sexuales de Bill Clinton y la becaria Mónica Lewinsky, que a punto estuvieron de expulsar de la mansión presidencial al que entonces era su inquilino, cuando Hollywood puso en celuloide dos historias que no querían ocultar su inspiración en el sucedido y que especulaban, con aire de comedia, con los subterfugios que un mujeriego mandatario hubiera podido utilizar para desviar la atención sobre sus devaneos. Fueron Wag the Dog, con Dustin Hoffman y Robert De Niro, y Primary Colors, interpretada por John Travolta. Ambas respondían al mismo esquema: un presidente acosado por historias extracurriculares al que colaboradores inventan historias paralelas que ayudarían a fijar el interés público en un lugar diferente al del crimen. En la primera, De Niro llega incluso a inventarse una guerra entre los Estados Unidos y Albania.
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Fue hace todavía pocos días cuando el ejército sirio, en connivencia al menos silenciosa con sus aliados rusos e iraníes, utilizó de nuevo armas químicas en contra de la población civil que en la localidad de Duma permanece intentando resistir el asedio al que desde hace ya varios años los somete la brutalidad del presidente sirio, Al Assad. Las imágenes del ataque dieron inmediatamente la vuelta al mundo, suscitando el horror y la condena de sectores públicos y privados. No era la primera vez que el régimen sirio utilizaba el recurso a las armas prohibidas. Tampoco sería la primera vez que los Estados Unidos, ya bajo el mandato del presidente Donald Trump, ordenara una acción de represalia aérea contra los lugares en donde previsiblemente se almacenaban o producían los mortíferos artefactos. Diferente en ello, por cierto, de lo que en circunstancias parecidas había prometido hacer y no hizo el presidente Barack Obama: su afirmación de que la utilización de armas químicas por parte de los sirios equivaldría a una “línea roja” que Washington no dejaría pasar nunca condujo a ninguna respuesta bélica, a pesar de la reincidencia de Damasco en su criminalidad. Diferente también de lo que el propio Trump había afirmado durante la campaña electoral sería su política hacia el conflicto sirio: una retirada temprana y completa.
A perfectly executed strike last night. Thank you to France and the United Kingdom for their wisdom and the power of their fine Military. Could not have had a better result. Mission Accomplished!
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) April 14, 2018
El ataque sirio tuvo lugar el 7 de abril. La respuesta americana, con la colaboración franco-británica, se produjo diez días después. El presidente Trump, al conocer la noticia del ataque y contemplar las primeras imágenes de sus víctimas, había anunciado que habría una respuesta, al tiempo que suspendía su participación en la Cumbre de las Américas, que habría de celebrarse en Lima, Perú, los días 13 y 14 de abril. Alegó para ello la necesidad de preparar la intervención en contra de Siria. Pero el 9 de abril, en un movimiento tan esperado como temido por Trump y sus íntimos, agentes federales bajo órdenes de la fiscalía federal neoyorkina irrumpen en las instalaciones públicas y privadas del abogado personal de Trump, Michael Cohen, profundizando en la posibilidad de que las investigaciones en curso acaban por afirmar comportamientos delictivos por parte del presidente. El lanzamiento de los misiles sirve para oscurecer momentáneamente la noticia de las investigaciones sobre Cohen, que, en cualquier caso, son recibidas por uno de los tuits presidenciales como manifestación renovada de la “caza de brujas” a la que supuestamente estaría sometido.
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No cabe minimizar la gravedad del ataque químico sirio. Ni tampoco la decisión de responderla con la destrucción de las instalaciones de las que habían salido las armas prohibidas. Ambas acciones han servido, de otra parte, a generalizar de nuevo un debate tan intenso como insuficiente sobre los alcances legales del tema, el carácter evidentemente limitado de la respuesta, la ausencia de una planificación estratégica sobre el futuro de Al Assad y su régimen, las responsabilidades rusas e iraníes en el conflicto, entre otras muchas. Materia suficiente para generar un debate publico en el que, al menos parcialmente, las responsabilidades del inquilino de la Casa Blanca quedan momentáneamente ocultas bajo la clámide de su contundente papel como comandante en jefe de las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Es perfectamente plausible imaginar que alguien en Hollywood esté ya pensando en la escritura de un guion que comience detallando los esfuerzos del abogado de un innominado presidente de los Estados Unidos para conseguir que una actriz porno renuncie, bajo sustanciosa compensación, a narrar abiertamente sus escarceos con el hombre más poderoso de la tierra. ¿El nombre de la afortunada? Rainy Purple. John Travolta, Dustin Hoffman y Robert de Niro están todavía por ahí.