Carlos Echeverría | 07 de noviembre de 2018
El anuncio por parte del presidente Donald Trump de su intención de abandonar el Tratado INF (siglas en inglés de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio), firmado por los presidentes Ronald Reagan y Mijail Gorbachov en 1987, supone un nuevo motivo de alarma para la seguridad mundial y particularmente para la de Europa.
El susodicho tratado supuso un hito en lo que al desarme nuclear respecta. Implicó la destrucción de 1.842 misiles de la Unión Soviética y de 846 de los Estados Unidos, y ello en plena Guerra Fría.
Para muchos, la decisión del presidente Trump es interpretada como un paso más en su práctica de abandonar los marcos multilaterales, pero un análisis riguroso nos demuestra que, por un lado, la realidad es mucho más complicada y, por otro lado, que las consecuencias de dicho abandono en lo que al Tratado INF respecta serían muy preocupantes, particularmente para Europa.
Ya el presidente anterior, Barack Obama, había incidido en lo que ahora su sucesor argumenta como motivo principal de su decisión de acometer la retirada de un tratado que es estrictamente bilateral. En 2014, Obama acusó a Rusia de probar un misil de alcance intermedio (de 500 a 5.000 kilómetros) y, con ello, de violar el espíritu y la letra del Tratado INF. Entonces, los aliados europeos -particularmente Alemania, frente central durante la Guerra Fría y escenario delicado en la situación actual- presionaron a Obama para que no diera pasos arriesgados, y el propio presidente decidió apostar por exigir a Rusia su cumplimiento sin amenazar con denunciarlo.
Russia’s INF Treaty violation effectively makes the United States the only country bound by the Treaty, while Russia, Iran, China, North Korea, and others act without restraint. This we cannot accept. https://t.co/40GaO1fYYB
— NSC (@WHNSC) November 3, 2018
En 2017, el Departamento de Defensa denunció que Rusia seguía violando el tratado de forma aún más evidente, con el inicio del despliegue del misil probado tres años antes. Estábamos en aquel momento en una tensión intensa entre Moscú y Washington, después de que Rusia se hubiera anexionado la Península de Crimea (2014) y alimentara una guerra híbrida en Ucrania que llega hasta hoy, y después de que en septiembre de 2015 iniciara una intervención militar directa y contundente en Siria que también perdura hasta la actualidad.
Moscú, por su parte, no deja de recordar que es legítimo que perciba amenazas a su seguridad, dado que, desde hace años y antes incluso de que la Administración Obama lo acusara de estar violando el Tratado INF, Occidente había puesto en marcha varias medidas consideradas agresivas. No solo persistía en seguir ampliando organizaciones como la OTAN o la UE hacia el este de Europa -cortejando a países como Ucrania y Moldavia o culminando el proceso de incorporación de Montenegro a la Alianza-, sino que estaba poniendo en pie y desde principios de esta década un escudo antimisiles que cuestiona peligrosamente la capacidad de disuasión de Rusia.
Recordemos que la disuasión nuclear, aunque considerada por algunos como moralmente discutible e incluso condenable, garantizó durante décadas un estabilizador equilibrio entre las superpotencias y que se mantiene como tal con arsenales nucleares reducidos pero aún enormemente poderosos, y poner en cuestión la capacidad de disuasión con los interceptores existentes en Rumanía y Turquía o con los embarcados en los destructores estadounidenses desplegados en suelo español en Rota es inaceptable para Rusia.
Lo cierto es que, desde hace incluso lustros, las relaciones entre los Estados Unidos y Rusia no hacen sino enrarecerse, y que la dimensión balística es cada vez más preocupante al incorporarse a la lista de poseedores de dichos vectores cada vez más países -en particular China, pero también Irán o Corea del Norte, entre otros-, estando esta última razón detrás de la justificación del escudo antimisiles por Occidente. El anuncio estadounidense de la retirada del Acuerdo Nuclear con Irán, de 2015, y ahora del Tratado INF, preocupa ante todo en Europa. Rusia puede volver a amenazar a Europa con sus misiles de alcance intermedio de nueva generación, como la amenazara en la década de los ochenta con sus SS-20 y, como puede desplegarlos en una posición tan avanzada como es el enclave de Kaliningrado, amenazaría con ello a todo el continente, por lo que la percepción de inseguridad entre los europeos no hará sino incrementarse.