Rafael Miner | 20 de septiembre de 2017
El Festival de Berlín premió a primeros de este año la película Hedi, un viento de libertad, del director tunecino Mohamed Ben Attia. Algunos pensaron entonces que podrían llegar nuevas decisiones a favor de la libertad y de la igualdad de la mujer en el país tunecino. No se equivocaban.
Entre otros motivos, porque se trata del país árabe-islámico en el que se puede ver mujeres con un estilo de vida más similar a un país occidental. Nada que ver con los vecinos Libia y Argelia, ni desde luego Arabia Saudí u otros regímenes islámicos.
El 99 por ciento de los más de 11 millones de tunecinos son musulmanes. Pero, contrariamente a lo que sucede en aquellos países, las musulmanas tunecinas pueden divorciarse, abortar, presentarse a unas elecciones, crear empresas o tener salarios similares a los de los varones.
Si musulmanes tunecinos podían casarse con mujeres ajenas al islam, ¿por qué las mujeres no podrían hacer lo mismo?, se preguntaban algunas feministas en Túnez.
Además, tras la salida del poder de Ben Ali, forzada por las revueltas populares de 2011, el país aprobó una nueva Constitución y nuevas normas en las que establece que el 50 por ciento de las candidaturas de los partidos debe ser ocupado por mujeres, mientras que en numerosos países islámicos no hay sitio para ellas en los parlamentos.
Las cosas tienen su génesis y en este caso no fue la denominada revolución de los jazmines o intifada de 2010-2011 -lo que se dio en llamar la Primavera Árabe-, sino que viene de 1956.
Fue entonces cuando el padre de la independencia tunecina, Habib Burguiba, impuso un nuevo código personal y de familia inspirado en el francés. Radical en el mundo islámico, prohibía la poligamia y otorgaba a las mujeres casi los mismos derechos que a los varones, incluido el de educación.
#Túnez, primer país árabe en permitir el matrimonio mixto a las mujeres musulmanas. Ellos, sí podían hacerlo. https://t.co/RVKfVS5ORU
— Ricard Gonzalez (@RicardGonz) September 14, 2017
Burguiba pensaba que la mujer en la universidad era bueno para la imagen de Túnez como país moderno e independiente. Además, llegó a repudiar en público el velo islámico. Muchos años más tarde, a finales de 2010 y principios de 2011, las mujeres tunecinas protestaron al lado de los hombres por una mayor libertad.
El Ejecutivo tunecino, en el que hay varias mujeres, ha dispuesto, en síntesis, que los textos vinculados a la prohibición del matrimonio de una tunecina con un extranjero, es decir, “la circular de 1973 y todos los textos parecidos, han sido anulados. Felicidades a las mujeres tunecinas por la consagración del derecho a la libertad de elegir a su cónyuge”, ha manifestado en redes sociales la portavoz presidencial.
Unas semanas antes, en agosto, el presidente Essebsi había instado a suprimir el decreto y se produjo un fuerte debate. Algunas autoridades musulmanes consideraron que se vulneraba la sharia y que no había garantía alguna de que la mujer musulmana pudiera practicar y conservar la fe en un matrimonio mixto.
El partido islamista Ennahda, coaligado con Essebsi, carece de una posición común en el asunto, mientras las formaciones laicas y organizaciones feministas se han felicitado por la decisión, alegando que la interpretación del Corán debe hacerse de acuerdo a la realidad actual.
Como suele suceder en países occidentales, también en Túnez existen interpretaciones diversas de la Constitución de 2014, aprobada por consenso. Los más conservadores subrayan los artículos donde se plasma que “el Estado es el guardián de la religión” y otros destacan los que recogen que “hombres y mujeres son iguales ante la ley”.
Naturalmente, existen discrepancias al interpretar el Corán. Según algunos expertos, proclama la igualdad de hombre y mujer como criaturas, aunque existe intenso debate sobre cómo se refleja esa igualdad. No pocos consideran que la preeminencia del varón sobre la mujer es indiscutible, sobre todo en materia de corrección y disciplina.
Buena noticia – Túnez aprueba una ley histórica para poner fin a la #violencia contra mujeres y niñas https://t.co/HKegvPsE7x
— ONU Mujeres (@ONUMujeres) August 7, 2017
La solución a estas controversias doctrinales, como sucede con las interpretaciones de la ‘yihad’, es complicada, debido a la ausencia de una autoridad única religiosa musulmana.
En su reciente viaje a Egipto, el papa Francisco pronunció su primer discurso en la Universidad de Al Azhar, el mayor centro cultural y teológico suní. Allí reiteró su “no a cualquier forma de violencia en nombre de Dios”.
Chiíes y suníes conforman las más conocidas corrientes del islam. Por recordar algún aspecto, el sunismo no tiene un clero establecido, mientras el chiismo sí tiene una jerarquía, con mulás (clérigos) con peso específico, como en Irán, por ejemplo.
En paralelo a las políticas favorables a la mujer, la Administración tunecina ha facilitado algunas encuestas en las que se constata que más del 50 por ciento de las mujeres en Túnez ha sufrido un ataque violento a lo largo de su vida.
La realidad es que existe acoso a la mujer, menor que en otros países, y que se percibe más en zonas rurales del país, más integradas en la cultura islámica.
Una parte de la sociedad no acepta legislaciones avanzadas y los gobernantes, incluidas mujeres, lo saben. Por eso, entre otras cosas, la Constitución exime a los varones de castigo si se casan con la mujer a la que han llevado a la fuerza.
No hace mucho, se escribía en este mismo diario tras los atentados terroristas de agosto en Barcelona y Cambrils: “La guerra externa del islam es una exportación de la guerra que mantienen entre sí para imponer una identidad religiosa a la dispar. Una guerra constante desde el origen de su historia que cuenta con el largo plazo. Apenas acaba de trasladarse a Occidente. El Corán está entrando en nuestras vidas, el enemigo está dentro del Corán, aunque no todo el Corán sea nuestro enemigo”.
El feminismo tunecino se ha occidentalizado desde hace tiempo, al menos en las leyes. El problema es que en su evolución ha mezclado derechos que lo son, como votar, la no discriminación en salarios o en el matrimonio y en tantos aspectos, con aspiraciones del feminismo radical, como si abortar fuera un derecho de la mujer, olvidando el derecho a la vida del ser humano concebido.