Estamos genéticamente diseñados por los tiempos para la mediocridad. Odiamos y señalamos y arrinconamos.
Sonríe e informa sobre el chapoteo desesperado y sudoroso del antepenúltimo oso polar. Sonríe y dice que el calor, el frío o lo que quiera que haga hoy es un signo inequívoco de que vamos a morir todos. Es el enigma Mario Picazo: nadie hay más radiante ni más funesto que él.
Lo que empieza siendo un amago de violencia, verbal o simbólica, va a adquiriendo carta de naturaleza poco a poco. La inquina y el odio se alimentan la tensión con su escalada verborreica.
40 Días por la Vida llegó en 2016 a España y llegó para quedarse. Más de 1 millón de voluntarios rezando por el fin del aborto en 64 países pueden hacer la diferencia.
La criminóloga Paz Velasco, autora de Homo criminalis, desciende al estudio de tipos concretos de criminal como los pedófilos o los ciberdelincuentes, entre otros muchos.
Qué mala fama tiene el trabajo y qué bueno es para todo. Conviene recordarlo ahora en septiembre que volvemos todos a él, también entre lágrimas.
Si dejamos que el viejo continente europeo siga a la deriva acabará estrellándose contra las rocas, porque le falta la luz de la fe y el timón de la razón.
Se avecina el fin del verano y con ello el nubarrón infame de la vuelta a la rutina. Es la melancolía del domingo por la tarde, la certeza de los menguantes días de agosto o la congoja al ver el anuncio de ‘La vuelta al cole’ de unos grandes almacenes.
El turismo playero es, contra todo prejuicio, un veraneo metafísico, seguramente desprevenido, pero encaminado a experimentar lo elemental de nuestra presencia en un mundo que, a pesar de todo y de nosotros, sigue siendo bueno.