Rafael Sánchez Saus | 13 de abril de 2017
Las cofradías y hermandades de Semana Santa son un pilar fundamental para sostener la fe popular.
El carácter de la Semana Santa española y, en particular, de la andaluza, el origen de su fuerte peculiaridad responde a las necesidades religiosas de dos periodos de fuerte crisis para las conciencias cristianas y para la propia Iglesia, que fueron la Baja Edad Media (siglos XIV y XV) y, dos siglos después, la Reforma católica. A mi juicio, estos momentos configuran el núcleo de la religiosidad que las hermandades de penitencia expresan, mientras que otros tiempos posteriores, como el Romanticismo o el esplendor alcanzado en la segunda mitad del siglo XX, tanto durante el Franquismo como en la Transición, tienen más incidencia sobre elementos de carácter estético y sociológico.
En ese sentido, la Semana Santa española es una gran reliquia de una religiosidad pretérita que, entre nosotros, ha alcanzado la posibilidad de perpetuarse -y de seguir siendo eficaz en el plano más puramente religioso- gracias a su afortunada plasmación estética y a la singularidad histórica del siglo XX español. Hoy sería difícil encontrar cristianos que participaran del profundo sentimiento de expiación y de pecado que impulsó a las primeras cofradías de penitencia, producto del terremoto para las conciencias que supusieron las tremendas catástrofes del siglo XIV, comenzando por la Peste Negra y siguiendo con los desastres de las terribles guerras o el escándalo del Cisma de Occidente. Del mismo modo, la Iglesia de hoy no parece en absoluto interesada en promover una imagen triunfante de sí misma y aniquiladora de sus enemigos, como hiciera durante el Barroco.
¿Qué explica entonces el indudable auge de las cofradías en nuestro tiempo y su enorme popularidad, al mismo tiempo que otras expresiones religiosas, posiblemente preferidas por la Iglesia, reciben el rechazo cuando no el ataque sistemático de una opinión pública en buena medida laicizada?
El conglomerado de factores que hacen de nuestra Semana Santa un fenómeno único ha sido muy estudiado por antropólogos, historiadores y sociólogos en las últimas décadas y no es un secreto para nadie. Las cofradías ofrecen a las gentes sentimientos de arraigo, emulación, autocomplacencia, tradición y unas gotas de beneficiosa irracionalidad en un mundo dominado, aparentemente, por valores globalizadores, universalistas y racionalistas. Además, en una sociedad como la nuestra, de profundas aunque discutidas raíces cristianas, proporcionan un abanico amplísimo de oportunidades de vivencia religiosa, desde las más laxas a las más intensas y sinceras, desde las ocasionales a las más comprometidas y permanentes, en las que prácticamente cualquier creyente, e incluso los de fe vacilante, pueden encontrar con facilidad su lugar, según interés, momento y circunstancia.
No es extraño que, en un ambiente tan complejo y plural desde el punto de vista religioso como el que es perceptible en ellas, los más descontentos con sus propias cofradías sean con frecuencia los que tienen una mayor exigencia personal, los que vibrando como los que más en los días y en las horas en que la actividad se concentra y los sentimientos se afinan, no encuentran satisfacción el resto del año a sus aspiraciones de una vida cristiana más intensa. Es notorio que no todas las cofradías, que son insuperables para conseguir momentos sublimes de estética religiosa o solemnidad litúrgica, son capaces de cubrir esas exigencias.
Debemos preguntarnos si no estaremos demandando a las hermandades lo que genéticamente no pueden darnos, ya que, recordémoslo, nacieron ligadas a formas de espiritualidad definitivamente alejadas de las que hoy nos motivan y la Iglesia promueve más intensamente. Pedir a muchas de nuestras entrañables cofradías que acudieran a las necesidades espirituales que la complejísima sociedad actual tiene sería quizá tan inapropiado e injusto como requerir a los movimientos cristianos de planteamientos más exigentes y audaces que pusieran una procesión en la calle, que dedicaran sus esfuerzos a la mejora y conservación de un patrimonio histórico y artístico o que concentraran su actividad en mantener las raíces cristianas de un barrio o un pueblo, tolerando y dando cobijo a las sensibilidades más populares e impidiendo así la completa secularización de la sociedad.
Las cofradrías no debieran consentir que algunos las conviertan en soporte de ambiciones políticas o sociales
Creo necesaria una posición equilibrada en el juicio sobre el sentido y el papel actual de las hermandades de penitencia y su manera de vivir la Semana Santa. Las cofradías no fueron nunca y no pueden ser ahora tampoco la vanguardia de la Iglesia, que siempre estuvo encomendada a movimientos espirituales adaptados a cada tiempo y de mayor exigencia personal. Tienen, sin embargo, un papel importantísimo en la permanencia de la vinculación sentimental y afectiva de la población con la fe y el correspondiente imaginario cristiano, eso además de la labor social que a menudo realizan con probada eficacia.
Es fundamental, por tanto, que no se deslicen hacia el mero folklore, el esteticismo amanerado y el escaparate de vanidades de campanario, como tampoco hacia el fanatismo casi idólatra que a veces se aprecia en los círculos más íntimamente cofrades. Aun más, no debieran consentir que algunos las conviertan en soporte de ambiciones políticas o sociales y en camarillas de poder local, antesala de su vaciamiento de sentido religioso.
Resistiendo estas tentaciones, tan fuertes en algunas ocasiones, y profundizando en los aspectos litúrgicos y sociales más entroncados con su tradición, las hermandades de penitencia ya harán mucho. Ahora bien, los tiempos actuales nos están exigiendo a todos los cristianos la colaboración entusiasta y comprometida en la nueva tarea de evangelización a la que estamos llamados los laicos cristianos. Solo siendo fieles también a esta llamada e interpretándola de acuerdo con sus propias características y posibilidades de actuación y presencia se asegurará una nueva época brillante para la Semana Santa y sus cofradías y podrán estas seguir siendo un instrumento importante de la acción de la Iglesia en la sociedad.