José Francisco Serrano Oceja | 23 de septiembre de 2018
El papa Francisco lo tiene claro. También lo tenían Juan Pablo II y Benedicto XVI. Si hablamos de continuidad en el pontificado contemporáneo, ahí la tenemos. Tolerancia cero contra la pederastia del clero, contra los abusos sexuales en la Iglesia, de poder o de conciencia. Claro, que una cosa es repetirlo y otra que te quieran entender. Hablar y actuar, predicar y no quedarse de manos cruzadas.
La página web del Vaticano dedicada a los textos y documentos de la Iglesia contra los abusos sexuales ofrece suficientes argumentos. Además, el papa Francisco da más pasos: crea un grupo dedicado a esta materia, renueva la legislación, engrasa la maquinaria de la Congregación vaticana dedicada a estos temas, pone en guardia y obliga a las Conferencias Episcopales a tomar medidas. Y, sobre todo, abraza a las víctimas de los abusos sexuales en la Iglesia, las escucha, se encuentra con ellas, les ofrece un protagonismo redentor, como si les permitiera encontrarse y abrazar a Cristo. El Papa destierra de la Iglesia los criterios obsoletos y defensistas respecto al tema de la pederastia. Esos criterios que más parecían querer preservar el honor de la institución y prevenir escándalos que prestar atención a las víctimas.
Pido a nuestra Madre Santísima que interceda por la sanación de todas las víctimas que han sufrido abusos de cualquier tipo y que confirme a cada miembro de la familia cristiana en el firme propósito de no permitir nunca más que estas situaciones ocurran.
— Papa Francisco (@Pontifex_es) August 26, 2018
Ah, incluso ahora llama a los presidentes de las Conferencias a Roma durante unos días para tratar este tema. Palabras y hechos del Papa que pronto se olvidan ante la fuerza de un titular, de los números de un informe sobre los abusos sexuales en la Iglesia.
Recordemos cómo comenzó este pontificado. Benedicto XVI había renunciado y llegó el papa Francisco, aire nuevo y fresco del Espíritu. Cuando la Iglesia se encuentra en uno de los puntos más bajos de su credibilidad, el papa Francisco introduce la estrategia Galípoli, aquella famosa batalla de la Primera Guerra Mundial en la que los aliados -Australia y Nueva Zelanda- tuvieron que retirase. El Papa fue brillante al cambiar el tema, el foco, introdujo la Evangelii Gaudium y le dijo a la Iglesia que dejara de centrar sus energías en los asuntos sexuales y que debía cambiar el foco, centrar la cuestión en Jesucristo y la misión y sacar las conclusiones del Evangelio, los pobres, los inmigrantes. También el Papa hablaba con fuerza en contra del descarte de los inocentes, del aborto. Pero la clave era la propedéutica, la evangelización desde lo esencial, la reforma necesaria de cada uno de los miembros.
Y en estas aparecen los cultural warriors, los de la lucha cultural del catolicismo tradicionalista, y se empeñan en pedir la renuncia del Papa, el caso Viganò a escena. Es decir, utilizar el caso de los abusos para implicar al Papa, para rodear al Papa, para sembrar humo y ensombrecer el rostro de la Iglesia. Y, lo que es peor, arrastrar a la Iglesia hacia el moralismo, de nuevo. Tengamos claro que quienes piden la renuncia del Papa no quieren la reforma de la Iglesia, quieren la caída del Papa. El resto está en función de este objetivo. Al menos, pretenden bloquear la acción reformadora de Francisco.
Cinco razones para confiar en el papa Francisco y no en sus críticos
Me han gustado especialmente las palabras del nuevo prefecto para las Causas de los Santos, Angelo Becciu, que, al regresar de sus vacaciones en Cerdeña, su tierra de origen, confesaba haber visto mucho desconcierto en el pueblo sencillo por estos hechos. Recordaba monseñor Becciu lo que aprendió de niño: “Al Papa se le ama hasta el final; de él se reciben y acogen todas sus indicaciones y palabras… si nos mantenemos unidos al Papa, la Iglesia se salvará; si por el contrario se crean divisiones, desgraciadamente sufrirá graves consecuencias”.
Ya tenemos el escándalo de los escándalos: hundir a la Iglesia en el moralismo. Conseguir que ya no hable de Jesucristo, instalada en la línea defensiva, paralizada por las luchas internas, enrocada en las trampas de unos contra otros, atenazada por el miedo y vacía de esa presencia inquietante y reconfortante que debe comunicar a los hombres de todas las generaciones.
¿Lo conseguirán? No lo creo, ni mucho menos.