José Francisco Serrano Oceja | 14 de noviembre de 2016
Benedicto XVI ha vuelto de la mano de su periodista entrevistador de cabecera, Peter Seewald, con quien publicó tras libros anteriores con el mismo formato. Cada uno de sus capítulos es una lección de sabiduría espiritual y humana.
La mayoría de los titulares de las informaciones sobre el libro que nos ocupa giraban en torno a la siguiente afirmación: “El papa emérito rompe su silencio”. Benedicto XVI, una vez que anunció su renuncia y se retiró en el monasterio Mater Ecclesiae, había tenido alguna intervención esporádica, principalmente en el marco de acciones litúrgicas, pero no nos había sorprendido con una publicación de esta trascendencia. Quizá su Jesús de Nazaret, su última gran obra, lo llenada todo, o casi todo. Sin embargo, ha vuelto. Quizá como un movimiento espejo para no pocos creyentes que siguen enganchados a sus escritos y continúan recurriendo a su magisterio teológico, espiritual e intelectual.
Ha vuelto, porque no se ha ido. Ha vuelto de la mano de su periodista entrevistador de cabecera, Peter Seewald, con quien publicó tras libros anteriores con el mismo formato: La sal de la tierra (1996), Dios y el mundo (2002) y, ya como papa, Luz del mundo (2010). Ahora nos llegan estas Últimas conversaciones. Si La sal de la tierra quería ser una respuesta a los argumentos que pretendían deslegitimar la fe desde fuera, Dios y el mundo, un repaso a la propuesta de fe católica, y Luz del mundo, un aviso para navegantes sobre las tentaciones en el interior del cristianismo, ahora estas conversaciones se colocan, por una parte, en paralelo a su autobiografía, que quedó inconclusa –acaba cuando fue elegido prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe-, y el balance interpretativo de estos apasionantes años de cambio de paradigma también en el pontificado.
Quizá como un movimiento espejo para no pocos creyentes que siguen enganchados a sus escritos y continúan recurriendo a su magisterio teológico, espiritual e intelectual
Son muchas las respuestas del Papa emérito que habría que reproducir en esta presentación de esta delicia para la inteligencia y para el espíritu. Cada uno de sus capítulos es una lección de sabiduría espiritual y humana. La primera parte dedicada a su momento actual, a su “mundo vida”, y a la renuncia, causas, motivos, consecuencias, son una auténtica pedagogía de equilibrio interior y exterior y un testimonio de fe profunda en el “buen Dios”, expresión que se repite en el libro y que contiene una carga de intimidad con la Providencia amorosa que sorprende.
Si bien el cuerpo central del libro es una glosa añadida a la citada autobiografía Mi vida, los últimos capítulos oscilan entre un balance sereno de su pontificado y un análisis de la vitalidad actual de la Iglesia en forma de cierre categorial. Se podría decir, un último movimiento orquestal que produce en el lector el deseo de comenzar de nuevo la lectura por si acaso se ha perdido algo en primera instancia.
Si bien el cuerpo central del libro es una glosa añadida a la citada autobiografía Mi vida, los últimos capítulos oscilan entre un balance sereno de su pontificado y un análisis de la vitalidad actual de la Iglesia en forma de cierre categorial
Hay respuestas, directas, sencillas, unas firmes, otras reflexivas, algunas irónicas, que en sí mismo son un tratado. “Si un papa no recibiera más que aplausos, tendría que preocuparse qué es lo que no está haciendo bien”. “Lo importante no es le juicio de los periodista, sino el juicio del buen Dios”. “Muchos agradecen que ahora el nuevo papa se dirija a ellos con un nuevo estilo”. “El ministerio papal no ha perdido nada de su grandeza, aunque quizá se haya hecho más patente la humanidad de su ministerio”. “En la Iglesia se respira una nueva frescura, una nueva alegría, un nuevo carisma que llega a las personas; y, todo eso es, sin duda, algo hermosos”. “El verdadero problema en este momento de la historia es que Dios ha desaparecido del horizonte de los hombres”. Y así podríamos seguir líneas y líneas.
“Un libro extraordinario por muchas razones –dijo el vaticanista Luigi Accattoli, del Corriere della Sera– no solo porque nunca se había visto un Papa que hace balance de su pontificado, sino también por la extraordinaria libertad con la que Benedicto XVI habla de su sucesor y se compara con él, reconoce sus propios límites y defiende el trabajo realizado, negando haber padecido presiones para que renunciase y explicando que disolvió un grupo gay que existía en el Vaticano”. Cuando hablamos de la “libertad” de palabra de un Papa, solemos pensar el Papa Francisco. Pero ahora también pensaremos en el Papa emérito Benedicto.