Luis Núñez Ladevéze | 17 de marzo de 2018
He recibido algún exabrupto por el artículo que publiqué para «hablar claro» sobre el feminismo ideológico. He releído el manifiesto por si me hubiera equivocado en mis apreciaciones. Y desde el primer párrafo confirmo que no tengo motivos de rectificación. Menos ahora, cuando las huelguistas han conseguido el singular triunfo de llevar por fin a una mujer a dirigir la CIA. Espero que ya salgan en masa a celebrarlo.
La «igualdad de la mujer» es un derecho «conquistado» por las mujeres, dice el Manifiesto. Es una forma parcial de contarlo. Es un principio antropológico, de enunciado evangélico, al que la reflexión y la bondad humanas han abierto paso. Su traslado de la teología a la filosofía comienza con el humanismo europeo, aunque su reconocimiento como norma positiva sea muy reciente. Filósofos y pensadores tuvieron que superar sus prejuicios para llevar a la praxis este principio de igualdad, primero teológico, luego filosófico, por fin jurídico, y ahora pendiente de ser plenamente socializado en Europa, parte de América y países industrializados, no así en el resto del mundo. No es de izquierdas ni de derechas, es universal. Nada tiene que ver con la Guerra Civil, ni con la Segunda República, como dice el panfleto. Tampoco con que los imperios coloniales cayeran porque los combatieran las mujeres en una imaginaria lucha femenina antiimperialista.
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Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, España, fueron imperios coloniales e impulsaron la igualdad entre hombres y mujeres. Está en Erasmo, Luis Vives, Tomás Moro, en la fábula de El villano del Danubio que el obispo de Mondoñedo, fray Antonio de Guevara, incluyó en su Relox de príncipes. Filósofos y juristas españoles y europeos defendieron la igualdad entre personas y razas. Los intereses políticos y sociales comprometidos lo obstaculizaron entonces como lo obstaculizan ahora. Ocurre igual con el racismo. Los principios no hacen las conductas, ni en nombre del amor cristiano ni en nombre del feminismo ideológico. Las conductas las hacen las personas.
Los prejuicios del feminismo ideológico para separar a las mujeres de los hombres me parecen correlativos a los prejuicios machistas para aceptar la igualdad entre hombres y mujeres. «La justicia patriarcal que no nos considera sujetas de pleno derecho», porque las guerras son producto del «patriarcado» dice el manifiesto ¡Valiente estupidez! Sin mujeres no habría guerras, cuando alardean de librar una guerra ideológica.
La «sororidad» es un «arma», según esta soflama, no un sentimiento de confraternización o una muestra entre mujeres del amor al prójimo que tiende la mano al que sufre. «Sororidad», anglicismo para sustituir la «fraternidad» proclamada por la Revolución Francesa, es usada como palabreja discriminatoria. Igual que la «lucha de clases» enfrenta a las «clases» en categorías opuestas, como si fueran sustancias incomunicables, la «sororidad», convertida en «arma», escinde a los sexos en lugar de unirlos. No hay en el manifiesto ni una apelación al «amor…», amor entre hombres y mujeres, esposa y esposo, padres e hijos, hermanos y hermanas, amigas y amigos. Nada de confraternización humana, sino «sororización» belicosa. Como dice Honneth comentando a Hegel, el amor dulcifica las diferencias. Desde luego más que los libelos que intentan pasar por manifiestos igualitarios.
España se tiñe de violeta . Los problemas de la mujer necesitan un cambio en la sociedad
El manifiesto es un batiburrillo ideológico. Mezcla identidades para integrarlas en una sola, la femenina, como si fuera una sustancia aristotélica: las del campo con la ciudad, las gitanas con las privilegiadas de Hollywood. La pretensión de unificar la diversidad femenina centrándola en el asesinato machista como factor común es maravillosamente expresiva de hasta dónde llega el disparate.
El manifiesto es una mezcla de ecologismo barato con LGTB parcial y liberalismo salvaje camuflado de antiglobalización. Parece redactado por algún hombre para dejar mal a las mujeres, más que por mujeres para dejar mal a los hombres. Demuestra que la educación no es por sí sola el bálsamo de Fierabrás cuando la sociedad tiende a la tribalización feminoide.
El manifiesto incurre en analogías incongruentes:El manifiesto no denuncia que el individualismo justifica la selección de los rasgos genéticos y es impotente para impedir la clonación. Ya se depura el semen que se desea conservar para asegurar la pureza genética de los herederos. Pero eso que promueve la LGTB es menos relevante para el manifiesto que una huelga sin motivo.
La LGTB y el feminismo ideológico son un producto de países ricos, malcriados y mimados, que promueven lo que aparentan criticar. El individualismo desenfrenado que comienza con la propiedad absoluta del propio cuerpo. Muchos de los reunidos en torno al manifiesto se quedan mirando su ombligo en las pasarelas de televisión o de la moda, manifestándose en calles a salvo de peligros y distantes del hambre que padecen las mujeres y los hombres del mundo. Forman parte de la explotación publicitaria del cuerpo femenino que alienta y suscita las inhibiciones del macho dominante, para contribuir a la desvirtuación de las únicas fuentes morales de contención racional que pueden fomentar el amor entre hombres y mujeres.
Deseo y espero que las mujeres no sean tan torpes como las autoras o autores de este engendro que desacredita los motivos que respaldan al feminismo universal al que siempre me he apuntado como expresión parcial del humanismo universal.
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