Jorge Soley & Armando Zerolo | 23 de noviembre de 2018
«La opción benedictina» ofrece, como indica su subtítulo, una estrategia para los cristianos en una sociedad poscristiana. Jorge Soley y Armando Zerolo dialogan sobre esta original propuesta.
Llega a España La opción benedictina. El libro de Rod Dreher se ha convertido en una lectura de referencia para el pensamiento cristiano del siglo XXI. La propuesta que ofrece el periodista estadounidense para una «sociedad poscristiana» ha generado multitud de comentarios. EL DEBATE DE HOY se suma a este interesante diálogo, con las opiniones de Jorge Soley y Armando Zerolo.
La opción benedictina
Rod Dreher
Ediciones Encuentro
312 pp.
24€
Al estilo Fukuyama, el artículo de Rod Dreher La opción benedictina (The Benedict Option) se convirtió en libro y sacudió el mundo católico anglosajón, dando pie a innumerables debates que el año pasado llegaron a Francia, con la publicación de la traducción en esa lengua, y este año a Italia y a España.
La clave de este interés es que Dreher parte de uno de los hechos más obvios de nuestro tiempo (pero sobre el que se suele pasar de puntillas): la transformación del panorama cultural y político en los países occidentales hacia una creciente presión, cada vez más invasiva, para que los cristianos ajusten sus mentalidades y comportamientos a lo que el poder determina que es aceptable. Influido por Alasdair MacIntyre, el subtítulo del libro de Dreher es muy expresivo: Una estrategia para los cristianos en una nación postcristiana.
Ya es imposible continuar con aquella ficción de que el Estado laico es neutral. Podemos discutir si alguna vez lo ha sido realmente, pero lo que es indudable es que el Estado, en Occidente, hoy en día, no es neutral. La progresiva imposición de la ideología de género como verdad oficial e indiscutible confirma este diagnóstico. En esta nueva situación, Dreher plantea que hay que buscar el modo por el que los cristianos podamos sobrevivir en un entorno cada vez más hostil.
La opción benedictina consistiría en imitar a san Benito en su retirada del mundo para crear, en los márgenes, redes de contacto con otros cristianos, viviendo como exiliados en nuestro propio país. Al igual que san Benito abandonó una sociedad que colapsaba en el siglo VI, los cristianos occidentales deberíamos responder al colapso civilizatorio actual concentrando nuestros esfuerzos en construir comunidades alternativas que vivan con intensidad y consecuentemente su fe.
Estas comunidades pueden ser grupos de cristianos que vivan cerca los unos de los otros y se reúnan en torno a una iglesia, o nuevas comunidades religiosas o nuevas escuelas o grupos de familias que se ayuden las unas a las otras…
Dreher propone la imagen de la Iglesia como de una comunidad en el exilio, desengañada de aventuras políticas en las que los cristianos siempre son utilizados y no obtienen más que migajas, y eso cuando hay suerte (quien pone sus esperanzas en, por ejemplo, elegir un determinado candidato a la presidencia del país, dejando de lado la tarea de elaborar una cultura alternativa y comunidades en las que esta sea una realidad, está condenado al fracaso), una Iglesia volcada en crear esa nueva cultura en la periferia que pueda sustituir a la actual en el momento en que esta colapse definitivamente.
Las críticas, ya se pueden imaginar, han llegado de todas partes: acusaciones de fatalismo y de negación de la ley natural y desconfianza de la razón, críticas a tomar el monacato como modelo para la vida laical, en lo que sería una mentalidad de gueto, a su utopismo (pues los nuevos bárbaros que tienen el Estado en sus manos no permitirán que florezca esa cultura paralela por la que aboga Dreher) o incluso la acusación de que La opción benedictina es una mera operación de marketing pues, de hecho, muchos católicos ya la están poniendo en práctica a su estilo.
Ante este aluvión de críticas, Dreher se ha defendido reiterando su mensaje nuclear. Los modos en que los cristianos debemos enfocar nuestra presencia en la vida pública serán, por fuerza, muy diversos y cambiantes, pero persiste la intuición inicial: en un mundo crecientemente intolerante ante el mensaje cristiano, las recetas del último medio siglo ya no valen y hemos de repensar nuestra presencia cristiana en el mundo, priorizando la transmisión de una fe viva. Un planteamiento que no se aleja mucho, acaba de reconocer monseñor Georg Gänswein, de aquellas minorías creativas de las que escribía Joseph Ratzinger.
Quizás Dreher no esté tan lejos de lo que afirmaba el beato Pablo VI, el 21 de noviembre de 1973: “Hemos andado fuera del camino en el conformismo con la mentalidad y con las costumbres del mundo profano. Volvamos a escuchar la apelación del apóstol Pablo a los primeros cristianos: ‘No queráis conformaros al siglo presente, sino transformaos con la renovación de vuestro espíritu’… Se nos exige una diferencia entre la vida cristiana y la profana y pagana que nos asedia; una originalidad, un estilo propio. Digámoslo claramente: una libertad propia para vivir según las exigencias del Evangelio. Hoy se hace precisa una ascesis fuerte, tanto más oportuna hoy cuanto mayor es el asedio, el asalto del siglo amorfo o corrompido que nos circunda. Defenderse, preservarse, como quien vive en un ambiente de epidemia”.
La opción benedictina acierta en su visión de un momento histórico especialmente delicado, pero pensamos que el diagnóstico no es preciso y que la respuesta que propone es inadecuada. No obstante, si el libro merece la pena es porque tiene el mérito de haber abierto el debate sobre cómo responder a las circunstancias presentes.
En el libro se asemeja un monasterio benedictino con el arca de Noé, y sugiere que los católicos deberían construirse un arca parecida hasta que cese el diluvio y se purifique el mundo. Acierta en lo que toma de MacIntyre cuando dice que una comunidad de personas es capaz de generar vida, una vida comunitaria que todos echamos de menos y que hoy, quizás más que nunca, necesitamos. Acierta también en que esta sería una buena manera de conservar unos usos y costumbres concretos, como hicieron algunas sectas montañistas (huyeron a la montaña) y, más recientemente, los amish. Pero se equivoca pensando que esto fortalecerá la fe y mejorará la vida en común.
El tema de fondo es la relación entre fe y cultura, y el problema es que lo afronta desde un paradigma calvinista, confundiendo, en definitiva, religión y cultura. La cultura nace de la fe, es decir, de un encuentro personal con Alguien vivo, de una relación de filiación y no, como temía san Benito, de la autoafirmación. Lo que pueda surgir de esta relación es impredecible para el hombre y tiene unas consecuencias históricas de una magnitud enorme, puede que incluso desconocidas para sus protagonistas.
Las formas culturales de la fe son infinitas y adaptadas a las circunstancias. Es cierto que en todo cambio de época se pierden cosas mientras aparecen otras nuevas, y que esta pérdida es dolorosa. Pero, si nos aventuramos a un análisis teológico de la historia, debemos ser mucho más cautos de lo que lo es el autor y no ir demasiado lejos en la condena de los tiempos. Sostener que la mejor solución es la retirada es negar el poder generador de la fe y reducirla a cultura y a moral, a un simple “vivir juntos”. Sería una solución “política”, cuando la propuesta de san Benito nunca lo fue.
Quizás la pureza de las costumbres fuese suficiente para las culturas paganas, puede que la “autarquía” aristotélica fuese una buena solución política, y que el modelo calvinista haya funcionado en algunos lugares, pero si queremos hablar de san Benito, del origen de Europa y de la fe cristiana, entonces no se puede aceptar que lo mejor sea construir un arca nueva y esperar a que cese el diluvio. Esto no sería bueno ni para la fe ni para la cultura que apreciamos.
En efecto, según Benedicto XVI, “para crear una unidad nueva y duradera, ciertamente son importantes los instrumentos políticos, económicos y jurídicos, pero es necesario también suscitar una renovación ética y espiritual que se inspire en las raíces cristianas del continente”.