Gil Ramos | 17 de mayo de 2018
Ni un pas enrere (Ni un paso atrás). El archiconocido lema de los hiperventilados independentistas que perseveran en su particular mundo de Yupi resulta el mejor ejemplo de la catadura moral del nuevo molt honorable Joaquim Torra. Varios son los artículos que se han publicado en relación a los tuits y perlas literarias que ha lanzado el president de la Generalitat y, por lo tanto, máximo responsable del Estado en Cataluña desde el 14 de mayo. El president ha mostrado a lo largo de su carrera política sus dotes para ser calificado sin duda como sectario, talibán, supremacista y xenófobo. El sucesor a dedo del mártir Carles Puigdemont parece que se lo ha ganado a pulso. Pero más allá del historial del personaje, del léxico histriónico viperino y de la hipérbole nacionalista continua, lo que llama más la atención de esta elección es sin duda la amenaza vertida sin ambages ni aparente delicadeza o sutilidad. Una advertencia pura y dura al 53% de los catalanes que no llevan lazo amarillo ni comparten la separación de los estrellados. Iros o callad.
Ni un pas enrere. Los Torra y compañía no van a dar ni un paso atrás porque no lo han dado hasta el momento y no hay marcha atrás. ¿Quizás pensaba alguien que de modo casi taumatúrgico se recuperaría el sentido común tan solo por el hecho de recuperar las instituciones de la era post 155? Solo los más ingenuos o menos sagaces podrían haber llegado a tal conclusión. Que hay una quiebra evidente de la sociedad ni lo cuestionan los propios independentistas, pero es que además ahora se trata de pisar un poquito más el acelerador. Vía libre a la autopista “indepe” sin límite de velocidad, aunque se vea en el retrovisor el cartel del 155.
Ni un pas enrere. Esos funcionarios que se han sentido cómodos con la tímida intervención del Estado “opresor” ahora deberán tener cuidado, vendrán las purgas de verdad. Los mossos buenos y malos, los funcionarios que resistieron al Estado prosperarán, el resto a callar. Silencio. Y desde luego la sempiterna escola catalana. Los niños no. Eso no se toca. Me refiero lógicamente al discurso de normalización lingüística que ha acabado por incrustarse como ideología en el ADN de todo el establishment educativo del país. El Estado por supuesto otorga, porque ha callado durante años y cuando rechista alguien, se le invita a marchar o simplemente se le proscribe y se le deja en el ostracismo: Hijos de guardia civiles, castellanos revoltosos, o la familia de Boadella, da igual, bestias al fin y al cabo, como decía el inefable Torra. Edificante, muy pacífico y adecuadamente cívico. En su casa se supone que debe ser así.
La minoría del alambre . La gran coalición no es una quimera nacional sino una necesidad
Ni un pas enrere. Da igual que las familias estén rotas o que los amigos ya no se hablen, que ya desconfiemos, que no nos llamemos ni con whatsApp. Hemos llegado al límite, hemos cruzado el Jordán y no nos ha purificado. Nos hemos quemado todos, pero el 47% de los catalanes sigue con sus lazos, sus objetivos inconstitucionales, su propaganda, su televisión, sus subvenciones reactivadas, su ideología excluyente. No hay rectificación, ni tan siquiera revisión, sino una renovación de los sacramentos del independentismo todavía más ofensiva contra el resto de la sociedad. ¿Dónde están la concordia, la razón o la tan manida transversalidad? Brillan por su ausencia.
Ni un pas enrere. En París, hace unos pocos días un yihadista checheno sacó un cuchillo en una popular calle del centro y asesinó en nombre de su religión a una persona que paseaba libremente por una de las mejores ciudades del mundo. Imbuido por el adoctrinamiento, el terrorista mató una vez más en nombre de Alá. Afortunadamente la policía francesa le ayudó a encontrar su paraíso particular. Los principios morales de la República francesa son sólidos. Patria y laicidad. No van a ceder. No vamos a permitir que nos coarten nuestra libertad. Ningún paso atrás frente al odio y al fanatismo. Las comparaciones son odiosas, pero la desazón que nos invade a muchos catalanes hace que tengamos que reaccionar frente al odio nacionalista, incluso de los más allegados. La excusa es la de siempre. Los amigos te dicen que no es una cuestión personal, es el Estado, es el Rey, Rajoy, Ciudadanos, o Madrit lo que oprime. El agravio es esa España, tú no. Ese enemigo creado a la medida para hacer crecer la idea romántica de un estado propio en Cataluña liberado frente a ruines españoles atrasados e ignorantes. Lo que ocurre es que España no es un ente indefinido abstracto con cara de malo de película, sino un conjunto de personas con proyectos y también sentimientos. España es tú y yo.
El Señor Torra y sus adláteres nos ofenden y nos alarman. Desde fuera del país, el último movimiento del vodevil se ve con cierta indiferencia. La verdad es que preocupa más la formación de gobierno en Italia. En todo caso, es reveladora la imagen en prensa de un auditorio casi desierto, donde los cupaires dan su beneplácito para escoger al mayor incendiario posible a fin de redoblar la apuesta de la separación (de menos de la mitad) del “poble català”. Pésima calidad democrática y nula voluntad de reparación.
Así no President, así no amigos míos.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.