Andrés Ramos | 07 de julio de 2018
El actual Gobierno, en minoría parlamentaria, parece estar promoviendo una serie de medidas de carácter populista y efectista con las que posiblemente pretende afianzar sus alianzas y mantenerse en el poder hasta la convocatoria de nuevas elecciones. Medidas que, por supuesto, están teniendo una gran repercusión en los medios de comunicación social: acercamiento de presos; Valle de los Caídos; y, a través del ministerio dirigido por Carmen Montón, ha abierto el camino para que España tenga una ley de eutanasia, para, pretendidamente, “dar seguridad jurídica y garantía médica”. En efecto, el pasado 26 de junio, en el Pleno del Congreso, con el visto bueno de todos los grupos excepto del Partido Popular, se ha dado luz verde a la toma en consideración de la proposición de ley orgánica del PSOE para regular la eutanasia e incluirla en los servicios sanitarios, como un derecho y prestación universal.
Los obispos españoles sobre la Proposición de Ley sobre #eutanasia “No se puede abrir una cultura del descarte. Si a los cuidados paliativos; si a la atención a las familias; #no a la #eutanasia” pic.twitter.com/OKQyJ8sYSO
— Of. Información CEE (@prensaCEE) June 28, 2018
Ante esta circunstancia, no podía ser de otro modo, los obispos se manifiestan contra la eutanasia y el suicidio asistido. El pasado 28 de junio, en una nota de la Subcomisión Episcopal de Familia y Vida, presidida por el obispo de Bilbao, Mario Iceta, dejan clara la oposición de los obispos a la eutanasia y lo hacen en términos positivos, entendiendo que la vida es un regalo de Dios y está en sus manos, valorando y respetando absolutamente la vida, comprometiéndonos siempre con los cuidados al enfermo “sin acortar su vida nosotros mismos, pero también sin ensañarnos inútilmente contra su muerte”, e invitándonos, una vez más, a progresar en el camino del amor, tal como nos anima el papa Francisco en la Evangelii Gaudium.
El pensamiento que subyace en esta proposición de ley tiene su origen en una concepción errónea del hombre y de la vida, y en un problema de uso inadecuado del lenguaje. La eutanasia es una acción que, por su naturaleza y en la intención, causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor y, esto, dicen los obispos, es un atentado contra la dignidad de las personas. Lo que las leyes y la medicina deben ofrecer a las familias y a los propios enfermos, lo que reclaman, es “ayuda para asumir los problemas y las dificultades personales y familiares que se suelen presentar en los últimos momentos de la vida”, lo que entendemos como cuidados paliativos, como la ayuda necesaria para los enfermos y sus familiares, con toda la asistencia, no solo terapéutica y de cuidado del dolor, sino también espiritual, sacramental y ocupándonos del bienestar general del paciente, adecuando el tratamiento a la situación concreta de este, buscando siempre lo mejor para él y los suyos.
Lo que desconocemos de la eutanasia . Un dilema mucho más allá de la Medicina
Por otro lado, la oposición de los obispos contra la eutanasia se basa en la certeza de que nadie puede disponer arbitrariamente de su propia vida, un don de Dios, y que es una práctica ajena y contraria al ejercicio de la medicina, cuyos profesionales, en lo que forma parte de lo más genuino de su vocación, se han de regir por el axioma de “curar, al menos, aliviar y siempre acompañar y consolar”, por lo que tampoco el médico ha de poder provocar la muerte de ningún paciente.
La oposición de los obispos contra la eutanasia manifiesta, una vez más, la vocación de la Iglesia de actuar en favor de la causa del hombre, de encontrarse siempre con él, especialmente con el que sufre, y ser testigo del Evangelio de la Vida, de la Redención y de la Misericordia, valorando, además, el sentido del sufrimiento y la limitación, como parte de nuestra naturaleza y fuente de comunión y solidaridad, un sufrimiento que forma parte del misterio del hombre y solo podemos entender en la perspectiva del amor, como la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Esta pregunta, nos dirá san Juan Pablo II, “ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo”, un amor solidario, salvífico y redentor, “llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo”.