José Ignacio Wert Moreno | 17 de marzo de 2017
La tercera novela del periodista David Gistau, Golpes Bajos, es una muy entretenida crónica del choque entre dos mundos. Uno lo representa un boxeador retirado que regenta un gimnasio en un barrio obrero. Otro, una estrella femenina de la televisión venida a menos. El autor se divierte recreando personajes y ambientes de uno y otro.
La literatura es una tentación común al periodismo. Y más si este se practica desde las columnas de opinión de la prensa de papel, reservadas, en teoría, a las prosas más depuradas. David Gistau (Madrid, 1970) cayó en ella hace ya trece años. Primero vino A que no hay huevos (Actar, 2004), sobre corresponsales de guerra y, luego, Ruido de fondo (Ediciones B, 2008), que mezclaba a un periodista de éxito con otro ambiente, el de los aficionados al fútbol, que su autor también conocía bien. Pero, como no las hemos leído, pasaremos de puntillas (una rápida busca por las webs de referencia nos dice que ambas están descatalogadas. Una pena).
Golpes bajos
David Gistau
Esfera de los libros
284 págs.
18,90€
Toca centrarse en Golpes Bajos. De nuevo, un entorno que le es familiar: el boxeo (quien siga a Gistau en sus colaboraciones en medios sabrá que es gran aficionado a esta disciplina, y no solo como espectador). Alfredo es un hombre de 44 años que se quedó a la mitad en el camino del triunfo. Ahora, regenta un gimnasio en el barrio del Lucero en el que entrena a Damián, un chaval con madera de campeón de España. Nada le saca de una galaxia reducida, compuesta por los jóvenes que frecuentan su instalación y algún que otro personaje de sainete que por allí pulula. Hasta que entra en escena un mafioso argentino acostumbrado a aprovecharse de estos entornos para los aspectos más sucios de sus de por sí nada limpios negociados. Este acabará pidiéndole que ayude a Magda López, otra vieja gloria, esta vez de la televisión, muy recordada por un curioso incidente con un dinosaurio turolense y cuyo intento de resurrección acaba de venirse estrepitosamente abajo cuando sufre los efectos de una sobredosis en peno directo. Surge cierta camaradería entre el boxeador de barrio obrero y la presentadora de ático en Nuevos Ministerios. Por eso, el mafioso decide ir un paso más allá y “fabricar” un romance entre los dos que sirva para revitalizar la alicaída trayectoria de ella. El contraste entre ambos adquirirá entonces otra dimensión. La alternancia entre los dos ambientes es casi el “leit motiv” de la narración.
Alfredo es un hombre de 44 años que se quedó a la mitad en el camino del triunfo. Ahora, regenta un gimnasio en el barrio del Lucero en el que entrena a Damián, un chaval con madera de campeón de España
La novela está escrita en hallazgos. Gistau se acuerda del “efecto mariposa” cuando un matón eslavo maldice en Madrid la derrota del equipo ruso por el que había apostado en internet. Descripción de la sala Mandalay del casino de Torrelodones: “Era un espacio utilizado habitualmente por crooners y modestos liberales reciclados después de pasar por Locomía” (página 101). La entrada del otoño en Madrid: “La gente salía a la calle más abotonada y el Retiro se puso como cuando parece que le sangran los árboles” (página 139). El autor se llega a inventar una curiosa referencia horaria, “las nueve de la tarde” (página 145), admisible solo en los días más cortos del año. El firmante de esta reseña ha intentado, desde hace ya muchos años, verbalizar de algún modo la fascinación que le provoca ese momento del día en que aún no ha anochecido pero ya se han encendido las luces artificiales en la ciudad. Dejemos a los profesionales: “Ese momento delicado, fugaz, en el que las luces naturales y las artificiales parecen empatar, parecen conocerse antes de volver a ser las unas el reverso de las otras” (página 262). Y eso por no hablar del divertido juego de identificación de trasuntos, algunos muy obvios, que va ofreciendo el relato.
Lo ha reiterado en las entrevistas concedidas estas últimas semanas con motivo de la publicación de la novela: no hay asomo alguno de pretensión literaria. Solo de conseguir un pulido producto de evasión. Objetivo conseguido. Golpes Bajos peca casi de falta de ambición. El ficticio romance que, en rigor, constituiría su meollo argumental, no se plantea hasta consumida ya más de la mitad del libro. Da la sensación de que David Gistau se ha divertido escribiéndolo, transmitiendo el buen rato al lector. Los personajes están aceptablemente perfilados, pero no hay demasiado afán por el retrato psicológico (ni falta que hace). Las situaciones son tan divertidas como algunas de las anteriormente descritas. Se permite, incluso, cierto humor al narrar la muerte violenta de una mascota que rebasa con mucho el límite de la corrección política imperante.
Los enamorados de la ciudad de Madrid tienen un atractivo añadido en Golpes Bajos. El Lucero, Mirasierra, el Barrio de Salamanca, La Moraleja, Aravaca, las rutas de extrarradio por las que nos llevan las distintas carreteras nacionales de “A” y número…
Pareciera, también, que el autor estuviera haciendo un esfuerzo por contenerse. Cuidadito con las ínfulas de literato, podría decirse a sí mismo ante el folio en blanco. Esta mera sospecha tiene su base en el demasiado rápido desarrollo argumental, antes apuntado. Sin añadir demasiados acontecimientos más a lo que sucede, un Tom Wolfe se habría marcado no menos de 600 páginas. El ejemplo es pertinente dada la trayectoria de Gistau. Hay algo del padre del Nuevo Periodismo (perdonen el tópico) en las descripciones de personajes y entornos. Las sillas con el logotipo de Camy, por ejemplo.
Los enamorados de la ciudad de Madrid tienen un atractivo añadido en Golpes Bajos. El Lucero, Mirasierra, el Barrio de Salamanca, La Moraleja, Aravaca, las rutas de extrarradio por las que nos llevan las distintas carreteras nacionales de “A” y número… la ciudad y sus alrededores aparecen descritos con una precisión y un cariño solo comparables, clásicos a lo Galdós aparte, a las dos entregas cinematográficas de El Crack. No por casualidad, la novela está dedicada al director de aquellas, José Luis Garci, y a su (ficticio) protagonista, Germán Areta.