Juan Pablo Colmenarejo | 25 de marzo de 2019
Si el centro-derecha no vuelve a tener una fuerza hegemónica, sistémica o lo que los politólogos definen como responsable, en contraposición a lo que llaman modelo demagógico, solo la casualidad, como en Andalucía, permitirá la necesaria alternancia. Si el bipartidismo ha dado algo a la democracia española es, sin duda, estabilidad durante cuatro décadas. Cada parte ha contribuido a esta larga estancia en un marco de convivencia y prosperidad inédito en los siglos de la historia contemporánea. Por eso, la asignatura pendiente de este ciclo electoral va a ser la refundación del centro-derecha.
El adelanto electoral al 28 de abril ha sido un acierto desde la perspectiva del actual inquilino del Palacio de La Moncloa. Los barones regionales socialistas se han convertido en un segundo plato y el margen de maniobra que les queda será pequeño si Pedro Sánchez alcanza el objetivo de gobernar, y ellos no. La purga para blindar el grupo parlamentario, depurando a Susana Díaz, es la prueba definitiva del plan trazado al día siguiente de la defenestración de Sánchez por el Comité Federal. La toma del control absoluto del poder en el PSOE por parte del actual secretario general es una coraza. Nunca más lo volverán a echar por una ventana, como el 1 de octubre de 2016.
Tanto para los suyos como para los rivales internos, Sánchez se ha erigido como un líder al que pocas cosas afectan. Incluso ha prescindido de quien le abrió la primera puerta de la política, José Blanco, sin que le tiemble el pulso. Tiene el camino trazado y lo va a recorrer aprovechando que la alternativa ya no es una sino tres, con la irrupción de un partido como VOX, que basa su crecimiento en la desafección acumulada por los antiguos votantes del PP.
Seguramente a VOX no le interese tanto echar a Sánchez como antes a Pablo Casado. El partido de Santiago Abascal es la herencia política que ha dejado Mariano Rajoy al siguiente líder del PP. En realidad, es una corriente interna que ha crecido fuera. Con su renuncia a la confrontación ideológica, el marianismo fue dejando bolsas de votantes flotando a la intemperie.
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Una parte fue recogida por Ciudadanos, provisionalmente, como se verá entre abril y mayo. Y la otra se fue quedando en la abstención. La quietud de Rajoy ante la ruptura constitucional en Cataluña ha sido el acelerador de VOX. Cualquiera en el lugar de Casado hubiera padecido la fragmentación y la pérdida de voto. Lo sencillo a estas alturas es hacer responsable a quien acaba de llegar y no tiene tiempo de taponar la herida. Sin duda, si el resultado del PP es el que anuncian las encuestas, aparecerán las mismas turbulencias que en los 90 contra José María Aznar.
Ahora, Casado lo tiene mucho peor, porque entonces el PP estaba solo y el CDS no fue nunca ni la mitad que Ciudadanos. VOX crece a costa del PP, pero contra Sánchez. Cuanto más tiempo siga el actual presidente del Gobierno, más duradero será el impulso. El PP alimentó a Podemos para llevarse por delante al PSOE. Ahora es exactamente al revés. En este momento es el PSOE de Sánchez el que lleva las de ganar aireando que todo es ultraderecha al otro lado. Para la izquierda, en la otra orilla solo hay VOX.
Casado ha llamado ya al voto útil, desde el principio, porque hasta el último momento casi la mitad de los votantes del centro-derecha no tomará su decisión. Creen en el PP que no pierden nada por intentarlo. Sino al contrario.
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Una refundación del centro-derecha antes de este período electoral es casi imposible. Pero después se presenta como inevitable, siempre y cuando se haga desde el poder. En la oposición nadie querrá ceder sus logros, por pequeños que sean. El acuerdo de Andalucía y el pacto de Navarra son las primeras señales del siguiente paso.
La refundación del centro-derecha en un partido nuevo que sume por lo menos al PP y a Ciudadanos es inevitable. Contra Sánchez aguantarán más que sin él. El actual presidente del Gobierno tiene las de ganar y espera reeditar con Podemos y Esquerra Republicana el tripartito que Pasqual Maragall le fabricó a José Luis Rodríguez Zapatero en 2003. Lo que no le dejaron hacer en 2016 y ahora tiene al alcance de unas semanas. Y además con VOX como pegamento del voto de la izquierda.
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