Inocencio Arias | 06 de julio de 2018
El pasado otoño, en las semanas del gran sobresalto catalán, el Gobierno de Mariano Rajoy se desayunó con un grave problema supletorio. El presidente, Alfonso Dastis y sus colaboradores habían hecho eficazmente los deberes con Gobiernos e instancias internacionales. Habían explicado con éxito generalizado que la Constitución Española era plenamente democrática, que los separatistas estaban dando un golpe de Estado de libro, etc… Los separatistas llamaron a infinidad de puertas, llevaban años financiando lobbies en el extranjero, sin obtener que se les abriera.
Sin embargo, el Gobierno había descuidado ostensiblemente un flanco, el de los medios de información extranjeros. Algún lobby foráneo había sido susceptible a las asechanzas separatistas, numerosos periodistas habían sido adulados, mimados por los jerifaltes de la Generalitat y sus aledaños, cualquier pluma o micrófono extranjero de relieve había tenido fácil acceso a políticos destacados independentistas. Mientras tanto, a lo largo de dos lustros, período en que los separatistas, habiéndose quitado la careta, pisaban su acelerador exterior, el Gobierno central prestaba escasa atención a ese frente -error, inmenso error- a pesar de que más de uno, en escritos y conversaciones, advertimos a cargos del Gobierno del peligro que entrañaba ese descuido. Los periodistas extranjeros encontraban muchas más dificultades para acceder a personas importantes del Gobierno de la nación y un alto cargo madrileño llegó a decir, con sorprendente ingenuidad, que mientras los editoriales fueran aceptables, los otros aspectos, titulares, columnistas, crónicas… resultaban secundarios. Pasmoso.
Así, el Gobierno, ganando la batalla oficial, sufría esporádicas puyas en la mediática. Órganos muy serios daban por buenas las cifras del referéndum -chapuza, no aclaraban que estábamos ante un golpe de Estado para cualquier Constitución democrática- y no pocas veces en sus crónicas daban más cabida a voces independentistas que a constitucionalistas. Un ejemplo irritante en su equidistancia era el Financial Times y su corresponsal aquí. Me enojó sobremanera y cancelé mi suscripción de varios años.
Por qué el independentismo catalán es fascista y el nacionalismo español, democrático
Nuestro Gobierno reaccionó, su cúpula fue más receptiva a salir públicamente al paso de las patrañas independentistas y nuestros representantes recibieron instrucciones en ese sentido. Lo hacen con rigor aunque, en mi opinión, la actuación de un diplomático en ese sentido -defender al Gobierno que representa- resulta menos convincente que la de un intelectual, un eurodiputado o un político de la oposición. Un artículo de Javier Cercas, Antonio Muñoz Molina o Felipe González es más persuasivo para un lector alemán que uno firmado por nuestro embajador en Berlín.
Nuestros embajadores, con todo, se pusieron manos a la obra y aquí salta la sorpresa que me produce estupor no solo como diplomático sino como español. Hace días, en un acto cultural sobre Cataluña en una prestigiosa institución estadounidense, Quim Torra lanzó una filípica contra el Gobierno español enumerando la serie de mentiras cara a los separatistas. Nuestro embajador Pedro Morenés, que asistía al acto, llegado el momento de su intervención, refutó con corrección y contundencia todos los embustes de Torra. Era el momento y sitio para deshacer el peligroso entuerto. El presidente catalán se irritó y abandonó la sala acompañado de sus numerosísimos acompañantes, que entonaron Els segadors. Alguien les rebate educadamente y se sulfuran.
Josep Borrell diría que el embajador había hecho lo que correspondía, pero ese mismo día el presidente, Pedro Sánchez, ducho inveterado en el arte de escabullirse en el problema catalán -hace años en su programa de Gobierno solo dedicaba 5 palabras al mismo en un documento que tenía miles de palabras-, al ser abordado sobre el incidente creado por Torra respondió que no era el momento de buscar confrontación con los catalanes. La contestación es ramplona donde las haya, ¿no pudo añadir que Morenés había cumplido con su obligación? ¿Qué pensarán los otros 120 embajadores y los millones de catalanes que quieren plantar cara a los independentistas y que se quejan de que el Gobierno de la nación los deja frecuentemente en la estacada?
Quim Torra, el último títere de la factoría ‘indepe’ que todos pagamos para destruirnos
Nuestro presidente acerca -¿por qué aceleradamente?- a presos que anteayer él mismo calificaba de golpistas, permanece impasible cuando los separatistas rompen relaciones con el jefe del Estado, se cruza de brazos cuando la Generalitat reabre sus representaciones en el exterior, que solo servirán para difundir que España no es democrática y que oprime a Cataluña y va a vender por un mísero plato de lentejas -el dedazo en la televisión- que los separatistas puedan hablar con él sobre un nuevo referéndum. Un precio carísimo. Algo completamente inimaginable hace unas semanas pero que ya está ocurriendo. Otro pasito.
Al lado de esto, su silencio sobre Morenés es casi una futesa. Pero que no augura cosas buenas.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.