Fernando Jáuregui | 18 de septiembre de 2017
De Gabriel Rufián, dice Wikipedia que es “un político español”. Supongo que no le gustará mucho esta definición. Es duro tener que pelearse con el buscador internacional, que, terco, insiste en proclamar lo evidente y lógico. Me perdonarán si me expreso acaso un punto demasiado libremente, pero no quiero progresar en este artículo sin decir que Rufián, cabeza de lista de Esquerra Republicana de Catalunya por Barcelona en las últimas elecciones legislativas, se ha convertido en el representante del arte circense, en el titiritero del Parlamento. Una vergüenza en la labor del Legislativo, que él ensucia en cada sesión de control parlamentario, bien llevando camisetas esotéricas o una fotocopiadora en la que basar su reivindicación del referéndum secesionista catalán, todo ello envuelto en un lenguaje ofensivo y soez a fuer de inculto. Hay algo todavía peor: Rufián, junto con la CUP –a veces resulta difícil distinguir a uno de la otra–, pretende erigirse en la voz de la izquierda en Cataluña. No lo son, al menos desde una perspectiva de cierta seriedad política, cualidad que a este parlamentario bocón no le asiste, y de los de la CUP ya ni hablemos.
La impresora de Rufián y la respuesta de la vicepresidenta del Gobierno. La imagen de la jornada en el Congreso https://t.co/PhZG6uHkbr pic.twitter.com/cBppIwZJD6
— EL MUNDO (@elmundoes) September 13, 2017
Cierto que el ‘procés’, visto tanto desde la derecha como desde la izquierda, admite bastantes modalidades. Lo de la derecha, ya me lo explicará alguien: cómo es posible que dos burgueses como Puigdemont o el propio Oriol Junqueras –no haga usted demasiado caso a la etiqueta ‘Esquerra’ en el caso del vicepresident de la Generalitat–, para no citar ya a algunos miembros del Govern, se alíen con fuerzas que serían consideradas extrasistema en cualquier país europeo, como la CUP, para, entre ambas partes, violentar las leyes y las normas más básicas del Derecho. Que es, entre otras cosas, en lo que consiste ese bodrio jurídico, con pretensiones de Constitución transitoria, que es la ley de desconexión, un auténtico atentado contra conceptos de convivencia elementales, como la seguridad jurídica.
Reconozco que aún más difícil me resulta entender lo que pasa en la izquierda, en general, y en la versión catalana de Podemos en particular: un grupo parlamentario de once que logra tener tres posturas ante el referéndum independentista: el ‘sí’, el ‘no’ y la abstención, menuda locura. Y, en medio, deshojando la perversa margarita –bueno, ya la tiene deshojada, en realidad–, la jefa de filas, Ada Colau, que puede provocar en Barcelona, de aquí al 1 de octubre, uno de los líos más monumentales en los que se haya visto envuelta la Ciudad Condal desde el 6 de octubre de 1934. En realidad, el lío está servido…hasta el 1 de octubre, que, después, las apuestas insisten en que la racionalidad irá volviendo a los pagos catalanes. Básicamente, porque los independentistas van a perder, de una forma u otra –incluso aunque haya votación–, de manera abrumadora, por goleada.
Esa racionalidad ha de pasar necesariamente por poner en el lugar político que les corresponde a personajes como Rufián. Que alguien como él, con sus tonos chulescos y poco esclarecidos, pueda resultar representativo de otra cosa que un grosero divertimento en el Congreso de los Diputados resulta ya impensable. Lo mismo que, por ejemplo, el hecho de que la CUP tenga la más mínima capacidad de decisión en la política de un país, de un territorio, aunque sea una mera comarca.
Ya sé que esto de la independencia catalana no responde milimétricamente a los conceptos izquierda-derecha, aunque no faltan miopes que identifiquen a la izquierda con las tendencias separatistas (y entonces, ¿qué pinta el PSC en el otro bando?) y a la derecha con el antiindependentismo (ya me dirán si, por ejemplo, los Pujol resulta que no son de derechas, por decir lo menos). Es obvio que Cataluña refleja, como nadie ni nada, la confusión ideológica que vive este país, llamado España, inmerso en un esperpéntico caos político. La pelea tuitera entre alguien que se reclama ‘radical de izquierdas’, como el diputado de ERC Gabriel Rufián, que representa unos modos, una estética y creo que hasta una ética aberrantes, con alguien que sí me consta (porque bien y desde antiguo le conozco) que es un hombre de la izquierda más honrada, como Joan Coscubiela, resulta altamente significativa. Y triste.
Coscubiela es como el 'camarada' q iba hace 40 años con las manos sin callos a las casas de los obreros a decirles q mejor no hacer huelgas.
— Gabriel Rufián (@gabrielrufian) September 7, 2017
Y es que sucede que Coscubiela, portavoz del grupo parlamentario de Catalunya Si que Es Pot, que viene a ser la rama catalana de la formación morada de Pablo Iglesias, ha tenido la osadía de pronunciarse en contra de la independencia, aludiendo a razonamientos que me parecieron impecables, incluyendo el futuro de su propio hijo. Y lo hizo en aquella memorable, por lo aberrante, sesión del Parlament en la que se aprobó el referéndum para el 1 de octubre. Pero ya vimos que ni todo su grupo le respalda, por lo que probablemente tendrá que abandonar su puesto de portavoz, ni, desde luego, algunos tuiteros, que comparten las malas formas que caracterizan a Rufián –ay, las redes sociales–, han dejado de atacar, con los peores insultos y las más groseras amenazas, a este veterano sindicalista, que tanto peleó contra Franco y a favor de la peculiaridad catalana.
? @carrizosacarlos "Ayer toda la oposición del #Parlament aplaudió unida al Sr.Coscubiela; se aplaudió a la democracia" #JusticiaCataluñaESP pic.twitter.com/soH7bLUCJ3
— Ciudadanos ???? (@CiudadanosCs) September 8, 2017
Resulta preocupante la que me dicen que es una situación anímica desalentada por parte de Coscubiela. Ha preferido tirar la toalla antes que mantenerse en un marco de indignidad y de zafiedad: no quiere que nadie pueda confundirle, como hombre de izquierdas, con el rufián de turno. A él, estoy seguro, a la hora de mostrar su postura, no le presionan ni las posibles querellas de la Fiscalía, ni lo que diga el Tribunal Constitucional, ni la firmeza mostrada por Rajoy, que es personaje que me consta que no le gusta; a él, lo que le atenaza es la falta de sentido común, la irracionalidad colectiva en la que parece haber caído una parte de la sociedad catalana, y que se evidenciará, si Dios no lo remedia, el próximo 1 de octubre. Ya digo que confío en que el 2 empezará a ser otra cosa; pero ese será motivo de otro artículo.
Creo que ejemplos de valor cívico como el de Coscubiela son mucho más afectivos que los discursos de decenas de políticos del PP, del PSOE y de Ciudadanos juntos, con lo cual no quiero decir, ni mucho menos, que no aprecie la demasiado tardía unidad de las fuerzas constitucionalistas en torno a las medidas, que temo que de manera inevitable serán crecientemente duras, puestas en pie por Rajoy al frente del Gobierno central. Es, ya lo vemos, la guerra. Lo malo es que la derecha en Cataluña tenga que optar entre Albiol y Puigdemont (no es más conservador el primero que el segundo) y la izquierda, entre Rufián y Coscubiela. Algo está fallando en esta sociedad nuestra cuando no nos damos cuenta no solamente de dónde está la decencia, sino de dónde está el raciocinio, que es exactamente lo contrario del enloquecimiento. Y sigue la absurda batalla, a ver en qué para toda esta insania, porque hoy, a ya muy pocos días de una fecha que será negra, todas las posibilidades están abiertas, lo que quiere decir que cualquier cosa puede pasar, mira que el ejemplo de Coscubiela nos lo está advirtiendo. El se va, Rufián se queda y, encima, potenciado. ¿Cuándo retornará la cordura?
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.