Javier Rupérez | 20 de marzo de 2018
Una reciente manifestación constitucionalista en Barcelona, y bienvenida sea, ha manejado entre otros el eslogan que pedía la recuperación del seny. No es la primera vez que en el curso de los últimos y convulsos meses, cuando la obscenidad del separatismo catalán sembraba confusión, violencia, incertidumbre y hartazgo entre propios y ajenos, voces de bienintencionada racionalidad se han levantado para reclamar la vuelta al seny, seguramente traducido como sensatez, hasta ahora apreciado y ampliamente publicitado signo de una comunidad que se quería paradigma de buen comportamiento, industriosidad y calidad colectiva. A diferencia -piensan los separatistas y algunos de los que no lo son, bien que solo osen manifestarlo en círculos privados- del resto de los pueblos de España, a los que la voluntad divina habría negado la posesión de tales gracias.
Los que estáis aquí hoy habéis pedido que nos respeten.
— Societat Civil Catalana (@Societatcc) March 18, 2018
Creo que todo el mundo debe actuar con la razón, no la pasión. Los fanáticos me dan mucho yuyu.
Cal que plantem cara, però sempre amb la mà estesa.
Gràcies Rosa Maria Sardà!!
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En la deriva, los separatistas no han tenido empacho en mostrar la faz racista de su reclamación. Y es que, como cualquier otro nacionalismo, el catalán estima representar un estadio superior al que comparte el resto de los habitantes de la España de la que quieren independizarse. En el camino, entre el ridículo, la delincuencia y la mentira, han arrumbado no ya cualquier partícula que en el trayecto quedara del seny, sino además la misma reputación de Cataluña y sus habitantes. La tarea pendiente de la mayoría de los catalanes que, como han claramente indicado en las recientes elecciones, quieren seguir perteneciendo a la España constitucional, es por ello justamente grande frente a las insidias y manipulaciones que históricamente han caracterizado al nacionalismo. No parece que entre sus prioridades deba concederse prioridad a la búsqueda del seny perdido.
El separatismo ha hecho del victimismo una constante de su conducta. El “España nos roba”, la “invasión de los charnegos” o la “persecución de la lengua vernácula” han formado parte sustancial del catálogo de infundios sobre los cuales construir su plataforma: la de un pueblo superior injustamente sometido a las hordas de unas tribus, fundamentalmente las castellanas, exteriores e inferiores. Añádase a ello el sentimentalismo llorón del supuestamente oprimido, que tan bien encarna Marta Rovira, para tener el cuadro completo de la tergiversación y el chantaje. El problema es que al “no nos quieren” de los separatistas se ha sumado la buena voluntad sin clarividencia de los que creen y dicen que el problema radica en la recuperación del afecto perdido entre Cataluña y el resto de España. Parte de la oferta, pues, consistiría en mostrarse dispuesto a que los catalanes recuperaran su seny. Para volver a querernos.
Cuando lo sensato, y ciertamente no fácil, es recuperar la noción elemental de que en los términos constitucionales todos los españoles son “libres e iguales”, sin distingos ni preeminencias, y al hacerlo propiciar la política directa y sin circunloquios que gentes como Inés Arrimadas, la dirigente de Ciudadanos en Cataluña, han sabido llevar a la práctica, en la reclamación de una España “patria común e indivisible de todos los españoles”, frente a las patrañas tribales de unos nacionalistas que solo tuvieron por el seny la visión oportunista que les podría granjear, pensaron, la consecución imposible de un espacio sin otras reglas ni modos que las dictadas al buen tuntún por sus mandarines. Nadie sabe a ciencia cierta qué es eso del seny, quién lo inventó o para qué servía. Lo que sí sabemos a estas alturas de la película es que Cataluña necesita de una pasada por la Constitución y por la Ley, únicas referencias que pueden garantizar la libertad y la prosperidad de sus ciudadanos en el marco de una España amplia y liberal, y en el más amplio de una Europa democrática y unida. Todo lo demás es humo. Incluido el seny.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.