Pedro González | 08 de mayo de 2017
Vuelve Francia, la otra mitad, con Alemania, del motor de la Unión Europea. Lo hace por medio del presidente de la República más joven de la historia, Emmanuel Macron, que aún no ha cumplido los 40 años, jefe de Estado incluso unos meses más joven que cuando fuera entronizado Napoleón Bonaparte.
Peuple de France, nous ne céderons rien à la peur. Nous ne céderons rien à la division. Nous ne céderons rien au mensonge. pic.twitter.com/l9BDqyUm8u
— Emmanuel Macron (@EmmanuelMacron) May 7, 2017
No por esperada y augurada por todos los sondeos la victoria del candidato centrista del movimiento En Marche! sobre la candidata del nacional-populista Frente Nacional es menos importante. Lo es, en primer lugar, para su propio país, Francia, sumido en una depresión galopante frente al hiperliderazgo alemán. Pero también lo es para todos los que creen que el proyecto de la Unión Europea es la empresa colectiva más gigantesca emprendida por un continente que no ha cejado de guerrear y matarse durante los veinte siglos largos de nuestra era.
El resultado, sin embargo, no cabe interpretarlo como la desaparición definitiva de las ideas encarnadas por Marine Le Pen: repliegue sobre las propias fronteras, que serían cerradas a cal y canto para nuevos inmigrantes y peticionarios de asilo; resurgimiento de un nacionalismo filofascista y ruptura con una Unión Europea que, sin la aportación política, económica y sobre todo sin su liderazgo de ideas, sería de todo punto inviable. Tales ideas han calado no solo en quienes la han votado sino también en ese 9% de votos blancos o nulos que han mostrado así su cólera y hartazgo.
Marine Le Pen ha conseguido, en todo caso, un objetivo no menor: normalizar la presencia de un Frente Nacional desdiabolizado. Esa normalización concluirá con el cambio de denominación oficial del movimiento, que ella misma ha definido como una “Agrupación de Patriotas”. Ella misma contribuyó a esa normalización reconociendo su derrota y felicitando a su rival a los pocos minutos de cerrarse los colegios electorales.
Por otra parte, si no ha alcanzado la meta de llegar o incluso sobrepasar el 40% de los sufragios, no es menos cierto que los que comulgan con sus ideas pueden conformar el primer partido de Francia en las legislativas. Algo que solo puede alterar la creación de una mayoría presidencial, que sostenga al nuevo inquilino del Elíseo reagrupando y reestructurando los viejos partidos políticos e incorporando a otras fuerzas ansiosas de conquistar su propio futuro. La incógnita se despejará en apenas cuatro semanas, cuando se celebren esos comicios legislativos, cuya campaña comenzó en los platós de las cadenas de televisión francesas tan solo instantes después de aparecer los primeros resultados del duelo Macron-Le Pen.
En cuanto al vencedor, si Macron exhibe en el Elíseo el mismo desparpajo y firmeza de convicciones que ha mostrado durante la larga campaña electoral, Francia va a operar un cambio trascendental, siempre retrasado y ahora absolutamente imprescindible. El país, con un gasto público del 57% del PIB, ya no daba más de sí. Su envidiado Estado del Bienestar está exhausto, mantenido tan solo gracias a una demoledora presión fiscal sobre autónomos, pequeños y medianos empresarios y a una deuda que roza ya el 100% de su PIB. Y el desempleo, en torno al 10%, se considera una cifra descomunal cuando se compara con Alemania, el país con el que Francia quiere –y Europa necesita- competir de igual a igual.
Su primer discurso como presidente electo tuvo la envergadura que se espera de un político investido de un enorme poder. Se erigió “humildemente” en “el presidente de todos los franceses”, abogando por la reconciliación de un país fracturado. Se aplicó el cuento a sí mismo, manifestando su respeto hacia los ciudadanos que habían escogido la candidata del Frente Nacional y señalando asimismo que tomaba nota de los que habían elegido los extremos, en clara alusión a los populistas del neocomunista Jean-Luc Mélenchon.
Dio seguridad a todos los que albergan esperanzas de que Francia vuelva a ser el país que encabece la lucha frente a los grandes desafíos de nuestro tiempo, desde los implacables avances tecnológicos al cambio climático, con una mención muy destacada a un nuevo despegue de la Unión Europea. A los vecinos, socios y aliados les aseguró que “Francia cumplirá con todos sus compromisos” y a los terroristas yihadistas les auguró una lucha sin cuartel dentro y fuera del país.
Agradeció calurosamente el trabajo de su predecesor –y mentor-, el presidente François Hollande, antes de llamar a la reconciliación y a la unidad del país, en un intento claro de elevarse por encima de la trifulca política, como si quisiera reencontrar el papel de presidente-árbitro y reunificador de Charles de Gaulle, el fundador de la V República.
Macron tomará posesión de su cargo el domingo 14 de mayo y para entonces habrá diseñado un Gobierno que dará claramente las pautas de su mandato. A buen seguro que contará con políticos experimentados de los Republicanos y del Partido Socialista. Los primeros, tras el fiasco de François Fillon, ya han deslizado que los que sean nombrados ministros serán excluidos de la formación, aunque quizá solo sea una sanción que dure hasta los comicios de junio. En cuanto a los socialistas, deshecho prácticamente el partido, ya en modo residual, sus cabezas más valiosas entrarán sin duda en ese Gabinete.
Comienza, por lo tanto, una nueva era para Francia y para la UE. Los viejos partidos que tradicionalmente se han repartido el poder se despojarán incluso del nombre y habrán de reestructurarse a toda prisa. Otros, como el Frente Nacional, además de diseñar nuevo logo y nomenclatura, habrán de tener en cuenta que el ganador de las presidenciales lo ha hecho con el apoyo de dos de cada tres votantes.
La tentación populista, difícil de resistir, será la de intentar ganar en la calle lo que no han logrado en las urnas. Sus líderes habrán de mostrar su apego o no a los valores de la República, conteniendo un movimiento de protesta muy fácil de atizar en cuanto se anuncie la puesta en marcha de las primeras grandes reformas. Y estas solo saldrán adelante con el apoyo de una gran mayoría en la Asamblea Nacional.