Ainhoa Uribe | 09 de febrero de 2017
Cabría pensar que un acuerdo Trump–Putin podría acelerar el fin de la guerra en Siria. Pero, ¿será todo tan sencillo y veremos pronto la paz? La respuesta es no. La guerra no ha terminado, aunque haya guiños diplomáticos entre Trump y Putin, aunque haya negociaciones y treguas sobre la mesa entre Rusia, Irán y Turquía (en Kazajstán), y aunque los medios ya no hablen los muertos en Siria.
Hay tres factores clave: 1) Los acuerdos de paz no satisfacen a la oposición al régimen de Asad (aunque dicha oposición está muy debilitada). 2) Los acuerdos se refieren a una parte del territorio, la no controlada por el Estado Islámico; y 3) a ello se añade la brecha que se ha abierto entre los propios sirios.
No hay sirio que no tenga un familiar entre los cerca de cinco millones de personas que han huido del país, o que no conozca a otro familiar de las más de 300.000 personas fallecidas en el conflicto. En este sentido, el drama no solo se refiere a los datos numéricos, sino a las heridas difíciles de cicatrizar hoy, y en el futuro.
Por ello, conviene analizar brevemente el pasado de Siria, para ver qué cuáles son sus perspectivas de futuro. Siria es un Estado joven, que nace tras la II Guerra Mundial. Ubicado en Extremo Oriente, con salida al mar mediterráneo, siempre fue muy codiciado como ruta comercial.
Quedarían aún dos grandes escollos por salvar: llegar a un acuerdo de gobierno y reconstruir un país absolutamente desolado por la guerra
Por este motivo, fue un territorio controlado en el tiempo por pueblos muy diversos: egipcios, cananeos, hititas, hebreos, asirios, persas, griegos, romanos, árabes, otomanos y franceses, hasta su independencia en 1946.
En 1946, las Naciones Unidas exigen a Francia que se retire de Siria, dando por concluido su mandato de administración del territorio. En ese momento, Francia se ve forzada a retirarse, pero para entonces ya había dejado en el poder a la minoría: los chiítas, fundamentalmente alauitas, grupo al que pertenece la familia de Al Asad, los cristianos y los drusos, para controlar a la mayoría suní, que conforma el 75% de la población.
Los alauitas, en el momento en el que los franceses se hacen con el control de Siria tras la caída del Imperio Otomano eran campesinos medio analfabetos o empleados domésticos, considerados chiítas herejes y despreciados, que trabajaban para la mayoría sunita.
Entonces, se produce una situación paradigmática: los alauitas, minoritarios en número y que habían sido despreciados históricamente, se hacen con el control del país, colaboran con los franceses y oprimen a la mayoría sunní. Como consecuencia de esta situación, social y religiosamente insostenible, la política no será estable. Entre 1946 y 1956 habrá, por ejemplo, 20 gabinetes diferentes y 4 constituciones.
La esperanza de vida en Siria se ha reducido en 20 años desde 2011, de 70 años a 57 años
Durante el contexto de guerra fría, Siria firmará un pacto en 1956 con la Unión Soviética, por lo que queda en la órbita comunista. Esta relación histórica entre Siria y la URSS es la que explica el actual apoyo de Putin al régimen de Bashar Al-Asad (cuyo padre, por ejemplo, cursó parte de sus estudios en la URSS). Desde 1963, el poder recae en el nuevo partido Ba`ath. Un partido que combina la aspiración panarabista con el socialismo, es decir, un partido de árabes laicos.
No obstante lo cual, pronto empiezan las disputas internas, entre el ala moderada y el ala más extremista del partido, por lo que se siguen sucediendo los golpes de Estado. En 1970, el por entonces Ministro de Defensa Hafez al-Asad dará un golpe militar para hacerse con el poder y asumir el control del país, quedando desde entonces, en manos de su familia. Hafez gobernará con mano dura, reprimiendo a los Hermanos Musulmanes (suníes contrarios al régimen, afincados en la ciudad de Homs, fundamentalmente) y dará estabilidad al país, no sin hacer desarrollar un fuerte sistema de inteligencia y mantener un firme aparato represivo.
Hoy la sociedad siria está herida de muerte por el odio, el sufrimiento, la calamidad y la dispersión de sus ciudadanos.
Desde 1970 hasta el año 2000, Hafez gana periódicamente las elecciones, sin oposición alguna, obteniendo un 99% de los votos. En el año 2000, tras el fallecimiento de Hafez al-Asad, su hijo Bashar se hace con el poder. Promete una apertura política al ser investido como presidente. Llega internet al país, se abren algunos medios de comunicación privados (a los que se les permite emitir sólo programas musicales), y la oposición comienza a realizar actividades de protesta contra el régimen.
El gobierno, sin embargo, responde con firmeza y reprime violentamente a la oposición, al tiempo que Bashar revalida su mandato también en elecciones en las que se presenta como único candidato obteniendo el 97% de los votos. El resultado es por todos conocido: en marzo de 2011 estalla la primavera árabe y unos meses después comienza una guerra civil en Siria.
La estrategia del gobierno en este tiempo ha sido la siguiente: Primero, servirse de la inteligencia y los mercenarios para mermar a la oposición, de forma selectiva, por un lado. Segundo, aislar a las poblaciones rebeldes para que no puedan obtener armas, alimentos o medicinas. Tercero, el gobierno ha evitado operaciones militares masivas, al no fiarse de los soldados. Por consiguiente, el uso de armas químicas contra la población ha sido una de las armas recurrentes.Hay que recordar que Siria contaba con uno de los mayores arsenales del mundo de armas químicas, como el gas sarín o el gas mostaza. El uso de estas armas ha dado lugar a la aprobación por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de resoluciones, en 2013, prohibiendo dichas actuaciones y pidiendo al régimen de Bashar la destrucción de sus arsenales, pese a lo cual, se han seguido usando, el cloro y el amoniaco contra la población civil, provocando miles de muertos.
Bashar ha concentrado la atención mediática occidental en la lucha antiterrorista, tras haber permitido que Al-Nusra y el autodenominado Estado Islámico se hicieran con parte del terreno sirio, con objeto de justificar el apoyo ruso a su régimen y los ataques áereos rusos en su territorio. Oficialmente, los ataques rusos deberían haber estado centrados en sendos objetivos, pero los datos muestran que se han atacado también a las posiciones de los rebeldes no radicales.
No hay sirio que no tenga un familiar entre los cerca de cinco millones de personas que han huido del país, o que no conozca a otro familiar de las más de 300.000 personas fallecidas
Naciones Unidas databa en el año 2010, la población de Siria en 21.987.000 habitantes. De la población actual, se estima que: unas 300.000 personas han fallecido. 13.5 millones están en situación de ayuda humanitaria, de los cuales, 8.7 millones tienen dificultades para cubrir sus necesidades básicas alimentarias. 3 de cada 4 sirios viven en una situación de pobreza. La mitad de la población no tiene empleo. Hay 1.5 millones de personas con algún tipo de discapacidad, como consecuencia de la guerra.
A ello debe sumarse el estrés y ansiedad psicológica que generan las guerras, especialmente entre los niños. Dos millones de niños no van al colegio, 1 de cada 4 escuelas ha sido destruida u ocupada, 6.4 millones de personas son desplazados internos (1.3 millones de personas necesitan ayuda por ser familias que han acogido a desplazados internos). 4.18 millones de personas han huido del país (refugiados) y se encontraría dispersos entre los siguientes países: Turquía (2 millones.), Líbano (1.1 millones.), Jordania (0.63 millones.) Irak (0.25 millones), Egipto (0.02 millones.), Norte de Africa (0.02 millones.) y 0.29 millones en Europa.
La situación actual es sumamente compleja: no hay alternativas de gobierno al régimen de Bashar al Asad, por la división interna y debilidad de la oposición.
La esperanza de vida en Siria se ha reducido en 20 años desde 2011 (de 70 años a 57 años). En otras palabras, la sociedad siria estaba dividida étnica y religiosamente. Hoy la sociedad siria está herida de muerte por el odio, el sufrimiento, la calamidad y la dispersión de sus ciudadanos.
La situación actual es sumamente compleja: no hay alternativas de gobierno al régimen de Bashar al Asad, por la división interna y debilidad de la oposición. Pero tampoco Bashar al Asad es una alternativa segura para la estabilidad del país. Por consiguiente, desde las Naciones Unidas se trabaja en la extensión del alto el fuego al conjunto del país y, fundamentalmente, en una tregua en el territorio fuera del control del Estado Islámico.
En conclusión, si continúa la situación como está, y se consiguiera un alto el fuego generalizado en el territorio, algo muy difícil, quedarían aún dos grandes escollos por salvar: de un lado, llegar a un acuerdo de gobierno; de otro, reconstruir un país absolutamente desolado por la guerra. Lamentablemente ninguno de estos escenarios parece previsible a corto y medio plazo. Por lo que urge cumplir, al menos, por parte de la comunidad internacional con los compromisos humanitarios y derechos humanos.