Andrés Ramos | 08 de diciembre de 2017
La devoción española por la Inmaculada Concepción es anterior, incluso, al Dogma papal. Acontecimientos como el famoso «Milagro de Empel» muestran la estrecha relación entre el país y la Virgen María.
La Inmaculada Concepción es patrona de España. Destacamos algunas notas sobre el Dogma y la devoción, en España y en el mundo, hacia la Virgen María: «Desde los tiempos más antiguos, se venera a la Santísima Virgen con el título de Madre de Dios, bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades» (Catecismo Iglesia Católica, 971).
La vida de María nos muestra que Dios realiza grandes obras por medio de los más humildes.
— Papa Francisco (@Pontifex_es) 15 de agosto de 2015
«Escribo temblando, sintiéndome como un pobre sordomudo que hace enormes esfuerzos para hacerse entender». Así expresaba su preocupación Albino Luciani, ante el reto de escribirle una carta a Jesucristo, con el temor de un niño ante la grandeza y admiración de lo sagrado, ante lo inefable. Se trata, es posible, de la misma sensación que el beato Duns Scotto, «el doctor sutil», sintió antes de defender ante las autoridades académicas y eclesiásticas, en París, a inicios del siglo XIV, el privilegio de María de ser redimida antes de su concepción, exenta de pecado original, en previsión de quién iba a ser y de los méritos redentores de su Hijo. Cuentan que, antes de entrar en aquella reunión, se encomendó a la Santísima Virgen, entró en la capilla a rezar y, ante la imagen de María, pronunció la siguiente oración: «Dignare me laudare te, Virgo Sacrata»; y la imagen inclinó la cabeza en señal de aprobación. Poco se podría imaginar este franciscano que ofreció la base teológica para la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción.
En el año 431, el Concilio de Éfeso, ocupado principalmente en debatir sobre la naturaleza humana y divina de Cristo, definió a María como la Theotokos, es decir, la Madre de Dios, mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su seno. Lo cierto es que, desde siempre, tanto los Papas como los padres la Iglesia, obispos, religiosos, teólogos y, en el sincero sentir del pueblo cristiano, intuyeron, defendieron y celebraron este privilegio de la Madre como algo singular, maravilloso y santo. El Vaticano II reconoce que desde Éfeso «ha crecido maravillosamente el culto del Pueblo de Dios hacia María en veneración y amor, en la invocación e imitación, de acuerdo con sus proféticas palabras: todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho maravillas en mí el Todopoderoso (Lc 1, 48-49).
Fue en el año 1854 cuando el papa Pío IX, en la Bula Inefabilis Deus, define esta doctrina para toda la Iglesia: «Declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano«. Cuatro años más tarde, el 11 de febrero de 1858, de manera extraordinaria, una piadosa pastorcita francesa salió a buscar leña y afirmó haber tenido una visión de la Virgen que se identificaría como: «Yo soy la Inmaculada Concepción», tal como aparece inscrito en piedra en la gruta de Lourdes; así de extraordinarias son las cosas de Dios.
España, al decir de Juan Pablo II, es «tierra de María»; la Inmaculada es su patrona desde 1761, y de muchas realidades y diversos países de América. La devoción a la Inmaculada se expresa, a su vez, a través de tradiciones y del arte, son incontables las representaciones de este misterio en nuestras iglesias y calles. Tiene especial interés el patronazgo de la Infantería española, al recordar el «Milagro de Empel»; allí, los soldados españoles sitiados se encuentran con una imagen de la Inmaculada y a ella se encomiendan, logrando, contra todo pronóstico, la victoria en la batalla y el asombro de los enemigos. También podemos destacar la imagen de la Inmaculada frente al Palazzo di Spagna en Roma, nuestra embajada ante la Santa Sede, la que es quizás la más antigua embajada permanente de un Estado ante otro. En esa plaza se encuentra la columna en cuya cúspide se asienta la imagen de nuestra patrona y ante la que, los Papas, cada año, el día ocho de diciembre, se acercan a depositar a sus pies una oración y unas flores para seguir animándonos a confiar en la Madre, con una perenne acción de gracias a Dios ante el asombro de tanta belleza y la voluntad de compartir este tesoro con el prójimo.