Rafael Sánchez Saus | 14 de marzo de 2018
Era por abril de 2015 cuando una decena de parlamentarios del Partido Popular, entre congresistas y senadores, críticos con la pseudoreforma de la ley del aborto que por entonces perpetraba el Gobierno de Mariano Rajoy, se sentían en la obligación de escribir una carta a sus compañeros de partido para razonar su postura. En ella recordaban cómo el PP mantenía la posición que entonces ya solo ellos compartían en sus Estatutos (art. 3), en sus congresos nacionales, en su oposición a la “Ley Aído” de 2010, en el recurso de inconstitucionalidad contra dicha ley, en el posterior programa electoral de 2011, en la aprobación unánime por el Consejo de Ministros del anteproyecto presentado por Alberto Ruiz Gallardón y, por último, en la votación secreta producida en el Congreso el 11 de febrero de 2014, cuando 183 diputados populares rechazaron la propuesta socialista de que ese anteproyecto fuera retirado. Como sabemos, a continuación los diez parlamentarios fueron ferozmente represaliados por el aparato del partido: todos ellos fueron apartados de las listas en las siguientes elecciones, las primeras, por cierto, en las que el PP sufrió una ya masiva fuga de votantes.
La fractura del centro derecha es un hecho . El PP debe recuperar el humanismo cristiano
Traigo a colación este episodio, no tan remoto pero sobre todo esclarecedor, por dos motivos: porque nos puede servir para recordar el origen de la traición del PP al programa de reforma económica, política, social y moral que le dio la mayoría absoluta en 2011, y porque nos muestra a las claras el secuestro del partido, cuya amplia mayoría de militantes y votantes responde a lo que podríamos llamar derecha conservadora y catolicismo social, por un aparato de corte liberalsocialista y laicista cuyas propuestas y estilo de vida, en lo personal y en lo público, cuesta mucho distinguir de las de los líderes de los demás partidos del arco parlamentario, todos ellos ostentosamente instalados en la izquierda de corte sesentayochista. No es en modo alguno anecdótico que la traición general aludida comenzara en asunto tan grave y decisivo como es el del respeto a la vida del nasciturus y el mantenimiento de una ley del aborto meramente criminal. Aceptado ese trágala, ¿puede alguien extrañarse de que el PP, en estos últimos años, se haya convertido en el garante y propulsor de todos los falsos derechos que dimanan de la ideología de género y, en consecuencia, en demoledor activo de la sociedad a la que debió su hegemonía electoral?
Hoy el PP, amenazado seriamente por la corrupción y por la falta de identidad, se debate en la confusión al ver que un partido como Ciudadanos le roba a manos llenas el electorado que consideraba de su exclusiva propiedad y que por la derecha se afirma y consolida esa alternativa que supone Vox para quienes desean seguir votando una opción de derecha democrática y social aunque sea, todavía hoy, muy minoritaria. Al mismo tiempo, en todo Occidente emergen grupos políticos que muerden sin misericordia en esos votantes y que representan todo lo que el PP actual detesta. ¿Cuánto puede durar la singularidad de España? Porque, según parámetros europeos, es este un país con un Gobierno de centroizquierda, una oposición de izquierdas y una amenazante alternativa de izquierda revolucionaria y antisistema. Ante ese panorama, ¿puede entenderse el sentimiento de frustración y orfandad crecientes en sectores muy amplios del electorado del PP? ¿Adónde irá todo ese electorado huérfano y cada vez más disgustado? Es muy posible que Ciudadanos no acabe siendo el refugio perdurable de los exvotantes del PP. En efecto, Ciudadanos, que seduce a muchos por su oposición al independentismo y a la deriva autonómica, es en todo lo demás –economía, educación, familia- un partido de corte socialdemócrata y progresista que difícilmente podría retener a esos electores. Tal vez por eso, desde el PP se esté haciendo todo lo posible, que es mucho, para mantener en la invisibilidad a Vox, pero hay claros indicios de que Santiago Abascal puede conseguir romper el bloqueo mediático al que se le ha sometido con un rigor incompatible con la democracia. Las ya cercanas europeas de 2019 podrían ser decisivas al respecto.
Claro que al PP aún le quedaría una carta por jugar: la del regreso a sus raíces ideológicas, algo que para resultar creíble debería producirse desde ahora y no cuando apriete el calendario electoral. Si Rajoy y su entono las han olvidado, no tienen más que leer el que fue llamado Manifiesto de Varsovia, documento electoral del Partido Popular Europeo para las elecciones de 2009, el cual inspiró el programa que llevó a la memorable mayoría absoluta de 2011 en España. Y allí, mal que les pese, lo que se dice es que “Nuestras raíces judeocristianas… y el activo papel desempeñado por las Iglesias en Europa para promover la tolerancia y el respeto mutuo, son los pilares sobre los que se sostiene nuestra plataforma política”. No parece que sean esos los pilares que propugnan las que hoy parecen figuras más en auge en el PP, desde una Cristina Cifuentes a un Alberto Núñez Feijóo, pasando por la declinante Soraya Sáenz de Santamaría. Nadie pide a nadie que se haga ver en Misa de doce, pero habría que recordarles, con el gran T. S. Eliot, a estos personajes aupados sobre el voto mayoritariamente católico, que “un europeo puede no creer en la verdad de la fe cristiana pero todo lo que dice, crea y hace, surge de la herencia cultural cristiana y solo adquiere significado en relación con esa herencia”. Ignorar las consecuencias de esa realidad está llevando a Europa a un callejón sin salida. En España no es posible una derecha o un centroderecha que directamente vaya contra ella.
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