Andrés Ramos | 01 de noviembre de 2018
Los intereses comerciales han devuelto a Europa la celebración de Halloween (la víspera de Todos los Santos) como una banalización de la muerte. Una tendencia que olvida el recuerdo a los seres queridos que ya no están.
Me gustaría aproximarme a una experiencia cercana. Podríamos partir, incluso, de una profunda religiosidad o de una manera peculiar de entender la vida, de la importancia y el respeto que, por ejemplo, en mi tierra gallega le debemos a los difuntos y a la muerte. Ese respeto que Halloween parece banalizar e incluso hacernos perder.
Muchos pueblos de Galicia hemos comprobado que estos últimos años han querido recuperar una antigua fiesta celta en honor al dios pagano samhain, el señor de la muerte. Fiesta que se remonta a los tiempos anteriores al cristianismo y que viene a celebrarse a final del verano, en esa transición entre los últimos días de la época de las cosechas y la estación otoñal e invernal, época de lluvia y de la caída de la hoja, frío e incluso nieve.
Tal como ocurre estos días. Se reduce la luz y aumenta la oscuridad. Los pueblos celtas creían que en ese tiempo la frontera entre los vivos y los muertos se diluía, se acercaban. Celebraban, por lo tanto, que las almas volvían a sus viejas casas para calentarse en la lareira, alrededor del fuego, en compañía de sus familiares vivos. Era necesario distinguir entre estos espíritus de los familiares y queridos, y los malignos, a los que era conveniente alejar para evitar ser dañados; para ello, se utilizaban trajes y máscaras, exaltando la fealdad y, de este modo, aparentar ser espíritus malignos, protegerse y evitar ser afectados. También se vacían calabazas y melones, colocándoles dientes y una vela dentro para espantar a esos malos espíritus. Además, es tiempo de magosto, es decir, se asan castañas y se pueden escuchar los sonidos hermosos pero lastimeros de las gaitas. En esta misma línea, conocida es, asimismo, la tradición posterior de la Santa Compaña, almas que vagan silenciosas por el bosque, de las que hay que protegerse en las casas o subirse a los numerosos cruceiros que abundan en Galicia.
En el siglo VIII, el papa Gregorio III trasladó la fiesta de Todos los Santos del 13 de mayo al 1 de noviembre y el papa Gregorio IV ordenó que esa fiesta se celebrara en toda la Iglesia universal. Posiblemente uno de los objetivos era hacerla coincidir con la celebración de estos ritos al dios pagano, parecidos quizás a los de Irlanda y a otros pueblos. Este es el significado de Halloween, curiosamente, la contracción inglesa de víspera de Todos los Santos: All (todos) Hallows (santos) Eve (víspera). Tanto en Galicia como en Irlanda, los ritos de los antiguos celtas se fueron incrustando en las tradiciones cristianas y viceversa.
A mediados del siglo XIX, desde Irlanda, debido a una fuerte emigración, estas tradiciones llegaron a América, especialmente a Canadá y Estados Unidos, donde han quedado fuertemente arraigadas y son, en este momento, una de las fechas más celebradas en el calendario de esos países. Tradiciones que ahora parecen muy alejadas y sin relación con la fe cristiana y que han vuelto a Europa, en este mundo globalizado en el que Halloween se ha puesto tan de moda, tal como se ve en nuestras calles, escaparates e incluso en nuestras casas y fiestas.
Entendemos que, como otras tantas realidades, se nos ha colado en nuestros colegios, familias y ciudades. Es posible que, en la mayoría de los casos, haya únicamente argumentos económicos y de comercialización en todo ello. Lo que sí es cierto es que ha provocado que algunas diócesis, parroquias y entidades especialmente dedicadas a la educación estén reaccionando para devolver al día de Todos los Santos su verdadero sentido, renovando con creatividad esta fiesta en la que se nos proponen modelos de personas que amaron a Dios, se nos propone la santidad como el rostro más bello de la Iglesia, tal como expresa el papa Francisco, mujeres y hombres que vivieron las virtudes del Evangelio y que mantienen con nosotros verdaderos lazos de amor y comunión, muy alejados de aquellos espíritus malignos que Halloween provoca.
Una fiesta para recordar, asimismo, la llamada universal a la santidad, que es nuestro camino, y no banalizar la muerte, tal como se hace en Halloween, sino más bien celebrar como es debido el entrañable recuerdo y oración por nuestros seres queridos que han muerto.