Carlos Cuesta | 28 de febrero de 2019
La Justicia acaba de bloquear las posibilidades de Pedro Sánchez de cumplir con su promesa de exhumar los restos de Franco en esta legislatura. Pero como el objetivo electoralista es prioritario -y un todo- con este presidente, Sánchez ya ha seleccionado sus siguientes objetivos en su plan de captación de voto a través del guerracivilismo: insinuar la posible exhumación de las tumbas de Manuel Azaña y Antonio Machado e inhumar sus restos en España.
No lo dice abiertamente, por la sencilla razón de que es, de nuevo, dudoso que lo logre, pero acaba de realizar una visita oficial a sus tumbas como muestra de ese interés. Un interés que toca figuras de fuerte contenido político, como Azaña, y termina de politizar las que no lo deberían tener, como la de Machado.
Pero estamos en campaña y todo vale con tal de enjuagar fracasos como el del Valle de los Caídos, el de los presupuestos o el de sus negociaciones y cesiones ante los separatistas.
El presidente, desde el extranjero, ha señalado aquello de que “España tendría que haberles pedido perdón mucho antes”. Una frase que conlleva, en el simplismo suyo habitual y del momento político actual, todo un posicionamiento en el bando republicano 80 después de iniciada la Guerra Civil y cuatro décadas después de comenzada la etapa democrática. Todo un alarde de oportunismo político, de anacronismo mental y de irresponsabilidad política.
No se trata de la primera vez que se habla de traer a España las tumbas de Azaña y Machado. Los intentos se han convertido en toda una tónica durante la Transición. Pero sí se trata del momento más inoportuno e intencionado de todos.
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Dionisio Ridruejo o Manuel Fraga intentaron ya traer a España a Machado durante el Franquismo. Y fue el propio hermano del poeta, José, quien se negó. El mismo José María Aznar llegó a reivindicar parte del legado de Azaña, para sorpresa de muchos.
Pero Sánchez vuelve ahora a la carga en una competición con Podemos o ERC por demostrar que él es el más republicano, el mayor defensor de traer las tumbas de Machado y Azaña a España porque defiende más que el resto un régimen como el de la II República, caracterizado por la voladura de los derechos de sus ciudadanos, por la no asunción de los resultados electorales y por el llamamiento a las armas de la izquierda más radical. Un régimen que fue calificado de violación de la legalidad en su tramo final por el propio presidente republicano Niceto Alcalá Zamora y que acabó desembocando en una Guerra Civil.
Sánchez se ha convertido ya, de hecho, en el primer presidente del Gobierno en ejercicio que ha decidido visitar la tumba de Manuel Azaña en Montauban, al sur de Francia. José Luis Rodríguez Zapatero lo hizo, pero no como presidente en activo. Y, por supuesto, Sánchez es también el primero que une esa visita a la de Machado en Coillure. Porque ya no solo quiere reabrir las heridas internas, sino que quiere explotar adicionalmente la veta exiliada -y su consiguiente voto- en su afán electoral.
Adolfo Suárez y Aznar se plantearon repatriar la tumba de Azaña. Cierto, pero con el objetivo contrario: el de demostrar que España volvía a ser la de todos.
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Hoy Sánchez lo dice -no lo hace- con el fin contrario: no los trae a España, pero reabre su herida. Como si España siguiese siendo la misma que la del Franquismo. La que el quiere vender ante las elecciones del 28-A. Porque, ante el más que evidente fracaso de un Gobierno que prometió mejoras sociales -y no las hay-; el fin del “problema catalán”, y sigue más grave que nunca; y hasta la salida de Franco; ese Gobierno, el de Sánchez, se enfrenta en las próximas elecciones a la imagen de la más absoluta inutilidad. Porque nada ha conseguido.
Nada más que reabrir heridas: lo mismo que ahora vuelve a intentar removiendo las tumbas de Azaña y Machado.
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