José Francisco Serrano Oceja | 17 de abril de 2018
El papa Francisco huye de las imágenes reduccionistas de su Pontificado. Y hay muchos, demasiados, empeñados en esas imágenes. Es cierto que el papa Bergoglio representa la mirada desde las periferias, no desde el centro. Por tanto, aporta el complemento de un proceso dialéctico de la realidad histórica, en clave de la superación de contrarios entendida desde la teología del pueblo, que no es lo mismo que la dialéctica hegeliana, ni la marxista, ni mucho menos. Esto no significa deconstrucción, sino progreso, construcción, apuesta, complementariedad, aire fresco.
No debemos olvidar que ya Juan Pablo II pidió en la encíclica Redemptoris missio que se pensara y reformulara el ejercicio del ministerio de Pedro, el ministerio petrino. En clave ecuménica y en clave intraeclesial. Y en esas estamos. Pero no solo en el ejercicio especulativo, también en la experiencia diaria. El papa Francisco, por tanto, reformula el ejercicio del ministerio de Pedro en el día a día. A los teólogos les toca, desde la hermenéutica de la continuidad, desentrañar y potenciar ese ejercicio de reformulación existencial.
De entre las muchas novedades editoriales de los últimos días sobre este repensar el Papado al que nos está invitando Francisco, destaco el libro del jesuita P. John W. O’Malley, uno de los más importantes historiadores de la Iglesia del presente. Historia, Iglesia y teología. Cómo nuestro pasado ilumina nuestro presente es un compendio de los últimos trabajos de este jesuita especialista, por cierto, en historia del Papado, como podemos comprobar en su historia de los Papas, editada también en Sal Terrae.
O’Malley nos recuerda el proceso de “papalización” del catolicismo –que no de la Iglesia, maticemos- en el último milenio, el aumento de la autoridad y prestigio del Papado desde el siglo XI. Si a un fiel de los siglos anteriores a la Reforma le preguntáramos en qué consiste el cristianismo y cuáles son sus referentes en el catecismo, nos diría que el Credo, las oraciones básicas y los Diez Mandamientos, los siete pecados capitales y las obras de misericordia. En los primeros catecismos no aparecía el Papa. Santo Tomás de Aquino, por cierto, apenas menciona el Papado en su Suma Teológica.
Sin embargo, hoy ser católico significa “creer en el Papa”. Todo católico sabe que el papa Francisco dirige la Iglesia, nombra a los obispos, determina los temas de la agenda, tiene una autoridad indiscutible y ejerce esa autoridad. Hoy el Papa es uno de los factores más determinantes de la vida católica. Se unen, además, variables como la sociedad de las comunicaciones y la forma en la que el propio Papado ha evolucionado a lo largo de los siglos.
¿Qué se deduce de esta historia que comenzó con la lucha de las investiduras y discurre ahora con el Papa, que es referencia ética también para los no creyentes? Lo que más me fascina no es cómo ha cambiado el Papado a lo largo del último milenio, sino cómo sus cambios nos están afectando. Y, en este sentido, el papa Francisco está introduciendo unos cambios que no nos van a dejar indiferentes.
Por eso, para ayudarnos a profundizar desde la teología de los cambios, tenemos también, recientemente publicado, otro libro que ha levantado no poca polémica en los últimos tiempos. Se trata de El Papa, misión y cometido, del que fuera prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Gerhard L. Müller, editado por la BAC, de la Conferencia Episcopal Española. Este texto, además, es una oportunidad para profundizar en la naturaleza y misión del Papa, asentar los aspectos de continuidad entre Francisco y sus predecesores, y apreciar lo específico del contenido y de las formas del actual Pontífice.
Un libro, por cierto, que es mucho más que una reflexión teológica sobre el Papado. Porque incluye unos párrafos iniciales que bien merecen una atenta lectura, en la medida en que son la experiencia de inmersión del Papado en la vida de un cristiano, de un sacerdote, de un teólogo, de un obispo, de un cardenal europeo de los siglos XX y XXI. Este libro nos habla del Papado, pero también de la Iglesia vivida.
Por ejemplo, cuando se refiere a su concepción del sacerdocio, dice así: “Yo no concebía el sacerdocio católico de un modo secularizado ni reducía al sacerdote a una especie de liberado de una asociación religioso-social, según una interpretación del concilio tan difundida como incorrecta y dañina para la Iglesia y la identidad teológica y espiritual de millares de sacerdotes y alumnos. Gracias a los modélicos sacerdotes que había encontrado en la comunidad y en el colegio y a lo que había leído sobre este tema hasta aquel momento no necesité forjarme una imagen propia del sacerdote combinando piezas distintas ni dejé que teólogos autodenominados ‘progresistas’ me desmontasen la imagen clásica del sacerdote”.
O ese otro en el que reflexiona sobre los enfrentamientos ideológicos entre conservadores y liberales en la Iglesia, “que paralizan la vida y la misión de la Iglesia”, y que “se deben superar». Francisco previene de continuo contra un estilo de vida mundano de los cristianos y la acomodación de la Iglesia al mundo, como si la Iglesia de Dios fuese una mera organización de ayuda espiritual y humanitaria junto a otras muchas”.
Atentos, pues, al Papa y al Papado. Porque el Papado no es lo que era, ni la historia de la Iglesia tampoco.