Rafael Ortega | 07 de julio de 2017
Joaquín Navarro-Valls, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede y portavoz del Vaticano durante el pontificado de san Juan Pablo II, se ha ido guardando en su corazón miles de secretos. Médico y periodista, destacó por su capacidad de seducción y su exquisito saber estar.
Pocos lo sabían: Joaquín Navarro-Valls (Cartagena, Murcia, 1936-Roma, 2017) fue torero en su juventud cartagenera. Su afición a la lidia le valió, muchos años después, para saber templar y torear con destreza a esa tribu tan difícil de los medios de comunicación, sobre todo a los llamados “vaticanistas”, entre los cuales me encuentro.
Joaquín, mi amigo y compañero, ha muerto en Roma, su querida ciudad. Navarro-Valls se ha ido sin que saliera de su boca ni uno solo de los miles de secretos que guardaba en su corazón. Tuve la fortuna de trabajar con él cuando ABC encontró en su persona el excelente corresponsal que buscaba, tras los años de Eugenio Montes, en ese complicado tema. Viajamos juntos en los primeros viajes de san Juan Pablo II por el mundo y siempre nos fijamos todos en su ponderación, que servía de guía para nuestras crónicas radiofónicas.
Joaquín Navarro-Valls estudió en el colegio «La Sagrada Familia», de los Hermanos Maristas de Cartagena, para más tarde hacer los cursos de Medicina en las Universidades de Granada y Barcelona, y de Periodismo en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Navarra, en Pamplona. También realizó estudios de posgrado en la Universidad de Harvard, en los Estados Unidos.
Joaquín tenía, pues, dos pasiones: la Medicina y el Periodismo. La primera la ejerció como psiquiatra y, como decíamos, desde 1977 a 1984 fue corresponsal en el extranjero del diario ABC para Italia y el Mediterráneo Oriental. Fue miembro del Consejo Directivo y, luego, presidente de la Asociación de la Prensa Extranjera en Italia en 1983 y 1984.
Recuerdo ese año, 1984, porque estando yo en Madrid, ya como directivo de Radio Nacional de España, lo llamé para una conferencia y obtuve un “ya veremos si puedo” como respuesta. Me extrañó mucho, conociendo la personalidad abierta de Joaquín, pero lo entendí al día siguiente cuando saltó la noticia que nos contaba que el Papa lo había nombrado director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Más tarde, fue elegido también portavoz de la Santa Sede. Navarro-Valls se convirtió desde entonces en el hombre de confianza del Pontífice, al que acompañó durante toda su vida, incluso en su lecho de muerte. Recuerdo los ojos llorosos de Joaquín el día antes del fallecimiento de san Juan Pablo II y el abrazo que me dio al día siguiente, cuando los periodistas pudimos pasar a las estancias vaticanas y velar durante unos minutos el cuerpo de Papa.
A este Paul Newman de la información -como lo llamaban algunas compañeras de la profesión, por sus tablas periodísticas y su gran ‘encanto personal’-, su capacidad de seducción y su exquisito saber estar le granjearon numerosas amistades y alguna enemistad en la curia, ya que algunos miembros de la misma lo llamaban “el portero del Papa”. Es más, varias alarmas saltaron cuando, a la muerte de san Juan Pablo II, se filtró la noticia de que Joaquín Navarro-Valls habría sido nombrado “cardenal in pectore” por el Pontífice y que eso se sabría cuando se abriera el testamento del Papa. Esto no ocurrió y nunca se sabrá si en la voluntad del Papa hubo esa intención.
Ahora, todos recordamos a este “torero del Papa” que supo, por ejemplo, ejecutar una faena de dos orejas y rabo en La Habana, durante la preparación del primer viaje de un Pontífice a la isla caribeña. Navarro-Valls llevaba el encargo de que Fidel Castro tuviera un gesto importante y, tras cinco horas de intensa negociación, consiguió que el primer mandatario cubano restaurase la Fiesta del día de Navidad. Casi nada, en aquellos momentos.
Permítanme que, una vez más, recuerde su imagen con el rostro lloroso, el 1 de abril de 2005, un día antes de la muerte de san Juan Pablo II. Después de la muerte del Papa Santo, siguió trabajando durante 15 meses con Benedicto XVII, hasta que dejó su puesto el 11 de julio de 2006, cuando Benedicto XVI nombró al jesuita Federico Lombardi para ocupar su vacante. Navarro-Valls estuvo ligado a nuestra Institución, pues en junio de 2005 fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad CEU Cardenal Herrera.
Descasa en paz, querido amigo y compañero, si te deja otra compañera-amiga-hermana, Paloma Gómez Borrero, que seguro que te hará muchas preguntas.