Mikel Buesa | 24 de abril de 2018
Semanas antes del que puede ser el anuncio de su disolución, ETA ha emitido un comunicado del que todos los medios han destacado su parcial petición de perdón. Arnaldo Otegi ha dicho que se trata de «un hecho histórico sin precedentes», magnificando así un acontecimiento de clara intencionalidad política con el que ETA y sus epígonos buscan reivindicar una vez más la pretensión de separar al País Vasco de España. El contexto en el que se produce la manifestación de ETA está determinado por el descrédito del nacionalismo radical a raíz de juicio por la agresión de Alsasua, las dificultades de Bildu para tomar la iniciativa política en Euskadi y la necesidad que tiene la organización terrorista tanto para reivindicarse antes de desaparecer como para exigir a cambio un tratamiento penal favorable a sus presos.
El comunicado de hoy de la organización ETA es histórico, sin precedentes en la historia de nuestro país https://t.co/c207eIWk3h
— Arnaldo Otegi (@ArnaldoOtegi) April 20, 2018
Pero una cosa es la apariencia y otra la realidad. ETA parece pedir perdón -y así merecer la magnanimidad con el derrotado-, pero lo que de verdad hace es reclamar una vez más la independencia para el País Vasco. Su lenguaje es alambicado, pero ello no obsta para que las claves de su interpretación estén contenidas en el texto de su comunicado y de la nota explicativa que lo acompaña. Veámoslo diseccionando uno a uno los temas que concurren en esos documentos.
Lo primero y más llamativo es el perdón. Dice ETA que quiere «mostrar respeto a… las víctimas», que lo siente «de veras», incluso que «ojalá nada de eso -se refiere a los daños causados- hubiese ocurrido». Pero inmediatamente introduce para sus víctimas una desagregación entre los que tenían y los que no tenían «una participación directa en el conflicto». La petición de perdón se refiere solo a estas últimas, a los «ciudadanos (perjudicados) sin responsabilidad alguna». Son muchos los medios y las asociaciones de víctimas que se han indignado, con razón, por esto. Pero en lo que casi nadie ha reparado es que, al efectuar esa partición, ETA ha recurrido a la distinción, típica del derecho internacional de la guerra, entre combatientes y no combatientes, para reivindicar implícitamente que todas sus víctimas han sido legítimas. Si la suya ha sido una guerra contra el Estado español, todos los servidores del Estado que hayan sido muertos o heridos en las acciones terroristas lo habrían sido legítimamente, pues se trataba de combatientes. Y lo mismo puede decirse de los no combatientes, pues en este caso, según ETA, los caídos lo fueron «obligados por las necesidades de todo tipo de la lucha armada»; o sea, se trató de daños incidentales o colaterales que, como tales, serían también legítimos de acuerdo con el Protocolo I, adicional a los Convenios de Ginebra de 1949.
COVITE ve inaceptable que #ETA divida a las víctimas entre culpables e inocentes. pic.twitter.com/BhIvWQ86Cj
— COVITE (@CovitePV) April 20, 2018
Desde mi punto de vista, la distinción entre víctimas que hace ETA me parece claramente rechazable. Primero, porque no estamos ante una guerra. Y segundo, porque aunque lo estuviéramos, se trataría de un «conflicto armado no internacional» al que sería de aplicación el Protocolo II de 1977 en el que se prohíbe cualquier ataque -o sea, todos, incidentales o no- a civiles que no «participen directamente en las hostilidades». Pero no se crea que la diferenciación entre víctimas de uno u otro tipo carece de antecedentes. A ETA, en su pretensión de legitimación, le han hecho el trabajo otros, tal vez de manera involuntaria, cuando han introducido en sus análisis ese tipo de distinciones. Es el caso, por ejemplo, del libro de José María Calleja e Ignacio Sánchez-Cuenca (La derrota de ETA), donde se habla de «víctimas seleccionadas» y «muertes colaterales o no pretendidas», e incluso de «errores» de la banda armada. Ahora vemos las consecuencias intelectuales de ese tipo de análisis conceptualmente erróneos y moralmente deplorables.
Esta cuestión del perdón conecta con otro aspecto que no ha sido suficientemente destacado en los medios. Se trata de la afirmación que hace ETA acerca de que, no queda nada que aclarar con respecto a su actividad terrorista. En la nota explicativa que acompaña a su comunicado dice que «ha reivindicado todas las acciones que ha realizado», que su militancia «ha asumido una responsabilidad colectiva» y que la organización terrorista «ha aclarado lo que ha hecho». Más aún, añade que, pese a ello, «hoy existen muchas acciones violentas producidas en Euskal Herria que nadie ha asumido, que nadie ha esclarecido». Su cinismo es indudable si consideramos los asesinatos de José Humberto Fouz Escobero, Jorge Juan García Carneiro y Fernando Quiroga Veiga en 1973 -los tres jóvenes gallegos que cruzaron a Hendaya para ver la película El último tango en París y que fueron torturados, muertos y hechos desaparecer, sin que aún se hayan recuperado sus restos-; o el atentado nunca reivindicado de la calle Correo de Madrid en 1974, que dejó trece víctimas; o el caso de los policías José Luís Martínez y Jesús María González que, en 1976, aparecieron con graves mutilaciones en la playa de Hendaya, quince días después de haber sido secuestrados; o en ese mismo año, las desapariciones de Eduardo Moreno Bergaretxe, Pertur, dirigente de ETA político militar, y de José Miguel Echeverría, Naparra, dirigente de los Comandos Autónomos Anticapitalistas; o el ametrallamiento de un coche en Tolosa, en 1981, que dejó como resultado la muerte de tres personas, dos de ellas hermanos; o el asesinato en 1985 del taxista Juan José Iriarte. No todo ha sido reconocido y explicado por ETA. Y menos aún los más de 350 crímenes que todavía esperan el testimonio de sus dirigentes para atribuir las responsabilidades penales que nunca se han asumido. Queda mucho por desvelar y ETA no ha hecho ningún merecimiento para verse retribuida a este respecto, especialmente con el acercamiento de sus presos al País Vasco como preludio de la concesión de beneficios penitenciarios.
Homenajes a etarras: un signo de la debilidad del nacionalismo radical en el País Vasco
Entremos ahora en los aspectos más políticos del comunicado. ¿Por qué formula ETA un pseudo-perdón? ¿Por qué afirma que ha dicho todo lo que podía decir acerca de sus atentados? La respuesta se desgrana a lo largo de su escrito, donde se reafirma en su doctrina de siempre: la que le condujo a considerar que toda su política se resumía en la reclamación de la independencia para Euskal Herria -ese ente ampliado que reúne al País Vasco, Navarra y los tres territorios vasco-franceses-. Recordemos que ese canon se formuló con nitidez en 1976, mientras se preparaba la transición democrática de España, en la «alternativa KAS (Koordinadora Abertzale Sozialista)». Esta se refería a las libertades públicas, la amnistía, la mejora de las condiciones de vida, la obtención de la autonomía, además de a la disolución de los cuerpos policiales y al reconocimiento de la «Soberanía Nacional de Euskadi» y el derecho a crear un estado vasco. Un año más tarde, la «alternativa» sirvió de soporte a los bereziak -el grupo más radical que anidaba en ETA político militar- para rechazar, en la Cumbre de Chiberta que reunió en Anglet a todas las fuerzas nacionalistas, su participación en las elecciones convocadas por el presidente Adolfo Suárez, y para hacerse un poco más tarde con la dirección de ETA militar.
Desde entonces, toda vez que gran parte del programa KAS se había realizado con la democracia española, la reivindicación de la autodeterminación ha sido el único horizonte político para ETA, incluso cuando, en 1995, la de KAS fue sustituida por la «alternativa democrática» con el beneplácito de Herri Batasuna. Además, ese desiderátum constituía la justificación de una lucha armada -de una guerra que continuaba la provisionalmente suspendida por el desenlace de la Guerra Civil en 1939- destinada a eliminar físicamente a todos aquellos que fueran considerados enemigos por la organización terrorista.
Pues bien, en este que por ahora es el último comunicado de ETA, esa doctrina reaparece, aunque de una manera alusiva que trata de velar su propósito. Para empezar, se ubica a la propia organización en un «conflicto político e histórico» que abarca a todas las «generaciones posteriores al bombardeo de Gernika» y en el que se ha desarrollado un «sufrimiento (que) imperaba antes de que naciera ETA y ha continuado después de que ETA haya abandonado la lucha armada». Nótese que lo que se está señalando implícitamente es que la campaña terrorista en nada ha cambiado el conflicto con el que se justificó, sin que ello le conduzca a ETA a reconocer su derrota.
ETA justifica su actividad terrorista una vez más https://t.co/BGwQ108LNn
— AVT (@_AVT_) April 20, 2018
Además, se señala que esa situación agónica se mantiene porque no se ha contado «con una solución democrática justa». Más aún, se dice también que «la reconciliación… en Euskal Herria» requiere «construir garantías para que (el) sufrimiento no vuelva a suceder»; y se alude a esas garantías como la «solución democrática al conflicto político». Un pensamiento, como se ve, unidireccional y envolvente que parte del mismo punto que constituye su destino. Es éste el secarral ideológico de ETA en el que una sola idea, la de la autodeterminación, constituye el principio y el fin de la acción política, se exprese ésta a través de las instituciones o lo haga mediante el ejercicio de la violencia.
No hay más: el Estado a constituir lo llena todo. Pero nótese que hay en esto un punto inquietante: si la «solución democrática» -o sea, la autodeterminación- es el final del proceso impulsado por ETA -el punto terminal del «sufrimiento desmedido» de «nuestro pueblo», como se dice en el comunicado- y es, además, su garantía, ¿qué puede ocurrir en el futuro si no hay sitio para la solución de ETA? ¿Volverá a restablecerse la campaña terrorista? Unos interrogantes éstos, como se ve, inquietantes, pues ETA no se ha disuelto y lo que se ha anunciado para dentro de dos semanas no parece que vaya a despejar completamente tales incógnitas.
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