Javier Arjona | 06 de marzo de 2019
En junio terminará el Año Jubilar para la celebración del 25º aniversario de la consagración de la Catedral de la Almudena. Transcurrido más de un siglo desde inicio de su construcción, el templo madrileño tiene muchas historias que contar.
La primera piedra de la madrileña Catedral de la Almudena fue colocada en el año 1883 por el Rey Alfonso XII. Se trataba de un original proyecto neogótico, diseñado por el marqués de Cubas, que buscaba dotar a la ciudad de Madrid de un gran templo del estilo de las catedrales de Burgos, Sevilla o Santiago de Compostela. En el museo catedralicio hay una formidable maqueta de aquella singular idea, reemplazada en el año 1944 por un diseño de Fernando Chueca y Carlos Isidro que se acomodaba mejor a la estética neoclásica del Palacio Real.
Hasta el año 1885 en que se creó la diócesis de Madrid-Alcalá, la metrópolis madrileña dependía de Toledo y, por tanto, de su Catedral Primada de Santa María. El establecimiento permanente de la Corte en Madrid en 1561, bajo el reinado de Felipe II, hizo reverdecer aquella Mayrit de raíces musulmanas que durante siglos estuvo a la sombra de la ciudad de las Tres Culturas de Alfonso X el Sabio. Desde entonces y hasta finales del siglo XIX, aunque Austrias y Borbones quisieron darle a Madrid una catedral, la poderosa influencia de Toledo bloqueó toda iniciativa.
Corría el año 1993 cuando Juan Pablo II culminaba en Madrid su cuarto viaje a España. Aunque al templo aún le faltaban detalles ornamentales, se aceleraron las obras para que la Catedral de la Almudena se convirtiera en la única en España, y en la primera fuera de la ciudad de Roma, consagrada por un Papa. En la fachada oriental, una monumental puerta de bronce, obra del escultor Luis Sanguino, rememora precisamente aquella efemérides con la presencia de los Reyes Juan Carlos I y Sofía, doña María de la Mercedes, madre del Rey emérito, y el entonces arzobispo de Madrid, Ángel Suquía.
Presidiendo el altar mayor se eleva la espléndida talla del escultor cordobés Juan de Mesa. El Cristo crucificado, conocido como el Cristo de la Buena Muerte, fue realizado en madera policromada siguiendo el característico estilo barroco del siglo XVII. A los pies de la Catedral de la Almudena, sobre la puerta principal, se puede admirar un monumental órgano, construido en Barcelona en 1999 por el organista Gerhard Grenzing y considerado como una verdadera joya que aúna la tradición centroeuropea y la escuela ibérica.
La Catedral de Santa María la Real de la Almudena está dedicada a la patrona de Madrid, y en su interior hay varias imágenes de la Virgen. La principal está situada en un altar en el crucero occidental del templo, en el centro de un impresionante retablo pintado por Juan de Borgoña, y se trata de una talla de madera policromada de principios del siglo XVI, que reemplazó a la original descubierta en 1085 por Alfonso VI en los muros de la al-Mudayna (Almudena) musulmana. Una réplica de esta imagen está en la cripta de la catedral, otra en el muro de la Cuesta de la Vega, lugar de su aparición, y la tercera en el museo, vestida con un traje de tisú blanco, tal y como se veneraba siglos atrás.
Para acceder al altar de la Virgen hay una llamativa estructura en forma de escalinata, diseñada por el arquitecto Chueca Goitia a imitación de la escalera dorada construida por Diego de Siloé en la Catedral de Burgos. En este mismo conjunto, bajo la imagen de la Virgen de la Almudena, se encuentra la tumba de la Reina María de las Mercedes de Orleans.
Fue la primera esposa de Alfonso XII y la Reina consorte más joven de la historia de España, al contraer matrimonio con tan solo diecisiete años. Aunque fue enterrada inicialmente en el Monasterio de El Escorial, el Rey insistió en su testamento en la voluntad de su esposa de reposar en la catedral, y allí fue llevada en 1999 una vez que las obras estuvieron terminadas.
La advocación mariana se completa en la catedral con la llamada Virgen de la Flor de Lis, que según la tradición habría mandado pintar el Rey Alfonso VI en el muro de la primitiva Iglesia de la Almudena, inspirándose en los rasgos de su esposa francesa, doña Constanza. La pintura, de estilo tardorrománico, muestra a la Virgen con el niño y una flor de lis en la mano, símbolo mariano asociado a la virginidad. Se descubrió en 1623 al retirar un retablo en el ábside de la antigua Iglesia de Santa María de la Almudena, y en 1638 se arrancó el bloque de yeso con la pintura para acabar siendo ubicado en una de las capillas de la cripta.
Concluyo haciendo referencia precisamente a esta cripta, construida en un cuidado estilo neorrománico bajo el templo principal, y sostenida por 400 columnas que nos transportan a una época dorada de la arquitectura medieval. Fue terminada y abierta al culto en el año 1911 y allí reposan cerca de 1.500 personajes de la aristocracia madrileña que, a lo largo del siglo XX, fueron contribuyendo con generosas donaciones a la construcción del templo.