Ramón Pi | 22 de enero de 2019
La irrupción del partido VOX en el mapa parlamentario autonómico andaluz tras las elecciones celebradas el 2 de diciembre fue calificada por muchos políticos, y también en muchos medios, como la aparición de la extrema derecha. Algunos, como Pablo Iglesias Turrión, calificaron a ese partido de fascista. La cosa no tendría nada de particular, porque ya sabemos que los políticos (y, ay, no pocos medios) están en campaña propagandística permanente. Pero veo que personas y medios tenidos por ecuánimes y respetables se apuntan al uso de esta terminología engañosa, y creo que sería bueno aclarar un poco estos conceptos.
La expresión “extrema derecha” sugiere una visión especular de la “extrema izquierda”, pero no es así. La expresión “extrema derecha” es un invento propagandístico de la izquierda y, más concretamente, de la izquierda comunista. Lo que ocurre con la extrema izquierda no sucede con la extrema derecha, ni mucho menos. La extrema izquierda, en efecto, consiste en llevar los postulados de la izquierda hasta el paroxismo.
¿Cuáles son esos postulados? Digamos algunos más relevantes: la izquierda prefiere un Estado fuerte (mientras no se produzca su quimérica desaparición) a una sociedad fuerte; la izquierda no es individualista, sino colectivista; prefiere la seguridad a la libertad; prefiere el dirigismo al espontaneísmo en la sociedad y la cultura, el intervencionismo y la planificación económica al libre juego de la competencia. Cuando un partido de extrema izquierda alcanza el poder, lleva esos postulados al paroxismo, y entonces surgen un Pol Pot o una revolución cultural genocida.
El escrache preventivo de la izquierda contra VOX
Pero con eso que se llama “extrema derecha” no sucede el mismo fenómeno, pues la derecha, en cambio, se basa en justo lo contrario que la izquierda: prefiere una sociedad fuerte a un Estado fuerte; cree en la capacidad creadora del individuo, y no en la lucha de clases, como motor de la historia; es partidaria de la competencia y del riesgo en economía, prefiere la libertad a la seguridad.
¿Y ocurre que esos postulados se llevan hasta el paroxismo en un Estado nazi o fascista, o sea, de eso llamado “extrema derecha”? Desde luego que no. Eso que la izquierda llama “extrema derecha” a lo que se parece no es a la derecha, sino a la izquierda: el Estado aplasta a la sociedad, se establece el partido único y no se libra de la vigilancia del poder ni el más íntimo reducto familiar. No fue casual que Hitler llamase a su partido “Partido Nacional-Socialista Obrero Alemán”, y Benito Mussolini provenía de la dirección del partido socialista italiano.
La principal diferencia entre los totalitarios nazifascistas y los comunistas es que los primeros son ferozmente anticomunistas y los segundos, ferozmente antifascistas; pero ninguno es democrático. Esta es una aproximación bastante simplificadora, aunque útil para concluir que nos equivocaremos si aplicamos la expresión “extrema derecha” a VOX, que es un partido de derecha, pero me parece calumnioso ese añadido de “extrema”, porque se usa con intención descalificadora en aspectos cruciales, como su presunto carácter antidemocrático.
Dicho todo lo que antecede, no quedaría del todo formulada mi opinión si no expresase mi prevención acerca del riesgo que esta joven formación política corre de que se le adhieran, como polizones, personas u organizaciones verdaderamente fascistoides, antidemocráticas o xenófobas, que pueden ver en VOX un vehículo para hacer circular sus obsesiones. Cosa que puede ocurrir, y sus actuales dirigentes deberán estar atentos para impedirlo.
Termino con una reflexión vagamente melancólica: por lo que a mí respecta, me encuentro entre los enamorados de la libertad que fueron antifranquistas cuando Franco vivía porque no era democrático, y tuve que soportar el verme alineado con comunistas, maoístas y demás totalitarios que se disfrazaban de demócratas. Ahora se cierne sobre España (y sobre todo Occidente) el fantasma del nuevo totalitarismo de la ideología de género, que también viene disfrazado de demócrata y liberal. Y ahora los que estamos frente a este nuevo despotismo nos podemos acabar viendo alineados con los fachas y esa cosa llamada “extrema derecha”. O sea, que los enamorados de la libertad, por pitos o por flautas, estamos condenados a vivir rodeados de malas compañías.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.