Isidro Catela | 20 de noviembre de 2018
La Palabra, que se hizo carne, habita también entre nuestras redes sociales. A alguno puede que le parezca impropio arrimar el ascua del Evangelio de san Juan a la sardina del pájaro azul por la que andamos cientos volando, pero lo cierto es que el Evangelio en Twitter tiene su morada. Ha plantado la tienda. Cada día tiene su afán y su trendig topic. Habrá quienes, desde posiciones un tanto luditas, vean en la tecnología el principio y fin de nuestros males. No es para tanto. Afortunadamente, el principio y fin del cristiano es Otro. Es cierto que Twitter, como buena ciudad, tiene sus cañerías, pero es una cuestión de habitarla adecuadamente, de entender cuáles son hoy también las vidrieras, los atrios, los púlpitos y los caminos de Santiago por los que debemos transitar. Además, es un hecho. Y contra factum…
La Palabra se hace Twitter a diario y nos interpela, como uno de los temas más etiquetados y seguidos en la conocida red. No es momento para rasgarnos las vestiduras, sino para entender los porqués de lo que pasa, sacar lo bueno de un fenómeno como este y aprovecharlo para seguir remando mar digital adentro.
''Aceptar cada día el camino del #Evangelio aunque nos traiga problemas, esto es #santidad'', Francisco en #GaudeteEtExsultate pic.twitter.com/kVjPNGIyXN
— Arguments (@Arguments) May 3, 2018
El Evangelio en Twitter es un fenómeno de masas y, a mi juicio, las causas de que esto suceda son al menos tres:
Nuestro tiempo líquido (incluso gaseoso y evaporado), en el que andamos saturados de información, escasea al mismo tiempo en conocimiento y sabiduría. También en medio de materialismos, hedonismos y narcisismos por doquier, nuestro corazón sigue corroborándonos a cada paso, a cada latido, que estamos hechos para algo más grande; algo que, aunque no quepa en 140 (o en 280) caracteres, puede dejar su huella en un hashtag. Somos así: únicos, irrepetibles y con sed de infinito. En la sacristía, en el banco, en el atrio o en la acera de enfrente, pero inquietos, en el decir de san Agustín, hasta que nuestro corazón descanse en Él.
Aunque a menudo cargue con el sambenito contrario, la Iglesia ha sido madre y maestra de comunicación a lo largo de los siglos. Comunicamos lo mejor y, aunque no siempre seamos los que mejor comunicamos, hemos hecho un esfuerzo notable por saber leer los signos de los tiempos e incardinar el Evangelio en la cultura. De un tiempo a esta parte, proliferan iniciativas interesantísimas en el ámbito digital, que van configurando poco a poco una opinión pública católica en las redes. Podría poner muchas muestras, pero valgan dos botones: uno colectivo, @iMision, que, desde diferentes carismas eclesiales, lleva años dando testimonio ejemplar de su compromiso misionero en el continente digital; y una cuenta personal, la de Antonio Moreno (@Antonio1Moreno), cuyos extraordinarios hilos pascuales, navideños o del mismo Evangelio de los domingos traspasan a menudo las fronteras de la red de redes.
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La Palabra es lámpara idónea para los pasos de los tuiteros. Parece escrita para estos tiempos de caracteres limitados. Veamos, por ejemplo, los propios salmos, breves, concisos, agudos, como pidiendo ser etiquetados («El Señor es mi pastor, nada me falta»; «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres»; «Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán»). O los proverbios, o los versículos que pegan una punzada en el pecho y en cualquier pantalla a la que estemos conectados («La Verdad os hará libres»; «Venid a mí todos los que estéis cansados»; «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio»).
Estamos de enhorabuena. El Evangelio en Twitter se hace notar. Mucho y bien. Sale de espacios confortables y se pone en juego para mostrarnos, a diario, que estamos hechos para el Bien y que lo perseguimos por los lugares más insospechados; que cada vez nos tomamos más en serio lo de comunicar la fe; y que cielos y tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán. En red, como afirma el papa Francisco, puede construirse una verdadera ciudadanía. La red puede ser bien utilizada para hacer crecer una sociedad sana y abierta a la puesta en común.
Sería una lástima que no entendiéramos que también a Twitter va dirigido aquello de que no se enciende una lámpara para ponerla en un lugar oculto o debajo del celemín, sino para que los que entran en la casa puedan ver la #Luz.