Justino Sinova | 10 de marzo de 2017
Entiendo a Albert Rivera solo a medias. Lo confieso. Es un líder sugestivo, pero a veces apunta tendencias autodestructivas. Un amigo mío se divierte confeccionado un catálogo de gentes que, a base de dar virajes a su pensamiento, a sus planes y a sus intenciones consiguen romperse los tobillos y romper los de quienes intentan seguir sus pasos, y está a punto de incluir en él a Rivera. Me parece un poco pronto porque el joven político, que ronda la edad en que su estándar Adolfo Suárez se estrenaba como gobernador civil, ocho años antes de llegar a la Presidencia, dispone aún de tiempo para rectificar, lo que en su caso consiste en centrarse en serio donde dice que quiere estar.
A Rivera le convendría demostrar que sus problemas los resuelve con habilidad negociadora. La desproporción de pactar con Podemos contra su aliado natural es un disparate que solo puede producirle aprietos y deterioro
Albert Rivera tiene razones para enojarse con Mariano Rajoy porque el Partido Popular no acaba de cumplir el acuerdo sobre cargos acusados de corrupción que firmaron para que Ciudadanos apoyara la investidura. Lo que se firma se cumple y, si acordaron que los investigados, antes imputados, deben abandonar la vida política, o se consuma su retirada o el acuerdo pasa a ser papel mojado. La causa del conflicto es la no renuncia del presidente popular de Murcia, Pedro Antonio Sánchez que, después de haber tenido que declarar como investigado, continúa en su puesto a la espera de una nueva decisión judicial. Sánchez no está sometido a juicio oral, pero se halla en el trámite previo que el acuerdo establece como causa de retirada. Se puede discutir que esa condición es improcedente porque, a falta de sanción del juez, la inocencia del investigado sigue jurídicamente incólume, pero PP y Cs rubricaron el requisito y eso hace perfectamente explicables el malestar del líder ciudadano y la dureza dialéctica que empleó contra Rajoy el miércoles en el Congreso.
Ahora bien, la amenaza que profirió Rivera como respuesta al incumplimiento es sorprendentemente desacertada, propia de una rabieta y no de una solución ponderada. Consiste, a fin de cuentas, en echarse en brazos del Partido Socialista y de Podemos para desalojar a Sánchez del despacho presidencial y para montar a Rajoy un número en el Congreso que evidencie su debilidad. Un pacto con el PSOE puede resistirlo un partido centrista (siempre, claro está, que no pase por aceptar el radicalismo que el Sánchez socialista, Pedro, impondría como efecto de su última deriva), pero la connivencia con el populismo radical izquierdista, de conexión venezolana y engarce con el comunismo más rancio le causaría heridas letales, primero al líder, que desistiría ostensiblemente de su moderación y, después, al partido, que pasaría a ser un lugar incómodo para muchos de sus votantes.
La amenaza que profirió Rivera como respuesta al incumplimiento es sorprendentemente desacertada, propia de una rabieta y no de una solución ponderada
Rivera ha abierto un plazo moderadamente amplio, que finaliza el día 23, para que Sánchez dimita. Puede ser un lapso suficiente si en ese tiempo falla el juez –si exonera, Sánchez sigue; si abre juicio, Sánchez cae– pero tendrá el efecto de una trampa autoimpuesta si su señoría no resuelve. En ese caso, Rivera quedará atado por sus palabras y maniatado por Podemos, mientras se pone en marcha una maquinaria letal de destrucción del statu quo actual. Hay que recordar que en Murcia el PSOE (13 escaños) y Podemos (6) no pueden nada sin el apoyo de Ciudadanos (4) contra el Partido Popular, que cuenta con 22. Situación parecida se da en el Congreso, lo que hace que el reto de Rivera lo haya convertido en imprescindible para la maniobra colectiva y, de resultas, le haya creado un enredo a él.
Después de la trifulca del miércoles, equipos populares y ciudadanos se han puesto a trabajar y a negociar, lo que podría indicar que las amenazas tenían más de juegos para la galería que propósito severo. Pero el reloj sigue avanzando mientras la sombra de Podemos se proyecta sobre Ciudadanos. A Rivera le convendría demostrar que sus problemas, que son los propios de un partido bisagra, los resuelve con habilidad negociadora. La desproporción de pactar con Podemos contra su aliado natural es un disparate que solo puede producirle aprietos y deterioro. Quizá no le equivaliera a un suicidio político, pero qué necesidad tiene de pegarse un tiro en un pie para arriesgarse a no recuperar nunca la estabilidad. Por eso no se le entiende del todo.